jueves, 10 de abril de 2014
CERDA RETRASADA
Le pedí un café. Nunca hablo con la camarera de la cafetería de debajo de casa porque está muy buena y me gusta hacerme el misterioso y simular que apunto cosas importantes en mi moleskine. “Comprar alcachofa” escribo. “¡Pan multicereal, que no se me olvide!”, escribo, después de unos minutos de expresión reflexiva, barbilla sobre mano. Pero aquella mañana me sentía tontorrón y me dio por sonreír. Sonreía todo el rato con la mirada desenfocada apuntando a la máquina de café. Busqué la foto de un recién nacido en el móvil y lo miré un rato con la sonrisa estúpida.
—Venga, ponme un orujo, qué cojones, que ya soy papá —dije.
—Vaya, qué bien, enhorabuena, a esta invita la casa —dijo—. ¡Qué guapo! —dijo, al enseñarle la foto.
—Sí, jamás se me ocurrió pensar que esa cerda retrasada fuera capaz de darme un hijo.
Al día siguiente hice una excursión a la siguiente manzana en busca de otro bar en el que tomar el café.
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