martes, 27 de agosto de 2013

Hay que llegar




Cuando trabajaba en Tineo en el IMI (ingresos mínimos de inserción), había un encargado, Choli o algo así, creo que se llamaba, que tenía la mirada fría y malvada y el aspecto de un capataz inevitable en las Américas salvajes. Un día me ordenó que cortara una rama que cruzaba por el camino a una altura de unos 4 metros y al parecer era susceptible de tropezar con alguna maquinaria que iba a pasar por allí. Miré la rama desde mi pequeñez y luego lo miré a él. “Eso está hecho, jefe”, le dije. Se alejó y me fui al bar y me metí un par de vinos al coleto y uno de aquellos chorizos que colgaban detrás de la barra. Cuando salí me encontré al capataz inevitable mirando pensativo a la rama como si en ella se encontrara el misterio de la santísima trinidad. “No has cortado la rama”, dijo. “No llego” le dije. “Pues hay que llegar”. Nos quedamos unos segundos mirando a la rama e incluso estuve por admitir  que el capataz inevitable tenía razón y había que llegar pero hice solamente el gesto de ponerme de puntillas e intentar alcanzar la rama inalcanzable estirándome como si quisiera alcanzar la luna. Me miró como si tuviera un calamar por cabeza y se alejó. Volví al bar y, sin que yo hubiera abierto la boca, el chigrero me puso un vino y dijo:

—Está empeñado en cortar esa rama, el pobre, pero no se atreve porque sabe que el árbol es mío y le rompo la cabeza.

Leticia desorientada


sábado, 24 de agosto de 2013

BOTELLÓN EN GIJÓN.


Por lo que sabemos, hay una prohibición expresa contra el botellón en zona urbana desde junio de este año pero en el momento de la entrada en vigencia de la nueva ley "no se vio asomar a ninguna patrulla policial. Ni siquiera para divulgar la normativa, como aseguraron desde el Ayuntamiento que harían en estos primeros días de «ley seca» en las calles." (la Nueva España, Junio de 2013) O sea, que sin haber puesto en marcha el plan A y saber si funciona, ponen en marcha el plan B.
 Los turistas que se acerquen a las policialmente acordonadas escaleras de la Plaza de Arturo Arias (El Lavaderu, Xixón) para evitar botellones e insalubridad, imaginarán a los gijoneses como una horda de borrachos cagadores y a los gobernantes de nuestra ciudad como unos tarados con un coeficiente negativo en inteligencia creativa. Multamos o castigamos a los espacios afectados en vez de a los infractores para que nuestros policías puedan seguir comiendo donuts. Creo que en el parque Isabel la Católica se hacen botellones: arrasémoslo con napalm.

martes, 13 de agosto de 2013

El testimonio estremecedor de Marisa Verdasco.


A mí nunca me han atracado en la calle y siempre pensé que si algún día ocurría me desmayaría como un pajarito, pero parece que tengo unos ovarios como gramófonos porque veréis lo que me pasó esta tarde. Yo ya iba a sacar las llaves del portal cuando vi una sombra proyectada en la puerta. Estuve un rato largo hurgando en el bolso y las llaves no aparecían así que me extrañó que la persona que proyectaba su sombra detrás de mí, si era un habitante del edificio, no sacara las suyas para abreviar y entonces me volví par disculparme por mi torpeza.
—No las encuentro —dije.
—Dame el bolso —dijo.
Era un tipo con aspecto tontorrón y una navaja insegura en su mano derecha que parecía más preparada para cortar pan y queso que para apuñalar.
—¿El bolso? —dije—. ¿Para qué quieres un bolso de mujer?
—A mí no me gusta hacer esto pero mis hijos tienen que comer mañana y estoy en paro.
—Vamos a hacer una cosa —yo todavía estaba buscando en el bolso—. Mira, aquí tengo un monedero con una cantidad indefinida y aquí cuarenta euros. Elige.
—¿Cómo que elija?
—Sí, tienes que escoger entre el monedero que puede contener doscientos euros o quizás diez o  elegir en cambio estos cuarenta que son seguros.
—…—pobrecito mío, estaba confundido y no decía nada
—O puedes entrar conmigo en el portal y comerme el coño y te llevas el monederito y los cuarenta euros.
Le entró miedo al pobrecito. Se metió la navaja en el bolso y se fue casi corriendo. Antes de doblar la esquina se volvió a gritar:
—¡¡PUTA!!
Le temblaban las piernas.
Marisa Verdasco

viernes, 9 de agosto de 2013

VIEJO MINERO TOCAPELOTAS

Había un viejo minero jubilado que siempre entraba y salía de la peluquería hablando de sus enfermedades. Siempre de enfermedades. Cuando tuve que cerrar unas semanas por mi obstrucción intestinal pensé que esta vez le cerraría la boca un rato explicándole cómo me colocaron los intestinos en el pecho y todas las porquerías. No me dejó ni empezar a hablar y me lo explicó todo sobre sus deposiciones negruzcas.
—Me hicieron un tacto rectal —dijo, orgulloso
—Bueno, si tuviste la suerte de que te lo hiciera una doctora de dedos finos. Suelen pararse a hurgar unos segundos.
Se puso colorado como un centollo
—A mi esas mierdas no me van. A una mujer hay que darle y hay que darle bien y hay que darle por donde hay que darle.
—Me he perdido — dije.
Se hizo un silencio muy tenso.
“Dudurududum”. Me puse a tararear una vieja canción de lo Coasters, para aligerar el ambiente. Luego puse en Spotify una de Village People aunque supuse que no entendería el guiño. Cuando le rasuré el pelo del cuello, viendo que empalmaba con el de la espalda, le dije que si seguíamos para abajo iba a terminar teniendo que bajarse los pantalones.
Se fue para no volver. Me puse una lista de reproducción de viejas canciones yodel.
Oulirouliouu.

jueves, 8 de agosto de 2013

EL CLIENTE MÁS PECULIAR DE LA PELUQUERÍA (una historia real)



Mi cliente niño más peculiar era un gitano de 11 años. La primera vez que vino a cortarse el pelo me dijo “al uno por los laos y de pincho por arriba”. Luego: “un poco más por el medio para que haga esquina por aquí”. Al final: “ahora márcame dos rayos con la máquina encima de las orejas y con las mismas nos vamos chutando”.

La siguiente vez que vino se fijó, mientras esperaba, en esa cestita que veis en la foto. Además de esa cestita tenía dos tarros de cristal llenos de colillas de lápiz y le llamó la atención y me preguntó que para qué guardaba tantos lápices. Le expliqué que quería presentarme al record guiness de almacenamiento de colillas de lápiz en tarros de cristal y le expliqué también lo que era el record guiness con varios ejemplos espectaculares que le pusieron la mandíbula en la barbilla. Le dije que tenía diez tarros más en casa pero que necesitaba al menos dos mil tarros llenos para conseguirlo.

—El problema —le dije—es que los niños que vienen con sus padres los ven en el tarro o en la cesta y les llaman la atención como si fueran golosinas y los cogen y se los llevan y de esa manera no voy a conseguir nunca los dos mil tarros llenos.

Se quedó mirando. Se quedó allí mirando los tarros y la cestita como si contuvieran joyas y yo pensé que estaba esperando un descuido mío para llevarse una colilla de lápiz. Al rato entró un padre con sus dos hijos de 4 y 6 años aproximadamente y el Kevin (creo recordar que así se llamaba el gitano) les dijo, señalando la cesta:

—¡¡Ojito con coger ninguno que son pal guiness!!

Desde entonces siempre que venía se apostaba al lado de la cestita de lápices y los vigilaba.

La última vez que le corté el pelo antes de que me diera el jamacuco le pregunté, en broma, que si quería que le recortara las patillas o se las dejaba largas (no tenía patillas).

—Hostia, hostia, vaya mierda de palabra, qué asco me da, no la puedo soportar —dijo entonces

—¿Qué palabra?

—Esa

—¿Recortar?

—No, patillas, que no la puedo soportar, esa palabra.

—¿Patillas?

—Ay, por favor, qué palabra.

Me cuidaba los lápices y no soportaba la palabra patillas. ¿Os lo podéis creer?