viernes, 30 de agosto de 2013
martes, 27 de agosto de 2013
Hay que llegar
Cuando trabajaba en Tineo en el IMI (ingresos mínimos de
inserción), había un encargado, Choli o algo así, creo que se llamaba, que
tenía la mirada fría y malvada y el aspecto de un capataz inevitable en las Américas
salvajes. Un día me ordenó que cortara una rama que cruzaba por el camino a una
altura de unos 4 metros y al parecer era susceptible de tropezar con alguna
maquinaria que iba a pasar por allí. Miré la rama desde mi pequeñez y luego lo
miré a él. “Eso está hecho, jefe”, le dije. Se alejó y me fui al bar y me metí
un par de vinos al coleto y uno de aquellos chorizos que colgaban detrás de la
barra. Cuando salí me encontré al capataz inevitable mirando pensativo a la
rama como si en ella se encontrara el misterio de la santísima trinidad. “No
has cortado la rama”, dijo. “No llego” le dije. “Pues hay que llegar”. Nos
quedamos unos segundos mirando a la rama e incluso estuve por admitir que el capataz inevitable tenía razón y había
que llegar pero hice solamente el gesto de ponerme de puntillas e intentar
alcanzar la rama inalcanzable estirándome como si quisiera alcanzar la luna. Me
miró como si tuviera un calamar por cabeza y se alejó. Volví al bar y, sin que
yo hubiera abierto la boca, el chigrero me puso un vino y dijo:
—Está empeñado en cortar esa rama, el pobre, pero no se
atreve porque sabe que el árbol es mío y le rompo la cabeza.
sábado, 24 de agosto de 2013
BOTELLÓN EN GIJÓN.
Por
lo que sabemos, hay una prohibición expresa contra el botellón en zona
urbana desde junio de este año pero en el momento de la entrada en
vigencia de la nueva ley "no se vio asomar a ninguna patrulla policial.
Ni siquiera para divulgar la normativa, como aseguraron desde el
Ayuntamiento que harían en estos primeros días de «ley seca» en las
calles." (la Nueva España, Junio de 2013) O sea, que sin haber puesto en
marcha el plan A y saber si funciona, ponen en marcha el plan B.
Los turistas que se acerquen a las policialmente acordonadas escaleras de la Plaza de Arturo Arias (El Lavaderu, Xixón) para evitar botellones e insalubridad, imaginarán a los gijoneses como una horda de borrachos cagadores y a los gobernantes de nuestra ciudad como unos tarados con un coeficiente negativo en inteligencia creativa. Multamos o castigamos a los espacios afectados en vez de a los infractores para que nuestros policías puedan seguir comiendo donuts. Creo que en el parque Isabel la Católica se hacen botellones: arrasémoslo con napalm.
Los turistas que se acerquen a las policialmente acordonadas escaleras de la Plaza de Arturo Arias (El Lavaderu, Xixón) para evitar botellones e insalubridad, imaginarán a los gijoneses como una horda de borrachos cagadores y a los gobernantes de nuestra ciudad como unos tarados con un coeficiente negativo en inteligencia creativa. Multamos o castigamos a los espacios afectados en vez de a los infractores para que nuestros policías puedan seguir comiendo donuts. Creo que en el parque Isabel la Católica se hacen botellones: arrasémoslo con napalm.
martes, 13 de agosto de 2013
El testimonio estremecedor de Marisa Verdasco.
A mí nunca me han atracado en la calle y siempre pensé que
si algún día ocurría me desmayaría como un pajarito, pero parece que tengo unos
ovarios como gramófonos porque veréis lo que me pasó esta tarde. Yo ya iba a
sacar las llaves del portal cuando vi una sombra proyectada en la puerta.
Estuve un rato largo hurgando en el bolso y las llaves no aparecían así que me
extrañó que la persona que proyectaba su sombra detrás de mí, si era un
habitante del edificio, no sacara las suyas para abreviar y entonces me volví
par disculparme por mi torpeza.
—No las encuentro —dije.
—Dame el bolso —dijo.
Era un tipo con aspecto tontorrón y una navaja insegura en
su mano derecha que parecía más preparada para cortar pan y queso que para apuñalar.
—¿El bolso? —dije—. ¿Para qué quieres un bolso de mujer?
—A mí no me gusta hacer esto pero mis hijos tienen que comer
mañana y estoy en paro.
—Vamos a hacer una cosa —yo todavía estaba buscando en el
bolso—. Mira, aquí tengo un monedero con una cantidad indefinida y aquí
cuarenta euros. Elige.
—¿Cómo que elija?
—Sí, tienes que escoger entre el monedero que puede contener
doscientos euros o quizás diez o elegir
en cambio estos cuarenta que son seguros.
—…—pobrecito mío, estaba confundido y no decía nada
—O puedes entrar conmigo en el portal y comerme el coño y te
llevas el monederito y los cuarenta euros.
Le entró miedo al pobrecito. Se metió la navaja en el bolso
y se fue casi corriendo. Antes de doblar la esquina se volvió a gritar:
—¡¡PUTA!!
Le temblaban las piernas.
Marisa Verdasco
lunes, 12 de agosto de 2013
viernes, 9 de agosto de 2013
VIEJO MINERO TOCAPELOTAS
Había un viejo minero jubilado que siempre entraba y salía de la
peluquería hablando de sus enfermedades. Siempre de enfermedades. Cuando
tuve que cerrar unas semanas por mi obstrucción intestinal pensé que
esta vez le cerraría la boca un rato explicándole cómo me colocaron los
intestinos en el pecho y todas las porquerías. No me dejó ni empezar a
hablar y me lo explicó todo sobre sus deposiciones negruzcas.
—Me hicieron un tacto rectal —dijo, orgulloso
—Bueno, si tuviste la suerte de que te lo hiciera una doctora de dedos finos. Suelen pararse a hurgar unos segundos.
Se puso colorado como un centollo
—A mi esas mierdas no me van. A una mujer hay que darle y hay que darle bien y hay que darle por donde hay que darle.
—Me he perdido — dije.
Se hizo un silencio muy tenso.
“Dudurududum”. Me puse a tararear una vieja canción de lo Coasters, para aligerar el ambiente. Luego puse en Spotify una de Village People aunque supuse que no entendería el guiño. Cuando le rasuré el pelo del cuello, viendo que empalmaba con el de la espalda, le dije que si seguíamos para abajo iba a terminar teniendo que bajarse los pantalones.
Se fue para no volver. Me puse una lista de reproducción de viejas canciones yodel.
Oulirouliouu.
—Me hicieron un tacto rectal —dijo, orgulloso
—Bueno, si tuviste la suerte de que te lo hiciera una doctora de dedos finos. Suelen pararse a hurgar unos segundos.
Se puso colorado como un centollo
—A mi esas mierdas no me van. A una mujer hay que darle y hay que darle bien y hay que darle por donde hay que darle.
—Me he perdido — dije.
Se hizo un silencio muy tenso.
“Dudurududum”. Me puse a tararear una vieja canción de lo Coasters, para aligerar el ambiente. Luego puse en Spotify una de Village People aunque supuse que no entendería el guiño. Cuando le rasuré el pelo del cuello, viendo que empalmaba con el de la espalda, le dije que si seguíamos para abajo iba a terminar teniendo que bajarse los pantalones.
Se fue para no volver. Me puse una lista de reproducción de viejas canciones yodel.
Oulirouliouu.
jueves, 8 de agosto de 2013
EL CLIENTE MÁS PECULIAR DE LA PELUQUERÍA (una historia real)
Mi cliente niño más peculiar era un gitano de 11 años. La
primera vez que vino a cortarse el pelo me dijo “al uno por los laos y de
pincho por arriba”. Luego: “un poco más por el medio para que haga esquina por
aquí”. Al final: “ahora márcame dos rayos con la máquina encima de las orejas y
con las mismas nos vamos chutando”.
La siguiente vez que vino se fijó, mientras esperaba, en esa
cestita que veis en la foto. Además de esa cestita tenía dos tarros de cristal
llenos de colillas de lápiz y le llamó la atención y me preguntó que para qué
guardaba tantos lápices. Le expliqué que quería presentarme al record guiness
de almacenamiento de colillas de lápiz en tarros de cristal y le expliqué
también lo que era el record guiness con varios ejemplos espectaculares que le
pusieron la mandíbula en la barbilla. Le dije que tenía diez tarros más en casa
pero que necesitaba al menos dos mil tarros llenos para conseguirlo.
—El problema —le dije—es que los niños que vienen con sus
padres los ven en el tarro o en la cesta y les llaman la atención como si
fueran golosinas y los cogen y se los llevan y de esa manera no voy a conseguir
nunca los dos mil tarros llenos.
Se quedó mirando. Se quedó allí mirando los tarros y la
cestita como si contuvieran joyas y yo pensé que estaba esperando un descuido
mío para llevarse una colilla de lápiz. Al rato entró un padre con sus dos
hijos de 4 y 6 años aproximadamente y el Kevin (creo recordar que así se
llamaba el gitano) les dijo, señalando la cesta:
—¡¡Ojito con coger ninguno que son pal guiness!!
Desde entonces siempre que venía se apostaba al lado de la
cestita de lápices y los vigilaba.
La última vez que le corté el pelo antes de que me diera el
jamacuco le pregunté, en broma, que si quería que le recortara las patillas o
se las dejaba largas (no tenía patillas).
—Hostia, hostia, vaya mierda de palabra, qué asco me da, no
la puedo soportar —dijo entonces
—¿Qué palabra?
—Esa
—¿Recortar?
—No, patillas, que no la puedo soportar, esa palabra.
—¿Patillas?
—Ay, por favor, qué palabra.
Me cuidaba los lápices y no soportaba la palabra patillas.
¿Os lo podéis creer?
viernes, 2 de agosto de 2013
Suscribirse a:
Entradas (Atom)