—Ay Marisa, qué risa, acabo de ver al vecino del quinto en
la cola de la cocina económica.
Mi Marisa dejó el libro y se quitó las gafas y me miró.
Pasaron unos segundos o unas horas.
—¿Qué? —dije
—Me has avergonzado muchas veces por idiota, pero nunca pensé
que lo hicieras por mezquino.
Y cogió, se levantó, se puso las botas y se fue sin decir
más.
Tanta tontería por el vecino del quinto cuando los dos
estuvimos siempre de acuerdo en que era un pedante y un gilipollas. Trabajaba
de albañil y se comportaba como si fuera el dueño de una cadena de restaurantes
de cocina fina desperdigados por toda España y parte del extranjero. Recuerdo
que hace unos cuantos años nos tomamos tres vinos en el bar de abajo porque
invitaba él y va y me dice: “¿Por qué no buscas algo de trabajo en la
construcción? Ahora cualquier inútil sirve para peón de albañil. Hasta mi
sobrino ha dejado la carrera a la mitad para ponerse a trabajar”. Luego cogió
el móvil y dijo tres veces en 6 minutos: “…yo solo quería trasladarte mis dudas al respecto…”. ¿Os lo podéis creer? Es como
cuando yo encuentro una palabra rara en el diccionario y la meto con calzador
en todas las ocasiones que puedo, solo que yo lo hago para irritar a Marisa y
él lo hacía para presumir. Yo digo, por ejemplo, que siento una tristeza acuciante. Luego digo que vaya manera acuciante de llover o que al que acucia dios le ayuda. Pues este tipo del
que os hablo igual, mientras hablaba conmigo y con el chigrero alzaba la voz
como si en realidad lo hiciera para todos los presentes y que me maten si no
dijo cuatro veces extrapolar en una
parrafada sobre sus vacaciones en el Caribe y que me maten si no había pedido
un préstamo para tomarse esas vacaciones porque la vida es muy corta y no te la
vas a pasar en chándal y zapatillas (y compartió media sonrisa con el chigrero,
mientras los dos me miraban de reojo a mí, a mi chándal y a mis zapatillas). Se
había comprado una segunda casa en la costa y decía que el tipo del banco y él
eran uña y carne y le había engrosado el préstamo para que se comprara también
un coche.
Pero mi Marisa se había enfadado por alguna razón que
desconozco y pensé que a lo mejor el pobre era un tipo de origen humilde que
fanfarroneaba y decía “extrapolar” y “trasladarte mis dudas” porque andaba bajo
de autoestima y no se merecía caer en el pozo oscuro de la pobreza, así que la
siguiente vez que me encontré con él (esta vez hurgaba en un contenedor) le
invité a un vino en el bar de debajo de casa y le dije que no hacía ni media
hora me había encontrado a su amigo el del banco pidiendo limosna en chándal y
zapatillas en la calle, y aproveché para gritar, a viva voz, dirigiéndome
también al chigrero y a todo aquel que me quisiera escuchar:
—¡¡ME CONSIDERO AFORTUNADO PORQUE A MÍ NADIE ME COMPADECERÁ NUNCA
AUNQUE ME VEAN HURGAR EN UN CONTENEDOR O HACER COLA EN LA COCINA ECONÓMICA!!
Mi chándal relucía de orgullo y me dio la impresión de que
mis zapatillas se elevaban del suelo conmigo dentro, por encima de las cabezas
de los parroquianos, por encima de las cabezas de hidalgos albañiles y usureros.
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