viernes, 4 de octubre de 2013

Muerto



Cuando se puso a llover decidí sentarme en unos bancos bajo techo que hay justo al pasar el río Piles en dirección a la Lloca del Rinconín. Allí se había ido a sentar también ese venerable señor de pelo blanco y mirada azul que hacía catorce años había sido compañero de trabajo en el IMI (ingresos mínimos de inserción). Recuerdo que los primeros 6 meses de contrato consistían en asistir a un curso de cocina en el que nos hacíamos la comida, nos la comíamos y nos íbamos con el estómago lleno. Había una madre soltera pija, una gitana muy graciosa que solo era fea cuando la veías por primera vez y su fealdad se disipaba a los 2 minutos para no volver nunca más, Ricardo el gitano, tipo noble y astuto (sí, las dos cosas), una choni super jamona que me hizo tener fantasías durante años (“yo ya le he metido el dedo en el culo a muchos tíos y bien que lo disfrutan” dijo un día mientras rebañaba la nata del plato con el dedo índice), una yonki desdentada que todavía se creía hermosa, una señora madurita que hacía el papel de abuela de todos, una brasileña con pelos largos en la barbilla que un día me tiró los tejos y el otro también (pese a mi resistencia heroica), un tipo chaparro con gafas de pasta y alguna enfermedad mental indefinida y un yonki de gafas con personalidad indefinida que mascullaba las palabras con la mirada perdida en algún punto detrás de ti mientras te hablaba.
Otro día os cuento algo del curso de cocina porque fue muy divertido, pero ahora vamos al banco y la lluvia. Me senté con el señor venerable, que tenía exactamente la misma cara de catorce años atrás, y esa expresión sosegada que el día que nos conocimos confundí con inteligencia. Tardó en reconocerme pero en cuanto cayó en la cuenta rápidamente entramos en materia y nos pusimos a hablar del curso aquel de cocina.
—Qué cabrón, el cocinero, se forró en ese curso. Compraba siempre el doble de comida que necesitábamos y luego se llevaba el sobrante…Qué cabrón, el cocinero…—me decía el señor P.
—¿Pero cómo que se lo llevaba? ¿Le viste hacerlo? ¿Y cómo sabes que compraba más de lo que necesitaba?
—Hombre, pues muy fácil, es lo que haría cualquiera.
Enmudecimos un rato que aproveché para reflexionar sobre las sabias palabras de este castellano viejo (de Burgos, creo). Decidí preguntarle por el loco de las gafas de pasta porque todavía tengo grabada con huella indeleble en la cabeza la imagen poderosa de ese hombre gritando a viva voz, con las venas del cuello a punto de reventar y la cara colorada:
—¡¡UNA PERSONA QUE TIENE UN COEFICIENTE DE MÁS DE 117 MIRA PARA ESA PARED Y LA PARED EXPLOTA AUTOMÁTICAMENTE POR LOS AIRES!!
Eso, le pregunté por él.
—Pues se murió.
—Hostia, pues era joven, ¿y cuándo fue o de qué?
—No tengo ni idea pero sé que murió porque hace 4 años lo vi por la calle muy sucio y desaliñado y luego ya no lo volví a ver más.
—Pero también nos vimos nosotros un día en el 2006 y no nos volvimos a ver y ninguno de los dos está muerto.
—Bueno, ya me entiendes, que está muerto.
Después de esta nueva demostración de sabiduría de castellano viejo, enmudecimos otro rato, las farolas se encendieron, paró de llover, nos despedimos y seguí mi ruta.
Pues esto sí que no os lo vais a creer: al volver del paseo, ya cerca de casa, me traicionó la imaginación y me pareció ver al loco de las gafas de pasta en la parada del autobús vacía, como un fantasma que quisiera explicarse. Me acerqué y comprobé que era él y estaba vivo así que le saludé. Se acordó a la primera. Siempre estaba tirándole los tejos a la brasileña, el pobre, y me lo recordó descojonándose, con las venas del cuello hinchadas como serpientes y la cara colorada.
—Pues acabo de estar con P, no sé si te acuerdas, aquel paisano mayor de pelo blanco, que era de Burgos y tenía los ojos claros —le dije.
—¡¡IMPOSIBLE, ESE PAISANO YA MURIÓ HACE CINCO AÑOS POR LO MENOS!!
Enmudecimos y me dio por pensar que a lo mejor todos mis compañeros de aquel año en el IMI andaban por ahí acusándose unos a otros de estar muertos.

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