Iba paseando por la Avenida de la Constitución y un tipo me
adelantó corriendo de una forma un tanto anquilosada y la idea de no ver cómo era su cara se me hizo insoportable hasta el punto de ponerme a correr
tras él. A veces voy tras un culo femenino para conocer la cara de la chica que
lo regenta y a veces le cojo tanto cariño al culo mientras lo persigo que detengo
mi persecución por temor a que su rostro sea una decepción. Pero este caso era
diferente porque el tipo que me había adelantado llevaba traje y una corbata
que ondeaba dejándome ver sus topos amarillos a ratos. Y los brazos mantenían
un ángulo recto perfecto con vértice en el codo y elevaba las rodillas
desmesuradamente a cada paso. Pero cómo corría el cabrón. Y yo detrás. Se paró
en un semáforo y se puso a dar saltitos para no enfriar durante la espera.
Examiné su perfil por el rabillo del ojo y comprobé que los ojos no se salían
de las cuencas ni moqueaba ni su lengua asomaba estúpidamente ni un hilo de
saliva se deslizaba por su barbilla. Parecía normal. El semáforo se puso en
verde y salió disparado nuevamente y yo detrás porque la expresión de su rostro
no me había dado ningún dato interesante y ahora quería saber por qué corría o
al menos a dónde iba. Torció repentinamente a la izquierda y cuando hice lo
mismo no vi a nadie. Se había desvanecido. Entré en el bar COJAISA, que estaba
en esa misma calle. Un bar con ese nombre solo podía estar regentado por tres
socios o por una pareja cuya hija se llamaba Isabel y los clientes serían los
amigos de los dueños y poco más. Habría pan con rodajas de salami de pincho y
bocadillitos de jamón y queso. El tipo que corría era el único cliente y el
señor Co… o Ja… estaba detrás de la barra limpiándose las manos con un trapo.
Mi corredor jadeaba todavía. Me apoyé en la barra jadeando también.
—¿Me pone una ración de chipirones y un vino de la casa? —dijo
el corredor del traje.
Y se sentó en una mesa a leer el periódico.
Pedí una cerveza de manzana.
—¿Una cerveza de manzana? —dijo ahora, levantando la cabeza
del periódico—¡¡Que no lo llamen cerveza, cojones!!
—Tiene usted razón, amigo, me tomaré un Ramón Bilbao —(quise
congratularme con él para entrar en conversación)
—Buena elección. Yo no me lo puedo permitir y me tengo que
beber la basura de la casa que vende mi cuñado.
Bien, el señor que corría era cuñado del dueño del bar, que
emitió una risilla cavernosa al ser mentado.
—Perdone, no he podido evitar verle a usted correr por la
calle como alma que lleva el diablo justo antes de que se parara en este bar...
—No lo creo
—Sí, hombre, corría usted como un demonio. Tiene la camisa
empapada.
—Yo no puedo correr, amigo, padezco del corazón.
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