sábado, 29 de septiembre de 2012

EL IRLANDÉS DE MARISA



  

   Mi Marisa me dijo que se iba a alojar un irlandés en nuestra casa durante unos días. Era un amigo de un amigo al que no conocíamos y se venía a trabajar a España y la idea era darle alojamiento mientras encontraba piso.
—Jolines, Marisa, ahora resulta que vas a llenar la casa de irlandeses desconocidos sin consultarme. No me apetece tropezarme en la cocina con un tipo que usa faldas y no lleva calzoncillos, no podré dejar de pensar en sus huevos colgando mientras hablo con él.
—Eso son los escoceses. Y no tendrás que hablar con él porque no habla español.
—Ay, Marisa, no creo  que pueda soportarlo. Los hombres somos territoriales y yo soy incapaz de orinar en los servicios públicos sí hay otra persona haciéndolo, aunque haya veinte urinarios y estemos uno en cada extremo. No me imagino comiendo en la misma mesa mientras vosotros dos charláis de vuestras mierdas en inglés. ¿Cómo sabré que no os estáis riendo de mí o insultándome?
—Siempre puedes comer media hora antes o después.
—¡¡Por dios, Marisa, al final terminarás por ponerme un comedero en el baño!! Todavía no ha llegado el invitado y ya me siento desplazado. Solo espero que no desfile por el pasillo atronando la casa con su gaita y nos deje el suelo lleno de pelos rizados de sus genitales.
Estuve unos días meditabundo y con expresión desconsolada para hacer ver a Marisa cómo me afectaba la situación que me iba a imponer. Pero ella tiene unos principios inquebrantables y no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer y finalmente apareció con el tipo en casa. No llevaba falda ni gaita pero se le veía cierta altanería irlandesa. Parecía querer decir, a juzgar por la expresión de su rostro: “Yo soy un IRLANDÉS  y  tengo unos huevos como esos altavoces y tú eres un puto mariano insignificante”. Luego se mantuvo muy comedido durante la comida, haciendo ver que  comía por no hacernos un feo y bebiendo una cervecita a sorbos diminutos, solo para humillarme delante de Marisa que, aunque normalmente bebía grandes vasos de vino de dos tragos, ahora parecía paladear los mini-sorbitos de tinto y estiraba el meñique como si fuera una condesa. Se permitió incluso recriminarme cuando llené mi tercer vaso y luego sacudir la cabeza con desaprobación mientras me limpiaba la boloñesa de la barbilla.
El irlandés, cuyo nombre olvidé justo dos segundos después de ser presentados, quiso ser amable conmigo.
—¿Qué tal el vino? —chapurreó como pudo (lo había traído él).
—Estamos en España, puto irlandés de mierda, y no nos gusta el vino francés porque tenemos unos vinos cojonudos y que sepas que mis cojones son más grandes que los tuyos y seguro que más limpios —dije, con una sonrisa que pretendía parecer enigmática.
—Mariano, cariño, Graham no habla español pero lo entiende perfectamente.
—¿Graham?¿Qué es un Graham?
Fue la última vez que le dirigí la palabra durante su corta estancia. Veía como charlaban y charlaban y yo ponía cara de gran tormento o de amante despechado. Cuando él llegaba yo me iba dando un portazo y deambulaba por los bares hasta altas horas de la madrugada para asegurarme de no tener que verle la cara. Cuando por fin encontró un piso a su medida había pasado un mes y mis relaciones con Marisa se habían deteriorado.
Marisa no  me dirigía la palabra y se ponía sus platos y su vaso y se servía su vino y yo el mío. En la cama se apretaba contra la pared para que nuestros culos no se rozasen y a veces se iba a dormir al sofá cuando yo llegaba borracho como un lémur y apestando a vino. Un día me deslicé con sigilo por detrás cuando ella lavaba unos platos y le dije al oído:
—Ay, Marisa, ¿ya no me vas a querer nunca más?
—…
—¿Eh?
—No sé.
—¿Quieres que me vaya de casa?
—No sé.
—¿Y si limpio los azulejos y las ventanas todas las semanas?
—No sé.
—Puedo lavar a mano tus braguitas  frotándolas bien para que desaparezcan esos restos que siempre quedan.
—No te arrastres —dijo, y la vi sonreír a través del reflejo en el grifo mientras notaba que su mano me apretaba los huevos. Es un ángel.

viernes, 28 de septiembre de 2012

POLICÍA ANTIMARIANO



Mi  Marisa me llevó engañado porque sabe que odio las multitudes iracundas y las pacíficas también. Joder, estábamos en el meollo. Podía adivinar lo que había comido el antidisturbios que me amenazaba con la porra, de lo  pegada que tenía su boca a mi jeta.
-A mí esto me gusta tan poco como a usted, señor, de hecho, si me deja una porra y un casco de esos me uno a su bando. ¿Cree usted que me estaría permitido meterle con la porra a ese viejo en las rodillas?- le dije amablemente, escupiendo  al hablar algunas partículas de mortadela del bocadillo que me estaba comiendo (mi Marisa siempre me regaña por mi manía de hablar con la boca llena)
El hombre no decía nada. Tampoco sé si me estaba escuchando. Tenía una mirada fija muy inquietante. Marisa estaba entretenida hablando a gritos con un joven de expresión misericordiosa  que de vez en cuando se arrodillaba y levantaba las manos en una especie de éxtasis místico. Quizás estaba viendo a la Virgen por ahí flotando encima de las cabezas de los antidisturbios.
-¿Y a este que está rezando?¿Podría meterle una patada en todos los dientes?- dije- Yo siempre quise  tener un trabajo como el suyo durante unas horas en una situación como esta para poder desquitarme de lo que sea que me ocurra en ese momento, quizás una crisis existencial ¿Sabe lo que es una crisis existencial? ¿No? Pero una crisis a secas sí que sabe lo que es, lo noto en su manera de agitar la porra delante de mis ojos con esa cadencia tan desasosegante. Es como si estuviera siempre a punto de dar el cachiporrazo pero siempre se arrepintiera a tiempo. La levanta una, dos y tres veces y la última la levanta más como para acojonar pero el acojonado es usted porque a lo mejor le estoy desconcertando con mis dudas y mis miserias ¿no es así? No se preocupe, hombre, que yo no me voy a mover de aquí ni voy a tirar piedras ni mover vallas. Yo he venido engañado por esta señorita que está a mi lado que dice que la sanidad pública patatín patatán y que la educación y toda esa mierda. Me dijo que íbamos a ver a sus primas que están estudiando aquí. Dos jamonas a las que el coño todavía no les huele a urea, ya me entiende-le guiñé un ojo- por la edad podrían ser sus hijas o mis nietas pero la verdad es que no lo son y la verdad es también que ni siquiera están esta semana aquí porque se han ido a hacer un curso de no sé qué hostias de los  huesos y la verdadera razón de que estemos aquí es que mi Marisa tenía ganas de escupirle en la cara a uno de esos hijos de puta de los cascos y las porras que si los ves en pelota compruebas que tienen los huevos pequeñinos y pegaos al culo como los gatitos.
El poli levantó la porra una, dos, tres veces. Se quedó un momento muy largo como hipnotizado con la porra en alto y los ojos como platos clavados en los míos. Le guiñé un ojo. Le tiré un beso, le hice un mohín mimosón con la boquita. Hizo como que algo le llamaba la atención varios metros más allá y se alejó haciendo ver que ponía orden.

miércoles, 26 de septiembre de 2012

MARIANO Y EL SUEÑO CREPUSCULAR



-Ay, Marisa, qué triste, esta noche tuve un sueño crepuscular en el que yo era ya anciano y me masturbaba lánguidamente en el balcón de la solana de la casa de mi abuela, observando cómo las sábanas se mecían melancólicas en el balcón. Las hojas secas flotaban en el aire y coreografiaban una triste melodía que todavía resuena en mi cabeza y el  rebuzno de un burro solitario desde lo profundo del bosque  parecía recordarme tiempos mejores que ahora amarillean en viejas fotos arrugadas.
-¿Y te masturbabas lánguidamente?
-Sí, Marisa, de manera inconsolable.
-¿Te masturbabas de manera inconsolable?
-Marisa, por el amor de Dios, estoy empezando a pensar que eres incapaz de sentir empatía.
-Perdona, cielo, pero no consigo entender cómo ese panorama otoñal te hizo sacarte la burra y empezar a pelártela y cómo puede una persona masturbarse lánguidamente o de manera inconsolable.
-Pero Marisa,  en ese momento comenzó una lluvia arrulladora que componía una grata sinfonía de canalones desbordados, repiqueteo en los cristales, y gotas deslizándose sobre las hojas desmayadas que caían  cadenciosamente sobre el barro.
-Eso es muy bonito, Mariano, supongo que te guardarías la polla.
-No, Marisa, ¿por qué habría de hacerlo? Era un anciano y ya nada me importaba, Marisa. A veces pienso que no tienes corazón ni sensibilidad.
-Sigo un poco desconcertada ante tu insistencia en meneártela en ese contexto cargado de emociones y añoranzas.
-Ay, Marisa, podía sentir el aroma de la piedra húmeda y los viejos aperos de labranza posaban envueltos en telarañas, esperando ser rescatados del olvido.
-Y te masturbabas lánguidamente.
Marisa salió de casa sin decir nada más. Se había dado por vencida.
En realidad me había callado algunos detalles de mi sueño. Debajo del viejo colchón de lana había encontrado unas revistas de putas que escondía de chaval y era asombroso el montón de pelo que tenían aquellas mujeres. Había una gorda que tenía una mata de vello púbico que le llegaba hasta el ombligo y el culo lleno de granos y varices en las piernas (no había photoshop). La rubia de las tetazas tenía una melena en el sobaco que serviría para hacerle una peluca a un señor de cabeza no muy grande. También había una de dientes amarillentos y una sola ceja que sonreía muy estúpidamente con toda la cara llena de esperma y un pegote colgándole de la oreja a modo de pendiente. De algún modo que no puedo explicar y a pesar de que en el sueño era un anciano octogenario, se me había puesto la polla como un calabacín y me la había sacudido hasta que me desperté con el glande enrojecido e irritado como una morcilla recocida.
No sé qué demonio malvado me hizo omitir las revistas de putas e incluir la paja en el relato. No sé qué demonio malo me hizo inventarme todas esas cosas sobre el otoño, la melancolía, los rebuznos, las hojas y la lluvia triste. Solo sé que, mientras llenaba la cafetera de agua, un rato después, pude ver mi sonrisa bobalicona reflejada en el grifo.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

A POR EL PAN


LOS PIES EN LA MIERDA Y LAS ARAÑAS PELUDAS




Un día conocí a la mujer de Rodrigo y estuve todo el rato pensando en arañas peludas mientras hablaba con ellos porque tenía miedo de que adivinasen lo que pensaba. En realidad solo Marisa puede adivinar lo que pienso pero lo hace todo el rato sin cortarse un pelo, sin dejarme un poco de intimidad. A veces veo una mierda desde la otra acera, en el paseo de la playa y alguien que se acerca  descalzo y, si voy solo, grito :
-¡¡CUIDADO CON LA MIERDA, POR DIOS!! –grito. Y alguna vez me llevo las manos a la cabeza al ver a la chica mirarme con la boca abierta justo en el momento en que  sus pies se hunden en el cagarro. Estoy lejos y no tengo visión telescópica,  pero la imagen de la mierda colándose entre sus deditos se queda grabada en mi retina como si la tuviera a dos palmos y es algo turbador que me acompaña durante días enteros con sus noches. Durante semanas.
Pero si me acompaña Marisa no me deja gritar porque de alguna manera advierte la alarma en mi mirada, la sigue, y adivina lo que está ocurriendo y lo que voy a hacer.
-No te pongas a chillar como un lunático, si la tiene que pisar la pisará y si no lo hace ella lo hará cualquier otro. Si quieres puedes ir por ahí corriendo con una bolsa y recogiendo todas las mierdas  o puedes quedarte toda la tarde vigilando esa para que nadie la pise pero por favor, no te pongas a chillar ahora.
- ¿No te das cuenta, Marisa, de que soy igual que el guardián entre el centeno y necesito que no ocurra nada nunca para estar tranquilo? ¿No te das cuenta de la pesadilla que es mi vida con todas esas cosas ocurriendo todo el rato? Un gran poder conlleva una gran responsabilidad, Marisa, solo quiero descansar, Marisa, y no siempre puedo deshacer el mal. Esas cosas ocurren todo el rato y yo no puedo hacer nada por evitarlo. ¡¡TODO EL RATO Y EN TODAS PARTES!!
- Muy bien, cariño, acabas de mezclar  a Spiderman, Salinger y “La milla verde” en esa coctelera que tienes por cerebro.
En fin. Marisa no siempre me comprende pero siempre me presiente, lo que me ha llevado a creer que todo el mundo puede adivinarme a poco que se esfuerce y, para evitarlo, pienso intensamente en lo contrario de lo que estoy pensando o en cosas turbias que les disuadan de hurgar en mi mente.
Les estaba diciendo a ustedes que me encontré con Rodrigo y me presentó a su mujer, que era más alta y fuerte que él, y más guapa y casi seguro que con las nalgas desprovistas de pelo y los glúteos poderosos. Rodrigo es un imbécil que siempre está opinando en alto y aconsejando sobre la vida a todo el mundo, sentenciando con la mirada profunda y frunciendo el ceño al hacerlo para dar a entender que lo que te está diciendo es producto de un esfuerzo intelectual  que haría sangrar los ojos y  oídos de cualquiera de nosotros. Así que estaba pensando en el culo de la señora del imbécil de Rodrigo y tuve que hacer un esfuerzo en pensar lo contrario, en este caso en arañas peludas, porque cuando estoy delante de una mujer y pienso en alguna parte de su cuerpo se me nota mucho. Las arañas peludas andaban por todas partes. Recorrían las paredes del parvulario pero los niños no parecían alterarse. Les tiraban papelitos mojados con cerbatanas de bolígrafo bic. Era divertidísimo porque algunos niños tenían una puntería asombrosa. El profesor se unió al juego y le acertó con el borrador a una arañota gorda que tenía cara de bonachona. Se quedó en el suelo panza arriba moviendo las patazas peludas. Solté una risa demente acompañando a la de los niños, que celebraban con entusiasmo que el maestro, que era casi siempre severo y mal encarado, participara de sus juegos y se riera también.
-¡¡JA JA JA, PUTAS ARAÑAS PELUDAS!! –grité.
Caí en la cuenta de que Rodrigo y su señora habían desaparecido y solo dos señoras me miraban desde un banco del parque con ojos asombrados.