jueves, 31 de octubre de 2013
viernes, 25 de octubre de 2013
miércoles, 23 de octubre de 2013
sábado, 12 de octubre de 2013
Andorra 2003: Rosas para Rosa
Creo que me levanté con la misma cogorza con la que me había
acostado pero con menos ganas de fumar. Me tomé cuatro vinos blancos con zumo
de naranja para que me entraran las ganas de fumar y salí a comerme el mundo.
Anochecía y era el día de noche buena. En el casco viejo de Andorra la Vella había
un bar que frecuentaba y en ese bar otros borrachos y uno de ellos era mi amigo
Josep, un vendedor de enciclopedias en temporada baja, y a su lado una chica
muy guapa. En seguida saltaron las chispas de la pasión entre nosotros porque
teníamos mucho en común, los dos teníamos una borrachera de nivel 6. Nos
presentó (Rosa, se llamaba) y a los diez minutos estábamos en otro bar ella y
yo solos, intercambiando saliva públicamente. Bebimos y bebimos y nos tocamos y
nos besamos hasta eso de las 11 de la noche. Ella vivía sola en Sant Julià de
Loria y yo vivía solo en Andorra la Vella por lo que di por sentado que se iría
conmigo a casa a celebrar la navidad entre las sábanas (más durmiendo que
follando). No. Me dijo que acaba de pedir un taxi y yo, que ya no razonaba,
traté de obligarla a venir a mi casa por la fuerza.
—¿Vas a pasar la Nochebuena en casa sola y borracha con tus
putos gatos pudiendo venir a la mía? —decía yo
—Que no tengo gatos, coño, llevo toda lo noche diciéndote que odio los gatos y tú venga a tocar los cojones con los gatos.
—Los gatos se arreglan solos, pueden pasar 3 días sin comer
ni beber. Son la hostia, los gatos, yo tenía uno negro que se cagaba en la colcha,
cagondios, cómo lo echo de menos —creo que se me empañaron los ojos de
lágrimas falsas—. Si yo entiendo que no quieras dejarlos solos en navidad y eso,
pero la verdad es que los gatos pasan del nacimiento de Cristo como de la
mierda. Mañana te acompaño y les damos de comer juntos pero ahora te vienes
conmigo.
—¡¡Que no tengo gatos y suéltame el brazo de una vez que me
haces daño!!
Vaya. Ahora resulta que después de meterme la lengua en la
boca ya no quería yacer conmigo y no tenía gatos. Vi que Rosa tenía lágrimas en
los ojos y realmente había miedo en su mirada; me vi reflejado en un escaparate
y comprendí que lo hubiera. Apareció su taxi y la solté, avergonzado. Se subió sin
mirarme. Empecé a cabrearme yo solo en aquella plaza solitaria. Ella tenía mi
número de teléfono y yo el suyo. Cogí el móvil y lo miré con ira. Busque su número.
Efectivamente: Rosanariz 39……. ( tenía una nariz chatita muy mona). Esa puta se
iba con sus gatos y dejaba que pasara mi Nochebuena solo como un perro después
de meter su lengua en mi boca y calentarme los güevos. La ira se adueñó de mí y
reventé el teléfono contra la pared:
—¡¡MALDITA PUTA, YA NO ME PUEDES LLAMAR, AHORA TE
JODES!!¡¡AHORA TE JODES, YA NO ME PUEDES LLAMAR!! —gritaba como un poseso
mientras pateaba el móvil pisándolo una y otra vez y volvía a gritar lo mismo y
seguía pisando y pisando con furia. Fue en ese momento cuando volvió a pasar el
taxi en dirección a Sant Julià. Había ido a dar la vuelta arriba a la rotonda y
pude ver los ojos asombrados de Rosa a través de la ventanilla en una fracción
de segundo, un fotograma congelado que se quedó grabado en mi memoria para
siempre. En esos momentos se alegraba, casi seguro, de no haberme acompañado a
casa. Me sentí un tanto estúpido y dejé de chillar y pisotear.
Al día siguiente me informé de dónde trabajaba Rosa por
mediación de Josep y dos días más tarde fui a una floristería y encargué que le
llevaran unas rosas a la chica.
—Rosa qué más —preguntó la florista.
—Solo las rosas.
—No, que dices que ella se llama Rosa, pero necesitamos el
apellido —sonrió la señorita
—Solo Rosa, no sé el apellido.
—Pero en esa empresa trabaja mucha gente y puede haber
muchas Rosas.
—Pues dáselas a la más joven y que esté más buena.
Y pagué y me fui y ya nunca volví a ver a Rosa.
miércoles, 9 de octubre de 2013
martes, 8 de octubre de 2013
VENDO ORIGINALES A PRECIO DE RISA
Estoy ahorrando para unos calcetines y vendo los originales de estos chistes en A3 por 20 euracos
Me los podéis pedir a javiguerrero@javiguerrero.es
¡¡ME HE VUELTO LOCO!!
viernes, 4 de octubre de 2013
Muerto
Cuando se puso a llover decidí sentarme en unos bancos bajo techo que
hay justo al pasar el río Piles en dirección a la Lloca del Rinconín.
Allí se había ido a sentar también ese venerable señor de pelo blanco y
mirada azul que hacía catorce años había sido compañero de trabajo en el
IMI (ingresos mínimos de inserción). Recuerdo que los primeros 6 meses
de contrato consistían en asistir a un
curso de cocina en el que nos hacíamos la comida, nos la comíamos y nos
íbamos con el estómago lleno. Había una madre soltera pija, una gitana
muy graciosa que solo era fea cuando la veías por primera vez y su
fealdad se disipaba a los 2 minutos para no volver nunca más, Ricardo el
gitano, tipo noble y astuto (sí, las dos cosas), una choni super jamona
que me hizo tener fantasías durante años (“yo ya le he metido el dedo
en el culo a muchos tíos y bien que lo disfrutan” dijo un día mientras
rebañaba la nata del plato con el dedo índice), una yonki desdentada que
todavía se creía hermosa, una señora madurita que hacía el papel de
abuela de todos, una brasileña con pelos largos en la barbilla que un
día me tiró los tejos y el otro también (pese a mi resistencia heroica),
un tipo chaparro con gafas de pasta y alguna enfermedad mental
indefinida y un yonki de gafas con personalidad indefinida que
mascullaba las palabras con la mirada perdida en algún punto detrás de
ti mientras te hablaba.
Otro día os cuento algo del curso de cocina porque fue muy divertido, pero ahora vamos al banco y la lluvia. Me senté con el señor venerable, que tenía exactamente la misma cara de catorce años atrás, y esa expresión sosegada que el día que nos conocimos confundí con inteligencia. Tardó en reconocerme pero en cuanto cayó en la cuenta rápidamente entramos en materia y nos pusimos a hablar del curso aquel de cocina.
—Qué cabrón, el cocinero, se forró en ese curso. Compraba siempre el doble de comida que necesitábamos y luego se llevaba el sobrante…Qué cabrón, el cocinero…—me decía el señor P.
—¿Pero cómo que se lo llevaba? ¿Le viste hacerlo? ¿Y cómo sabes que compraba más de lo que necesitaba?
—Hombre, pues muy fácil, es lo que haría cualquiera.
Enmudecimos un rato que aproveché para reflexionar sobre las sabias palabras de este castellano viejo (de Burgos, creo). Decidí preguntarle por el loco de las gafas de pasta porque todavía tengo grabada con huella indeleble en la cabeza la imagen poderosa de ese hombre gritando a viva voz, con las venas del cuello a punto de reventar y la cara colorada:
—¡¡UNA PERSONA QUE TIENE UN COEFICIENTE DE MÁS DE 117 MIRA PARA ESA PARED Y LA PARED EXPLOTA AUTOMÁTICAMENTE POR LOS AIRES!!
Eso, le pregunté por él.
—Pues se murió.
—Hostia, pues era joven, ¿y cuándo fue o de qué?
—No tengo ni idea pero sé que murió porque hace 4 años lo vi por la calle muy sucio y desaliñado y luego ya no lo volví a ver más.
—Pero también nos vimos nosotros un día en el 2006 y no nos volvimos a ver y ninguno de los dos está muerto.
—Bueno, ya me entiendes, que está muerto.
Después de esta nueva demostración de sabiduría de castellano viejo, enmudecimos otro rato, las farolas se encendieron, paró de llover, nos despedimos y seguí mi ruta.
Pues esto sí que no os lo vais a creer: al volver del paseo, ya cerca de casa, me traicionó la imaginación y me pareció ver al loco de las gafas de pasta en la parada del autobús vacía, como un fantasma que quisiera explicarse. Me acerqué y comprobé que era él y estaba vivo así que le saludé. Se acordó a la primera. Siempre estaba tirándole los tejos a la brasileña, el pobre, y me lo recordó descojonándose, con las venas del cuello hinchadas como serpientes y la cara colorada.
—Pues acabo de estar con P, no sé si te acuerdas, aquel paisano mayor de pelo blanco, que era de Burgos y tenía los ojos claros —le dije.
—¡¡IMPOSIBLE, ESE PAISANO YA MURIÓ HACE CINCO AÑOS POR LO MENOS!!
Enmudecimos y me dio por pensar que a lo mejor todos mis compañeros de aquel año en el IMI andaban por ahí acusándose unos a otros de estar muertos.
Otro día os cuento algo del curso de cocina porque fue muy divertido, pero ahora vamos al banco y la lluvia. Me senté con el señor venerable, que tenía exactamente la misma cara de catorce años atrás, y esa expresión sosegada que el día que nos conocimos confundí con inteligencia. Tardó en reconocerme pero en cuanto cayó en la cuenta rápidamente entramos en materia y nos pusimos a hablar del curso aquel de cocina.
—Qué cabrón, el cocinero, se forró en ese curso. Compraba siempre el doble de comida que necesitábamos y luego se llevaba el sobrante…Qué cabrón, el cocinero…—me decía el señor P.
—¿Pero cómo que se lo llevaba? ¿Le viste hacerlo? ¿Y cómo sabes que compraba más de lo que necesitaba?
—Hombre, pues muy fácil, es lo que haría cualquiera.
Enmudecimos un rato que aproveché para reflexionar sobre las sabias palabras de este castellano viejo (de Burgos, creo). Decidí preguntarle por el loco de las gafas de pasta porque todavía tengo grabada con huella indeleble en la cabeza la imagen poderosa de ese hombre gritando a viva voz, con las venas del cuello a punto de reventar y la cara colorada:
—¡¡UNA PERSONA QUE TIENE UN COEFICIENTE DE MÁS DE 117 MIRA PARA ESA PARED Y LA PARED EXPLOTA AUTOMÁTICAMENTE POR LOS AIRES!!
Eso, le pregunté por él.
—Pues se murió.
—Hostia, pues era joven, ¿y cuándo fue o de qué?
—No tengo ni idea pero sé que murió porque hace 4 años lo vi por la calle muy sucio y desaliñado y luego ya no lo volví a ver más.
—Pero también nos vimos nosotros un día en el 2006 y no nos volvimos a ver y ninguno de los dos está muerto.
—Bueno, ya me entiendes, que está muerto.
Después de esta nueva demostración de sabiduría de castellano viejo, enmudecimos otro rato, las farolas se encendieron, paró de llover, nos despedimos y seguí mi ruta.
Pues esto sí que no os lo vais a creer: al volver del paseo, ya cerca de casa, me traicionó la imaginación y me pareció ver al loco de las gafas de pasta en la parada del autobús vacía, como un fantasma que quisiera explicarse. Me acerqué y comprobé que era él y estaba vivo así que le saludé. Se acordó a la primera. Siempre estaba tirándole los tejos a la brasileña, el pobre, y me lo recordó descojonándose, con las venas del cuello hinchadas como serpientes y la cara colorada.
—Pues acabo de estar con P, no sé si te acuerdas, aquel paisano mayor de pelo blanco, que era de Burgos y tenía los ojos claros —le dije.
—¡¡IMPOSIBLE, ESE PAISANO YA MURIÓ HACE CINCO AÑOS POR LO MENOS!!
Enmudecimos y me dio por pensar que a lo mejor todos mis compañeros de aquel año en el IMI andaban por ahí acusándose unos a otros de estar muertos.
jueves, 3 de octubre de 2013
¿Me permiten que lo intente?
Cada vez que leo un artículo bien escrito en el que, después del
análisis sosegado de una situación cotidiana, un recuerdo infantil o el
relato de un hecho histórico, se hace una comparación con el gobernante
vigente en la que no sale muy bien parado, siento una envidia malsana
porque yo casi nunca consigo maridar dos reflexiones de contextos tan
diferentes para metaforizar la inmundicia en que vivimos. Voy a
intentarlo:
Recuerdo que un día, siendo todavía un jovencito inexperto de corazón galopante, estábamos mi amigo X y yo en el bar, poniéndonos ciegos de vino tinto, cuando un cejijunto barrigón gruñó porque otro cejijunto barrigón le cortaba sin darse cuenta el paso. Enseguida se enzarzaron en una disputa insensata que quisimos arreglar mi amigo y yo, movidos por una especie de filantropía etílica:
—¡¡Perdonen señores, esto no se hace así, se hace así!! —mi amigo se colocó en situación de interrumpir el acceso a cualquiera que se dirigiera a los aseos y yo advertí enseguida cual era el siguiente paso e hice ademán de dirigirme a los mismos:
—¿Me permite? —dije yo.
—¡Faltaría más!—dijo mi amigo x, que casi se inclino en reverencia al echarse a un lado.
Los cejijuntos no nos hicieron ni puto caso pero es verdad que se calmaron. A partir de ese momento y durante unos meses, mi amigo y yo, en vez de saludarnos, nos decíamos:
—¿Me permite?
—¡Faltaría más!
Hasta aquí el recuerdo nostálgico. ¿Vale? Ahora debería empezar la reflexión sesuda y el símil con el comportamiento del gobernante pero es que a mí solo me sale cagarme en sus muertos.
Ustedes perdonen. Lo he intentado.
Recuerdo que un día, siendo todavía un jovencito inexperto de corazón galopante, estábamos mi amigo X y yo en el bar, poniéndonos ciegos de vino tinto, cuando un cejijunto barrigón gruñó porque otro cejijunto barrigón le cortaba sin darse cuenta el paso. Enseguida se enzarzaron en una disputa insensata que quisimos arreglar mi amigo y yo, movidos por una especie de filantropía etílica:
—¡¡Perdonen señores, esto no se hace así, se hace así!! —mi amigo se colocó en situación de interrumpir el acceso a cualquiera que se dirigiera a los aseos y yo advertí enseguida cual era el siguiente paso e hice ademán de dirigirme a los mismos:
—¿Me permite? —dije yo.
—¡Faltaría más!—dijo mi amigo x, que casi se inclino en reverencia al echarse a un lado.
Los cejijuntos no nos hicieron ni puto caso pero es verdad que se calmaron. A partir de ese momento y durante unos meses, mi amigo y yo, en vez de saludarnos, nos decíamos:
—¿Me permite?
—¡Faltaría más!
Hasta aquí el recuerdo nostálgico. ¿Vale? Ahora debería empezar la reflexión sesuda y el símil con el comportamiento del gobernante pero es que a mí solo me sale cagarme en sus muertos.
Ustedes perdonen. Lo he intentado.
El litoral, el mantra y las lorzas
Uno de mis deportes favoritos consiste en ir al paseo del
litoral justo cuando se encienden las luces y se va el sol. Me siento en un
banco y hago unos ejercicios que solo yo sé que estoy haciendo porque consisten
en ligeros balanceos casi imperceptibles para el ojo humano. Hago rotar mis
hombros pero sin que casi se note y dejo caer el torso ligeramente hacia
delante de manera que los abdominales y los lumbares trabajen sin que nadie se
entere. Me dejo caer a un lado un poco y luego al otro pero manteniendo la
horizontalidad de los hombros. Respiro con el abdomen. Me asombro cuando
alguien con una camiseta naranja pasa bajo la luz amarilla de las farolas
porque hace un curioso efecto irreal con el azul turquesa del mar de fondo. El
ruido de las olas. Oooooom.
—¡¡JAVIII, HOSTIA, JAVI!!
Era una tía que venía corriendo hacia mí desviándose de su
recorrido. Llevaba puesto ese brazalete para medir las pulsaciones y sudaba
como un pollo. Ni repajolera idea de quién era.
—¡Coño Javi, cuánto tiempo! ¿No te acuerdas de mí? Soy la
prima de Jandro ¿No te acuerdas? Aquella que paraba por el Toska que siempre
que estabas borracho me querías meter mano y un día te la chupé en el servicio.
Pero ahora te dejo que no puedo romper el ritmo que si paro más de un minuto
enfrío y tengo que ponerme en forma que me meto sidra y fabada como una gochina
y como no quiero quitarme de comer tengo que correr para quitarme estas lorzas.
¿Qué miras? Todavía estoy buena ¿eh? ¡¡ADIOS!!
Ni repajolera idea de quién era Jandro.
Pero creo que os estaba hablando de mis ejercicios de autoconocimiento
en comunión con la belleza de la puesta de sol en el mar cantábrico. ¿Por dónde
íbamos?
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