Creo que me levanté con la misma cogorza con la que me había
acostado pero con menos ganas de fumar. Me tomé cuatro vinos blancos con zumo
de naranja para que me entraran las ganas de fumar y salí a comerme el mundo.
Anochecía y era el día de noche buena. En el casco viejo de Andorra la Vella había
un bar que frecuentaba y en ese bar otros borrachos y uno de ellos era mi amigo
Josep, un vendedor de enciclopedias en temporada baja, y a su lado una chica
muy guapa. En seguida saltaron las chispas de la pasión entre nosotros porque
teníamos mucho en común, los dos teníamos una borrachera de nivel 6. Nos
presentó (Rosa, se llamaba) y a los diez minutos estábamos en otro bar ella y
yo solos, intercambiando saliva públicamente. Bebimos y bebimos y nos tocamos y
nos besamos hasta eso de las 11 de la noche. Ella vivía sola en Sant Julià de
Loria y yo vivía solo en Andorra la Vella por lo que di por sentado que se iría
conmigo a casa a celebrar la navidad entre las sábanas (más durmiendo que
follando). No. Me dijo que acaba de pedir un taxi y yo, que ya no razonaba,
traté de obligarla a venir a mi casa por la fuerza.
—¿Vas a pasar la Nochebuena en casa sola y borracha con tus
putos gatos pudiendo venir a la mía? —decía yo
—Que no tengo gatos, coño, llevo toda lo noche diciéndote que odio los gatos y tú venga a tocar los cojones con los gatos.
—Los gatos se arreglan solos, pueden pasar 3 días sin comer
ni beber. Son la hostia, los gatos, yo tenía uno negro que se cagaba en la colcha,
cagondios, cómo lo echo de menos —creo que se me empañaron los ojos de
lágrimas falsas—. Si yo entiendo que no quieras dejarlos solos en navidad y eso,
pero la verdad es que los gatos pasan del nacimiento de Cristo como de la
mierda. Mañana te acompaño y les damos de comer juntos pero ahora te vienes
conmigo.
—¡¡Que no tengo gatos y suéltame el brazo de una vez que me
haces daño!!
Vaya. Ahora resulta que después de meterme la lengua en la
boca ya no quería yacer conmigo y no tenía gatos. Vi que Rosa tenía lágrimas en
los ojos y realmente había miedo en su mirada; me vi reflejado en un escaparate
y comprendí que lo hubiera. Apareció su taxi y la solté, avergonzado. Se subió sin
mirarme. Empecé a cabrearme yo solo en aquella plaza solitaria. Ella tenía mi
número de teléfono y yo el suyo. Cogí el móvil y lo miré con ira. Busque su número.
Efectivamente: Rosanariz 39……. ( tenía una nariz chatita muy mona). Esa puta se
iba con sus gatos y dejaba que pasara mi Nochebuena solo como un perro después
de meter su lengua en mi boca y calentarme los güevos. La ira se adueñó de mí y
reventé el teléfono contra la pared:
—¡¡MALDITA PUTA, YA NO ME PUEDES LLAMAR, AHORA TE
JODES!!¡¡AHORA TE JODES, YA NO ME PUEDES LLAMAR!! —gritaba como un poseso
mientras pateaba el móvil pisándolo una y otra vez y volvía a gritar lo mismo y
seguía pisando y pisando con furia. Fue en ese momento cuando volvió a pasar el
taxi en dirección a Sant Julià. Había ido a dar la vuelta arriba a la rotonda y
pude ver los ojos asombrados de Rosa a través de la ventanilla en una fracción
de segundo, un fotograma congelado que se quedó grabado en mi memoria para
siempre. En esos momentos se alegraba, casi seguro, de no haberme acompañado a
casa. Me sentí un tanto estúpido y dejé de chillar y pisotear.
Al día siguiente me informé de dónde trabajaba Rosa por
mediación de Josep y dos días más tarde fui a una floristería y encargué que le
llevaran unas rosas a la chica.
—Rosa qué más —preguntó la florista.
—Solo las rosas.
—No, que dices que ella se llama Rosa, pero necesitamos el
apellido —sonrió la señorita
—Solo Rosa, no sé el apellido.
—Pero en esa empresa trabaja mucha gente y puede haber
muchas Rosas.
—Pues dáselas a la más joven y que esté más buena.
Y pagué y me fui y ya nunca volví a ver a Rosa.