La niña tenía al nacer una cabeza como uno de dos años y me asombró que aprendiera a caminar sujetando eso encima de los hombros con su cuellecito enclenque, como me sorprendía de niño que el bueno de Piolín se mantuviera erguido sobre su columpio de canario. No resulto ser estúpida ni demasiado lista a pesar de la desproporcíon . Aprendió a decir mamá en el momento adecuado y La cabeza pareció adaptarse con el tiempo al tamaño del resto del cuerpo. Aprendió también a andar y su presencia comenzó a resultar molesta así que mis paseos nocturnos se hicieron cada vez más largos (para hacer la digestión después de la cena). Marisa no decía nada porque en realidad se había puesto un poco estúpida con la maternidad y lo único que le importaba en la vida era alimentar a su hija y que el tamaño de la cabeza fuera solo una broma con final feliz. Cada vez me reía menos las tonterías y ni me miraba cuando me iba, a pesar de que hacía mucho ruido comprobando que las llaves estaban en el bolsillo y al ponerme los zapatos y tirar las zapatillas a tomar por el culo contra la pared, además de chillar como un lunático al comunicarle que me iba a dar un paseo.
-¡¡ME VOY A DAR UN PASEO....A DAR UN PASEO!!
Nada. Entonces me quedaba un rato en el quicio de la puerta abierta y esperaba respuesta. Nada.
- ¡¡ME VOY A DAR UN PASEO POR LA PLAYA QUE HACE UNA NOCHE MUY BONITA Y TENGO EL ESTÓMAGO UN POCO PESADO!!
Nada.
Creo que estaba molesta porque yo no había tocado a la niña desde que nació con la excusa de que tenía miedo de que la cabeza se desencajara del resto del cuerpo y rodara por el suelo en solitario. Tampoco le hacía gracia que no consiguiera aprenderme su nombre ( Nerea , cualquiera se acuerda) ni que le diera pataditas disuasorias en las costillas cuando se acercaba gateando con su sonrisa bobalicona y sus sonidos guturales.
Marisa ya no me dejaba metérsela cuando me apetecía como antes así que los paseos nocturnos acababan siempre a los alrededores de la puerta de la casa de putas del parque del gas, que nunca me atrevía a franquear.
Pero un día se asomó una puta con una carita que era igual que la de la virgen de Covadonga pero con un cuerpo proporcional al tamaño de la cabeza o incluso quizás demasiado grande para esta, no como la figurilla de la Santina, que nunca me excitó especialmente por su aspecto de preadolescente misericordiosa. Inexplicablemente, padecí una erección sobrenatural y dolorosa. Las leyes que rigen la líbido de los hombres son inescrutables y misteriosas.
Le pedí a la puta que se hiciera la muerta mientras lo hacíamos y que procurara no respirar o respirar de manera que no se notara. Luego le dije que tenía una cabeza muy bonita y le di un beso en la frente antes de irme.
-¿Sabes qué?- le dije a mi Marisa.-en la parada del autobús había una mujer que tenía la cabeza como la Santina.
- ¿Y...?
- Y nada, le pedí que se hiciera la muerta.
Siempre me pasa igual: cuando tengo que mentirle a mi Marisa el cerebro se me pone como una uva pasa y no sé ni lo que me digo.
En la imagen, una historia del señor esquizo y Kince, la niña bonita.
-¡¡ME VOY A DAR UN PASEO....A DAR UN PASEO!!
Nada. Entonces me quedaba un rato en el quicio de la puerta abierta y esperaba respuesta. Nada.
- ¡¡ME VOY A DAR UN PASEO POR LA PLAYA QUE HACE UNA NOCHE MUY BONITA Y TENGO EL ESTÓMAGO UN POCO PESADO!!
Nada.
Creo que estaba molesta porque yo no había tocado a la niña desde que nació con la excusa de que tenía miedo de que la cabeza se desencajara del resto del cuerpo y rodara por el suelo en solitario. Tampoco le hacía gracia que no consiguiera aprenderme su nombre ( Nerea , cualquiera se acuerda) ni que le diera pataditas disuasorias en las costillas cuando se acercaba gateando con su sonrisa bobalicona y sus sonidos guturales.
Marisa ya no me dejaba metérsela cuando me apetecía como antes así que los paseos nocturnos acababan siempre a los alrededores de la puerta de la casa de putas del parque del gas, que nunca me atrevía a franquear.
Pero un día se asomó una puta con una carita que era igual que la de la virgen de Covadonga pero con un cuerpo proporcional al tamaño de la cabeza o incluso quizás demasiado grande para esta, no como la figurilla de la Santina, que nunca me excitó especialmente por su aspecto de preadolescente misericordiosa. Inexplicablemente, padecí una erección sobrenatural y dolorosa. Las leyes que rigen la líbido de los hombres son inescrutables y misteriosas.
Le pedí a la puta que se hiciera la muerta mientras lo hacíamos y que procurara no respirar o respirar de manera que no se notara. Luego le dije que tenía una cabeza muy bonita y le di un beso en la frente antes de irme.
-¿Sabes qué?- le dije a mi Marisa.-en la parada del autobús había una mujer que tenía la cabeza como la Santina.
- ¿Y...?
- Y nada, le pedí que se hiciera la muerta.
Siempre me pasa igual: cuando tengo que mentirle a mi Marisa el cerebro se me pone como una uva pasa y no sé ni lo que me digo.
En la imagen, una historia del señor esquizo y Kince, la niña bonita.
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