El lado oscuro (y húmedo) de grandes estrellas de la Fox
“¿Es que los dibujantes esos que tanto te gustan no saben pintar más que porquerías? Franceses tenían que ser...” A mi padre no le faltaba razón: muchos de mis dibujantes favoritos –Moebius, Crumb, Corben, Boucq– eran, ya entonces, bastante cochinos para la media de aquella España, tan ingenua, inexperta, preadolescente y granujienta como yo... O tempora, o mores! Si los comparásemos hoy con Javi Guerrero, ese hombre, la mayoría nos parecerían dibujantes de la factoría Disney.
¿He dicho dibujantes de la Disney?
Bueno, aquellos tipos talentosos y estajanovistas no eran todos –ni siempre–
tan ñoños como nos hacían creer sus princesas de rizos dorados y blancas voces.
Recuerdo haber leído hace años no sé dónde un reportaje que contaba cómo, desde
los buenos viejos tiempos del tío Walt, algunos animadores –probablemente
asfixiados por la censura, por el coñazo de la proverbial corrección política
de la casa o, simplemente, por hacer un poco el gamberro– se dedicaban, por las
noches, los fines de semana, cuando los jefes no los veían (o precisamente para
ellos, vete a saber), a producir algo parecido a eso que los fotógrafos de la
BBC (Bodas, Bautizos y Comuniones) llaman “planos guarros”: en este caso, escenas
muy subidas de tono, protagonizadas contra su voluntad por las más grandes
estrellas del estudio y destinadas a ser exhibidas clandestinamente, entre
vapores de tabaco y alcohol, en sesiones golfas con compañeros o con amigotes
de la máxima confianza, pues se jugaban el empleo y la honra.
En una de aquellas desvergonzadas
subproducciones, auténticas piezas de museo que ningún museo se atrevería a
publicitar en su catálogo, un gimnástico Mickey le daba a una Minnie muy
traviesa –o viceversa– más satisfacciones que en ningún otro título de su
fecunda filmografía conjunta. En otra, Donald jugaba a los veterinarios con
Pluto, mientras Goofy le demostraba a Daisy que, aunque le hubiesen encasillado
en papeles de pringao, los tenía literalmente muy bien puestos.
Cuando leí “Mi Marisa
es un ángel”, (si no lo habéis leido no sois
personas), me acordé de aquello. Y empecé a sospechar.
Ahora lo sé. Tras la barba postiza,
el impostado acento playu y el cuento del ictus para disimular su maestría con
el lápiz estuvieron siempre esos ojos achinados, que ya no engañan. Javi
Guerrero, aka Yodel Song, es en realidad un antiguo animador coreano de los
Simpsons, despedido por la Fox tras descubrir bajo su mesa demasiado vino de
cartón y seis discos duros con decenas de “planos guarros” de unos Simpsons
falsarios y lenguaraces. Sí: Mariano fue una vez Homer. Y Marisa, Marge. Y el
Bar de Moe es ese bar en el que parecen vivir Dangerous Man y su pandilla de
descerebrados.
Y donde hay globos hay alegría, pero también una cochina
obra de arte.
Lo dice Gallota
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