domingo, 24 de julio de 2011

SORBETE DE LIMÓN Y ZAPATOS LIMPIOS


A veces las ideas se fijan en nuestra mente con huella indeleble y ni si quiera sabemos en qué momento se improntaron en nuestro ideario. Cuando Marisa me vio un día  con los zapatos lustrosos porque aquella mañana me había dado la compulsión limpiadora de los domingos a pesar de ser solo lunes, me dijo que a dónde iba con esos zapatos tan limpios, que parecía un deficiente mental. En seguida reconocí la naturaleza de su afirmación como el resultado de una impronta inconsciente e irracional que en algún momento de su vida se había alojado en su cerebro para quedarse allí hasta que la afilada hoja de la guadaña de la parca segara su vida dentro de 30 o 40 años o quizás mañana.
- ¿Los subnormales llevan los zapatos limpios?-, dije
- Sí, creo que sí...
- ...
- Es que los subnormales están al cuidado de algún familiar y eso...
- Vaya, así que los subnormales llevan los zapatos limpios porque están al cuidado de algún familiar.
- Sí, Mariano, alguien le tiene que limpiar los zapatos a los subnormales ¿no?
- ¿Insinúas que un subnormal no puede limpiar sus zapatos cuando son capaces incluso de reponer en los supermercados y estudiar carreras universitarias?
- Vamos a ver, Mariano: Si alguien tiene un hijo subnormal no quiere que la gente piense que  descuida su aseo porque siente algún tipo de aversión a su hijo tarado o que, dado su escaso coeficiente intelectual, no tiene sentido ocuparse demasiado de su bienestar, así que lo tienen siempre de punta en blanco  y con los zapatos son especialmente escrupulosos.
Otra cosa que me jode de Marisa es cuando dice :"Vamos a ver, Mariano". Normalmente esta frase suele preceder a un razonamiento coherente que demuestra sin ningún género de dudas que yo soy tonto y ella lista; pero en este caso, por ejemplo, sus argumentos eran tan estúpidos como el 90 por ciento de los míos. Yo creo que en algún momento de su vida tuvo algún vecino síndrome de down con los zapatos muy limpios y elaboró esa teoría de manera inconsciente para justificar algo incomprensible para ella : que un subnormal pudiera tener los zapatos más limpios que su padre, que da siempre la impresión(al menos desde que yo lo conozco) de encontrar atajos en barrizales inhóspitos que pasan desapercibidos para el resto del mundo, incluso cuando sale cinco minutos en busca del pan. Le hice saber lo que pensaba de los zapatos de los subnormales y los zapatos de su padre. No quiso reconocer que su padre llevaba siempre los zapatos viejos y sucios  y zanjó el tema diciéndome que hiciera lo que me diera la gana  con mis zapatos pero que a ella la dejara en paz.
Fuimos a comer por ahí y en los postres tuvimos una agria disputa sobre los sorbetes de limón. Ella pidió un sorbete de limón y le pusieron un helado de limón. Yo sabía que lo que ella quería era una de esas copas con hielo y una pajita pero estaba seguro de que en aquel sitio llamaban al helado de limón sorbete de limón porque en el menú de la pizarra ponía de primero fidegua y de segundo escalopinos, y se lo hice saber antes de que pidiera el postre, pero ella no soporta que yo sepa algo que ella no sabe y no me hizo caso.
-¡¡PERO MARISA, POR DIOS, TE VAN A PONER UN HELADO Y NO UN SORBETE Y CUANDO ESO OCURRA YA NO HABRÁ MARCHA ATRÁS!!
No me hizo caso y se llevó un disgusto cuando vio el helado, estuvo un rato comiendo con desgana y yo aproveché para pincharla:
- ¡¡OH, VAYA, QUE SORBETE MAS EXTRAÑO, QUE TIENE UN SORPRENDENTE PARECIDO CON UN PUTO HELADO DE BOLA CON SABOR A LIMÓN!!
Se enfadó un poco y, después de intercambiar algunos insultos, le entró la risa y señaló al chef, que se tomaba una cerveza en la barra:
-Mira Mariano ¿Habías visto antes a un cocinero con unos zapatos de calle tan lustrosos? Es un deficiente que confunde los sorbetes con los helados.
En la imagen, página 1 de 4. 

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