martes, 27 de agosto de 2013

Hay que llegar




Cuando trabajaba en Tineo en el IMI (ingresos mínimos de inserción), había un encargado, Choli o algo así, creo que se llamaba, que tenía la mirada fría y malvada y el aspecto de un capataz inevitable en las Américas salvajes. Un día me ordenó que cortara una rama que cruzaba por el camino a una altura de unos 4 metros y al parecer era susceptible de tropezar con alguna maquinaria que iba a pasar por allí. Miré la rama desde mi pequeñez y luego lo miré a él. “Eso está hecho, jefe”, le dije. Se alejó y me fui al bar y me metí un par de vinos al coleto y uno de aquellos chorizos que colgaban detrás de la barra. Cuando salí me encontré al capataz inevitable mirando pensativo a la rama como si en ella se encontrara el misterio de la santísima trinidad. “No has cortado la rama”, dijo. “No llego” le dije. “Pues hay que llegar”. Nos quedamos unos segundos mirando a la rama e incluso estuve por admitir  que el capataz inevitable tenía razón y había que llegar pero hice solamente el gesto de ponerme de puntillas e intentar alcanzar la rama inalcanzable estirándome como si quisiera alcanzar la luna. Me miró como si tuviera un calamar por cabeza y se alejó. Volví al bar y, sin que yo hubiera abierto la boca, el chigrero me puso un vino y dijo:

—Está empeñado en cortar esa rama, el pobre, pero no se atreve porque sabe que el árbol es mío y le rompo la cabeza.

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