miércoles, 15 de mayo de 2013

AFORTUNADO



—Ay Marisa, qué risa, acabo de ver al vecino del quinto en la cola de la cocina económica.

Mi Marisa dejó el libro y se quitó las gafas y me miró. Pasaron unos segundos o unas horas.

—¿Qué? —dije

—Me has avergonzado muchas veces por idiota, pero nunca pensé que lo hicieras por mezquino.

Y cogió, se levantó, se puso las botas y se fue sin decir más.

Tanta tontería por el vecino del quinto cuando los dos estuvimos siempre de acuerdo en que era un pedante y un gilipollas. Trabajaba de albañil y se comportaba como si fuera el dueño de una cadena de restaurantes de cocina fina desperdigados por toda España y parte del extranjero. Recuerdo que hace unos cuantos años nos tomamos tres vinos en el bar de abajo porque invitaba él y va y me dice: “¿Por qué no buscas algo de trabajo en la construcción? Ahora cualquier inútil sirve para peón de albañil. Hasta mi sobrino ha dejado la carrera a la mitad para ponerse a trabajar”. Luego cogió el móvil y dijo tres veces en 6 minutos: “…yo solo quería trasladarte mis dudas al respecto…”. ¿Os lo podéis creer? Es como cuando yo encuentro una palabra rara en el diccionario y la meto con calzador en todas las ocasiones que puedo, solo que yo lo hago para irritar a Marisa y él lo hacía para presumir. Yo digo, por ejemplo, que siento una tristeza acuciante. Luego digo que vaya manera acuciante de llover o que al que acucia dios le ayuda. Pues este tipo del que os hablo igual, mientras hablaba conmigo y con el chigrero alzaba la voz como si en realidad lo hiciera para todos los presentes y que me maten si no dijo cuatro veces extrapolar en una parrafada sobre sus vacaciones en el Caribe y que me maten si no había pedido un préstamo para tomarse esas vacaciones porque la vida es muy corta y no te la vas a pasar en chándal y zapatillas (y compartió media sonrisa con el chigrero, mientras los dos me miraban de reojo a mí, a mi chándal y a mis zapatillas). Se había comprado una segunda casa en la costa y decía que el tipo del banco y él eran uña y carne y le había engrosado el préstamo para que se comprara también un coche.

Pero mi Marisa se había enfadado por alguna razón que desconozco y pensé que a lo mejor el pobre era un tipo de origen humilde que fanfarroneaba y decía “extrapolar” y “trasladarte mis dudas” porque andaba bajo de autoestima y no se merecía caer en el pozo oscuro de la pobreza, así que la siguiente vez que me encontré con él (esta vez hurgaba en un contenedor) le invité a un vino en el bar de debajo de casa y le dije que no hacía ni media hora me había encontrado a su amigo el del banco pidiendo limosna en chándal y zapatillas en la calle, y aproveché para gritar, a viva voz, dirigiéndome también al chigrero y a todo aquel que me quisiera escuchar:

—¡¡ME CONSIDERO AFORTUNADO PORQUE A MÍ NADIE ME COMPADECERÁ NUNCA AUNQUE ME VEAN HURGAR EN UN CONTENEDOR O HACER COLA EN LA COCINA ECONÓMICA!!

Mi chándal relucía de orgullo y me dio la impresión de que mis zapatillas se elevaban del suelo conmigo dentro, por encima de las cabezas de los parroquianos, por encima de las cabezas de hidalgos  albañiles y usureros.

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