lunes, 3 de septiembre de 2012

PATINADORAS Y MAÑAS



Antes de conocer a Marisa hacía cosas raras. Ahora también pero antes más. Un día salí a pasear por la ruta del litoral y estaba todo lleno de patinadoras de glúteos poderosos. Se las veía muy orgullosas de sus culos y sus patines, con la barbilla muy alta y la mirada en el horizonte. También estaban las que corrían. De las que corren las hay muy variadas pero las patinadoras son casi todas espectaculares  y a veces me gusta sentarme en un banco y verlas pasar flotando sobre sus patines. Cuando las veo acercarse en la lejanía alzo el periódico de forma que no se vean sus piernas de la rodilla para abajo y el efecto es espectacular, como si estuvieran levitando a toda hostia (tenéis que probar).  No quiero decir con esto que solo haya patinadoras en la ruta del litoral ni que solo haya mujeres apetecibles. También hay viejos y gente de mediana edad;  jóvenes deportistas y parejas de todas las edades. Adelanté a dos chicas que tenía unos culos deliciosos que hacían pin pon al caminar, si entienden ustedes lo que quiero decir. Pin  pon, ya saben. Paseaban y charlaban y hacían pin pon con sus culos. Después de adelantarlas me volví a hacer como que miraba un punto en el horizonte para poder ver sus caras. Tenían entre 17 y  30 años y, por lo que pude escuchar al pasarlas, eran mañas o de por ahí. Seguí un rato caminando y pensé en simular un desmayo para que se agacharan a administrarme los primeros auxilios. La idea era desvanecerme lánguidamente con la certeza de que su primera reacción sería meterme la lengua en la oreja  y acariciarme los huevos por encima del pantalón para reanimarme mientras decían con sus voces aterciopeladas: “¡¡VENGA, MAÑICO, QUE NO TENEMOS TODO EL DÍA!!”. Finalmente caí en la cuenta de que unos metros detrás de ellas paseaban dos señores gordos y corría el riesgo de que las chicas delegaran en ellos las labores de reanimación y abandoné la idea.  Uno puede morirse en esta ciudad sin que unas mañas le administren los primeros auxilios. Según me iba alejando de la playa y el camino se iba haciendo más escarpado iban desapareciendo las jovencitas y las tías buenas y empecé a encontrarme con señoras mayores y viejos sin camiseta.
-¿Dónde coño se han metido las patinadoras y las tías buenas? -le pregunté a un señor de pelo blanco que descansaba con su bicicleta, apoyado en un banco.
Me miró con extrañeza y no contestó. Consultó la hora y siguió su camino en la bicicleta. Durante un rato no vi a nadie más. Unas nubes negras ocultaron el cielo y por un momento pensé que una horda de orcos acechaba por ahí. Vi un perro muerto a la orilla del camino y varios gatos extrañados, pero ya no se veían personas por ningún lado. Había una especie de escalera esculpida en el risco que iba a dar a la playa. La playa tenía piedrecitas en lugar de arena, era muy cerrada y no había casi nadie. Bueno, había una chica que por la apariencia podría ser mi Marisa, pero como yo todavía no la conocía no le dije nada ni me acerqué. Se puso a llover con ganas y me metí en una especie de cueva en los arrecifes para cobijarme. Al rato apareció mi Marisa pero como todavía no era mi Marisa no le dije nada de que tarde o temprano me  la iba a chupar  ni ella me llamó tarado de esa forma tan graciosa suya, porque todavía no era su Mariano.
-Vaya manera de llover, con lo bonito que estaba el día de madrugada –dijo la futura Marisa.
- Buf.
No me gusta hablar del tiempo con desconocidos. Jugueteé un poco dibujando en la arena con el pie.
-Pues como siga lloviendo así igual tenemos que pasar la noche aquí –insistió ella.
-Perdone señorita pero no me gusta hablar del tiempo con desconocidos
-¿Y con conocidos?
-Tampoco. Hasta luego.-dije. Y salí corriendo con los hombros encogidos para no mojarme tanto. Temía que me dijera su nombre y así tener excusa para aturdirme con sus reflexiones sobre el tiempo.
Llegué a casa calado hasta los huesos y preguntándome por qué había fantaseado con la idea de tirarme al suelo para que me tocaran unaS mañas y luego no había querido hablar con aquella morenita tan graciosa que a lo mejor hubiera terminado chupándomela ese día o 4 años más tarde.
Cuatro años más tarde conocí  a mi Marisa pero ella no parecía acordarse de aquel día en la playa y yo no se lo he dicho nunca y tampoco he demostrado fobia a las conversaciones meteorológicas en su presencia para evitar que  recordara ese estúpido episodio. Sin embargo, esta misma mañana le di una patada a una silla, ofuscado porque hacía un calor pegajoso que me hacía pensar en serio.
-¡¡PUTA MIERDA DE CALOR, ME CAGO EN EL VERANO DE LOS COJONES!! -dije
-Vaya, pensaba que no te gustaba hablar del tiempo.

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