—Adolfo, Adolfo, Adolfo, Adolfo, mira lo que sé hacer con el
coño —le dije.
Me puse en cuclillas delante de la tele para que no pudiera
no mirarme y conseguí asir la pelota de tenis con los fuertes y entrenados
músculos de mi coño. Pues nada, el levantó la vista del libro (no sé para qué
enciende la tele), arqueó una ceja y echó un trago de vino, dedo meñique tieso.
—Muy bien, cielo, deberías impartir clases de crecimiento
personal —dijo.
¿Es que siempre voy a tener que cargar en mis espaldas con todo
el peso de la relación? ¿No merezco ni un poquito de su atención? Siempre
igual, él con sus libros y su altanería y yo desviviéndome por mantener a flote
nuestro amor que se hunde. Le puse el ojo del culo a 4 centímetros de su cara e
hice el número del ventrílocuo. Sé dilatar el ano y contraerlo a una velocidad
vertiginosa y suelo elaborar discursos muy divertidos con voz de niñita pequeña
sincronizados con el movimiento del ano, de manera que parezca que la voz salga
de ahí dentro.
—Hola, soy la pequeña miniputa y quiero ser tu amiga, tengo
la boquita muy limpia porque me he metido un enema de farmacia hace un rato y
se ha quedado toda la mierda en la taza del váter —dijo mi ano, con la vocecita
de miniputa que me sale de miniputa madre.
—Pregúntale a tu jefa si no tienes que poner una lavadora o
algo —dijo el cabrón.
—La jefa está llorando lagrimitas de amor —dijo mi ano con
lastimera voz de miniputa.
Ahí sí que le toqué la fibra sensible. Siempre es así, la
voz de miniputa saliendo de mi ano se hace escuchar más que yo misma. Me metió
el rotulador de subrayar pasajes en la boquita-ojo de culo y lo empezó a mover mientras
seguía leyendo.
Si yo lo que necesito es solo un poquito de amor.
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