Antes
de conocer a Marisa hacía cosas raras. Ahora también pero antes más. Un día
salí a pasear por la ruta del litoral y estaba todo lleno de patinadoras de
glúteos poderosos. Se las veía muy orgullosas de sus culos y sus patines, con
la barbilla muy alta y la mirada en el horizonte. También estaban las que corrían.
De las que corren las hay muy variadas pero las patinadoras son casi todas
espectaculares y a veces me gusta
sentarme en un banco y verlas pasar flotando sobre sus patines. Cuando las veo
acercarse en la lejanía alzo el periódico de forma que no se vean sus piernas
de la rodilla para abajo y el efecto es espectacular, como si estuvieran
levitando a toda hostia (tenéis que probar).
No quiero decir con esto que solo haya patinadoras en la ruta del
litoral ni que solo haya mujeres apetecibles. También hay viejos y gente de
mediana edad; jóvenes deportistas y
parejas de todas las edades. Adelanté a dos chicas que tenía unos culos
deliciosos que hacían pin pon al caminar, si entienden ustedes lo que quiero
decir. Pin pon, ya saben. Paseaban y
charlaban y hacían pin pon con sus culos. Después de adelantarlas me volví a
hacer como que miraba un punto en el horizonte para poder ver sus caras. Tenían
entre 17 y 30 años y, por lo que pude
escuchar al pasarlas, eran mañas o de por ahí. Seguí un rato caminando y pensé
en simular un desmayo para que se agacharan a administrarme los primeros
auxilios. La idea era desvanecerme lánguidamente con la certeza de que su
primera reacción sería meterme la lengua en la oreja y acariciarme los huevos por encima del pantalón
para reanimarme mientras decían con sus voces aterciopeladas: “¡¡VENGA, MAÑICO,
QUE NO TENEMOS TODO EL DÍA!!”. Finalmente caí en la cuenta de que unos metros
detrás de ellas paseaban dos señores gordos y corría el riesgo de que las chicas
delegaran en ellos las labores de reanimación y abandoné la idea. Uno puede morirse en esta ciudad sin que unas
mañas le administren los primeros auxilios. Según me iba alejando de la playa y
el camino se iba haciendo más escarpado iban desapareciendo las jovencitas y
las tías buenas y empecé a encontrarme con señoras mayores y viejos sin
camiseta.
-¿Dónde
coño se han metido las patinadoras y las tías buenas? -le pregunté a un señor
de pelo blanco que descansaba con su bicicleta, apoyado en un banco.
Me
miró con extrañeza y no contestó. Consultó la hora y siguió su camino en la
bicicleta. Durante un rato no vi a nadie más. Unas nubes negras ocultaron el
cielo y por un momento pensé que una horda de orcos acechaba por ahí. Vi un
perro muerto a la orilla del camino y varios gatos extrañados, pero ya no se
veían personas por ningún lado. Había una especie de escalera esculpida en el
risco que iba a dar a la playa. La playa tenía piedrecitas en lugar de arena,
era muy cerrada y no había casi nadie. Bueno, había una chica que por la
apariencia podría ser mi Marisa, pero como yo todavía no la conocía no le dije
nada ni me acerqué. Se puso a llover con ganas y me metí en una especie de
cueva en los arrecifes para cobijarme. Al rato apareció mi Marisa pero como
todavía no era mi Marisa no le dije nada de que tarde o temprano me la iba a chupar ni ella me llamó tarado de esa forma tan
graciosa suya, porque todavía no era su Mariano.
-Vaya
manera de llover, con lo bonito que estaba el día de madrugada –dijo la futura
Marisa.
-
Buf.
No
me gusta hablar del tiempo con desconocidos. Jugueteé un poco dibujando en la
arena con el pie.
-Pues
como siga lloviendo así igual tenemos que pasar la noche aquí –insistió ella.
-Perdone
señorita pero no me gusta hablar del tiempo con desconocidos
-¿Y
con conocidos?
-Tampoco.
Hasta luego.-dije. Y salí corriendo con los hombros encogidos para no mojarme
tanto. Temía que me dijera su nombre y así tener excusa para aturdirme con sus
reflexiones sobre el tiempo.
Llegué
a casa calado hasta los huesos y preguntándome por qué había fantaseado con la
idea de tirarme al suelo para que me tocaran unaS mañas y luego no había querido
hablar con aquella morenita tan graciosa que a lo mejor hubiera terminado
chupándomela ese día o 4 años más tarde.
Cuatro
años más tarde conocí a mi Marisa pero ella no parecía acordarse de aquel día
en la playa y yo no se lo he dicho nunca y tampoco he demostrado fobia a las
conversaciones meteorológicas en su presencia para evitar que recordara ese estúpido episodio. Sin embargo,
esta misma mañana le di una patada a una silla, ofuscado porque hacía un calor
pegajoso que me hacía pensar en serio.
-¡¡PUTA
MIERDA DE CALOR, ME CAGO EN EL VERANO DE LOS COJONES!! -dije
-Vaya,
pensaba que no te gustaba hablar del tiempo.
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