Me dicen por ahí que tengo que poner un negocio. Me cago en
la puta, llevo toda la vida atando la mula donde manda el amo y yendo de putas
cada tres meses para quitar lo gordo y mi hijo se comporta como si lo hubieran
criado un urogallo y un ornitorrinco y lo hubieran maltratado en la infancia. Mi
mujer trabajaba tanto y tan mal pagado que aquella voz atronadora se ha quedado
en un hilo agonizante y ahora que no trabaja me está llenando la casa de gatos
callejeros a los que llama con nombres de tertulianos de programas del corazón.
Cada vez que se me cruza el “Matamoros” con su andar cansino de gato viejo me
apetece reventarle la cabeza de una patada. Y a la siamesa “Patiño” no os voy a
explicar lo que me apetece hacerle porque igual estáis comiendo. El chaval le
mete patadas a la puerta cuando estoy cagando y se comporta en general como si
yo hubiera estigmatizado su destino con mi mediocridad. No sé qué es
estigmatizar pero me lo dice a menudo. El estigma. Tiene la marca de la bestia
en el cuero cabelludo, me echa en cara, pero no la de la bestia diabólica que es el
666 y por lo menos le hubiera servido para algo; él siempre dice que tiene la
de la bestia de carga porque ha heredado una mancha pequeña en forma de
herradura de color ferruño que ya empieza a asomar porque se ve que el chaval
va a ser calvo como su padre.
En el bar me dice un tipo de mi quinta, que siempre me llevó
delantera en ingenio e ímpetu emprendedor, que no debería ser tan pusilánime y
que por lo menos beba vino de corcho y
no esa mierda que me meto al coleto como si fuera a acabarse el mundo. Yo le digo
que si su hija sigue saliendo con el subnormal aquel que anda enseñando los
calzoncillos con esos pantalones que parecen albergar medio kilo de mierda. Que
emprenda él, su futuro yerno o quien sea, si les sale de los cojones, porque yo
ya soy un esclavo institucionalizado y llevo dentro una rata sumisa enquistada
que ya nunca saldrá de ahí. Sí, señores, cada vez que se me ocurre algo
susceptible de cambiar mi vida a mejor, la voz mezquina de la rata me dice “¡¡dónde
irás, tú, animal, si viniste al mundo con una azada en vez de con un pan bajo
el brazo!!”
Mi mujer, la pichona, que la llamo, anda medio trastornada
ya y se trae a los gatos pero no mira para ellos, se pasea por la casa con una
bata raída y unas zapatillas de garra de oso (¡¡con lo coqueta que era y la
energía que gastaba!!) y debe hacer dos años que no la oigo reírse si no es
cuando cuentan alguna desgracia en la tele, “otros seis al hoyo y que no se
pare la fiesta que sobramos muchos”, dice, con una risa demente y alarmante. Se
pasa las horas muertas en el balcón de casa y a veces escupe al vacío.
Vivimos en un noveno piso y el otro
día me apeteció agarrar sus tobillos mientras asomaba medio cuerpo por el
balcón dejando caer lentamente un hilo de saliva y tirar de ellos hacia arriba
haciéndola caer al vacío.
Y lo hice. Luego saqué medio cuerpo y miré. La sangre
parecía dibujar alguna forma en el asfalto. Primero parecía la silueta del pato
Donald pero finalmente parecía más una especie de jirafa, pero con una oreja de
más. Me quise tirar yo también (esa era la idea), pero me apeteció bajar al bar
y tomarme un vino de los caros. Uno de corcho. Al pasar al lado del cadáver de
mi esposa preferí no mirar. Di un saltito para sortear la sangre. En el bar
estaba el listillo de los consejos. Pedí un rioja crianza y alzando la copa con
el dedito meñique escayolado dije, a viva voz:
—Creo que voy poner un negocio de congelados.
1 comentario:
Coño, ¿y esta nueva técnica pictórica? ¡Mariano 3D!
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