jueves, 8 de agosto de 2013

EL CLIENTE MÁS PECULIAR DE LA PELUQUERÍA (una historia real)



Mi cliente niño más peculiar era un gitano de 11 años. La primera vez que vino a cortarse el pelo me dijo “al uno por los laos y de pincho por arriba”. Luego: “un poco más por el medio para que haga esquina por aquí”. Al final: “ahora márcame dos rayos con la máquina encima de las orejas y con las mismas nos vamos chutando”.

La siguiente vez que vino se fijó, mientras esperaba, en esa cestita que veis en la foto. Además de esa cestita tenía dos tarros de cristal llenos de colillas de lápiz y le llamó la atención y me preguntó que para qué guardaba tantos lápices. Le expliqué que quería presentarme al record guiness de almacenamiento de colillas de lápiz en tarros de cristal y le expliqué también lo que era el record guiness con varios ejemplos espectaculares que le pusieron la mandíbula en la barbilla. Le dije que tenía diez tarros más en casa pero que necesitaba al menos dos mil tarros llenos para conseguirlo.

—El problema —le dije—es que los niños que vienen con sus padres los ven en el tarro o en la cesta y les llaman la atención como si fueran golosinas y los cogen y se los llevan y de esa manera no voy a conseguir nunca los dos mil tarros llenos.

Se quedó mirando. Se quedó allí mirando los tarros y la cestita como si contuvieran joyas y yo pensé que estaba esperando un descuido mío para llevarse una colilla de lápiz. Al rato entró un padre con sus dos hijos de 4 y 6 años aproximadamente y el Kevin (creo recordar que así se llamaba el gitano) les dijo, señalando la cesta:

—¡¡Ojito con coger ninguno que son pal guiness!!

Desde entonces siempre que venía se apostaba al lado de la cestita de lápices y los vigilaba.

La última vez que le corté el pelo antes de que me diera el jamacuco le pregunté, en broma, que si quería que le recortara las patillas o se las dejaba largas (no tenía patillas).

—Hostia, hostia, vaya mierda de palabra, qué asco me da, no la puedo soportar —dijo entonces

—¿Qué palabra?

—Esa

—¿Recortar?

—No, patillas, que no la puedo soportar, esa palabra.

—¿Patillas?

—Ay, por favor, qué palabra.

Me cuidaba los lápices y no soportaba la palabra patillas. ¿Os lo podéis creer?

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