domingo, 24 de octubre de 2010

EL BLUES DEL SOCIÓPATA



Pues no sé por qué ando siempre medio cabreado con los psicólogos. ¿Verdad que son raros?. Una profesión que consiste en inmiscuirse en las vidas ajenas es rara de cojones. No me malinterpretéis todos aquellos que hacéis uso de estos profesionales porque la vida os va muy mal y le tenéis miedo a los ascensores, los autobuses, los espacios abiertos, a los hombres, a las mujeres, al trabajo, a la falta de trabajo, a la falta de ganas de trabajar, a trabajar con otras personas a las que no conocéis y con las que no iríais a tomar un vino ni al bar de la acera de enfrente, a la vecina del ascensor que os dice siempre la misma cosa e intenta contaros su enfermedad en el corto espacio de tiempo que dura un viaje en el ascensor; a la vuelta a casa después de las vacaciones y al primer día de trabajo que ello conlleva; a los viajes en globo y al puenting (que alguien os ha dicho que tenéis que probar para que al final de vuestras vidas podáis sentiros orgullosos de haber estado en este mundo) ; a los viajes a países con mil colores y poco pan(que alguien os ha dicho que tenéis que probar para que al final de vuestras vidas podáis sentiros orgullosos de haber estado en este mundo) ; a charlar con ese tipo que lleva el sombrero amarillo y las botas de piel de serpiente y se rasca los huevos constantemente; a que vuestra empresa de telefonía no os haya enviado el móvil nuevo y sin embargo sí os haya renovado el contrato por un año y medio; a que esas chicas tan jóvenes ya no sean accesibles o que esos chicos tan jóvenes os traten de usted y a que esos tipos tan viejos de 40 años pretendan saber más que vosotros aunque se comporten como tarados. En fin: Podría escribir un ensayo muy aburrido consistente en una larga lista de carencias personales de mil colores pero, repito, no me malinterpretéis amigos, todo está en el autobús. Me explico:
Un día me encontré con mi amigo Raulito en el autobús y me explicó, antes de que me diera tiempo a preguntarle por su madre, que el psicólogo le había dicho que era un sociópata y le había recetado pastillas y terapia larga, pero larga. Pude detectar con mi asombroso olfato de detectar snobs, que Raulito se sentía en realidad muy orgulloso de ser un sociópata e incluso me dio la impresión de que poder ponerle nombre a su extravagancia había imprimido en su rostro una altanería de la que antes carecía, entre otras cosas porque ponerle nombre de patología a la falta de higiene mental provoca siempre que el supuesto enfermo se identifique con su enfermedad como un seguidor del Sporting se identifica con su equipo: con orgullo. Así que Raulito me iba contando sus cosas de por qué odiaba a todas las personas que le rodeaban y revestía sus argumentos con esa lógica tan bien hilvanada con que se pueden revestir los argumentos si hay imaginación y cara dura.
-¿Te has parado a pensar que la razón de que odies a todo el mundo no es que sean todos defectuosos, torpes o malvados, sino que todo el mundo te odia a causa de que notan que tú los odias porque eres feo y con las orejas grandes?-, le dije, con mi voz de tipo listo que arquea las cejas y mira indiferente.
-¿Soy feo?
- Claro, hombre, feo y necio y con mal olor. No has nacido para ser feliz, asúmelo y disfruta de los 30 0 40 años que te quedan de vida. ¿No te da el sueldo para ir de putas?¿ Quieres que te preste algo de dinero?- le ofrecí 50 euros y bien contento que se fue.
¿Psicólogos? Bah.
Mi Marisa me esperaba en casa con su ropita de querer follar. Cuando me acerqué a ella por detrás, me dijo:
-Pero qué feo eres y qué mal hueles cuando vienes del bar.
- Y tú una puta.
Aquel día le conté lo de Raulito y nos reímos más que follamos.
En la imagen, una de 2 páginas.

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