Mi Marisa me llevó engañado porque sabe que odio
las multitudes iracundas y las pacíficas también. Joder, estábamos en el
meollo. Podía adivinar lo que había comido el antidisturbios que me amenazaba
con la porra, de lo pegada que tenía su
boca a mi jeta.
-A mí esto me gusta tan poco como
a usted, señor, de hecho, si me deja una porra y un casco de esos me uno a su
bando. ¿Cree usted que me estaría permitido meterle con la porra a ese viejo en
las rodillas?- le dije amablemente, escupiendo
al hablar algunas partículas de mortadela del bocadillo que me estaba comiendo
(mi Marisa siempre me regaña por mi manía de hablar con la boca llena)
El hombre no decía nada. Tampoco
sé si me estaba escuchando. Tenía una mirada fija muy inquietante. Marisa
estaba entretenida hablando a gritos con un joven de expresión
misericordiosa que de vez en cuando se
arrodillaba y levantaba las manos en una especie de éxtasis místico. Quizás
estaba viendo a la Virgen por ahí flotando encima de las cabezas de los
antidisturbios.
-¿Y a este que está
rezando?¿Podría meterle una patada en todos los dientes?- dije- Yo siempre
quise tener un trabajo como el suyo
durante unas horas en una situación como esta para poder desquitarme de lo que
sea que me ocurra en ese momento, quizás una crisis existencial ¿Sabe lo que es
una crisis existencial? ¿No? Pero una crisis a secas sí que sabe lo que es, lo
noto en su manera de agitar la porra delante de mis ojos con esa cadencia tan
desasosegante. Es como si estuviera siempre a punto de dar el cachiporrazo pero
siempre se arrepintiera a tiempo. La levanta una, dos y tres veces y la última
la levanta más como para acojonar pero el acojonado es usted porque a lo mejor
le estoy desconcertando con mis dudas y mis miserias ¿no es así? No se preocupe,
hombre, que yo no me voy a mover de aquí ni voy a tirar piedras ni mover
vallas. Yo he venido engañado por esta señorita que está a mi lado que dice que
la sanidad pública patatín patatán y que la educación y toda esa mierda. Me
dijo que íbamos a ver a sus primas que están estudiando aquí. Dos jamonas a las
que el coño todavía no les huele a urea, ya me entiende-le guiñé un ojo- por la
edad podrían ser sus hijas o mis nietas pero la verdad es que no lo son y la
verdad es también que ni siquiera están esta semana aquí porque se han ido a
hacer un curso de no sé qué hostias de los
huesos y la verdadera razón de que estemos aquí es que mi Marisa tenía
ganas de escupirle en la cara a uno de esos hijos de puta de los cascos y las
porras que si los ves en pelota compruebas que tienen los huevos pequeñinos y
pegaos al culo como los gatitos.
El poli levantó la porra una,
dos, tres veces. Se quedó un momento muy largo como hipnotizado con la porra en
alto y los ojos como platos clavados en los míos. Le guiñé un ojo. Le tiré un
beso, le hice un mohín mimosón con la boquita. Hizo como que algo le llamaba la
atención varios metros más allá y se alejó haciendo ver que ponía orden.
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