lunes, 21 de septiembre de 2015

Kitsch y hortera

Español, lo que se dice español, no tengo ni repajolera idea de cómo es la sensación de serlo. Puedo hacerme un esbozo muy grueso que se queda en imágenes, olores y recuerdos que imprimaron mi cerebro sin hacer esperando el momento de realizar en él, con los años, un cuadro coherente. El retablo de mi sentir español se hace esperar y el concepto no aparece; si tengo que sintetizar en él el nexo entre la totalidad de la nación creo que quedaría algo muy kitsch; si puedo dejar fuera lo que pienso que son todos aquellos cuyos usos y costumbres me son ajenos el resultado es una extraña mezcla entre sórdido y naíf, que es, curiosamente, lo que hago últimamente sobre el papel con mis propios pinceles, ahora que el cuadro de mi españolismo se sigue degradando. Podría también redirigir el cuadro hacia el sentir asturiano, pero, como todos los sentires nacionales, viene nuevamente salpicado de elementos kitsh y hortera, ya que tampoco es fácil encontrar el punto común con el resto de mis vecinos de región ni de ciudad ni de barrio ni de portal, no hasta el extremo de que podamos compartir cuadro sin tener que discutir la composición de los elementos y los colores, el tamaño de las pinceladas o los claroscuros y convertirlo en un híbrido mediocre.
Parece, sin embargo, que el reconocimiento de cualquier personaje público (véase Fernando Trueba) de ser ajeno a esa íntima sensación de madre patria escandaliza y hace titulares, mientras casi siempre es el folklore y la tradición, con valores muchas veces insensatos y sin actualizar, el reclamo que se usa para llamar a la unión en base a sentimientos de cerebro anfibio.
Pero yo también quiero pertenecer a un grupo, a ese que hace una buena criba en la cultura heredada y sigue dudando y cuestionando, por muchos abismos que abran sus preguntas en su zona de confort. ¿Sabremos reconocernos los miembros de este grupo cuando nos encontremos por la calle? ¿Tendremos ganas, caso de reconocernos, de hacer algo juntos, o nos conformaremos con mostrarnos respeto (o tolerancia, que es hermana de la condescendencia)?
A mí, sinceramente, me la pela, porque ni en el exquisito grupo de los bufones encuentro razones para hacer piña incondicional.