Cuando pelaba patatas en hoteles andorranos me entretenía en dejar que el flujo de mis pensamientos llenara de estupideces inútiles mi cerebro. Iban y venían en ninguna dirección; pero a veces se ordenaban un ratito y adquirían coherencia. No consigo recordar si la nausea de Sastre la leí antes o después (a mi me gusta pensar que después) de aquel día en que tuve una especie de alucinación existencialista en la que hasta las baldosas de la pared me parecían irreales (y no te quiero contar lo que me parecía el cocinero jefe con su ridículo sombrerito, sus venillas alcohólicas en las mejillas y el sudor del bigote). ¿Debería haberme sincerado con él y hablado de mis cuitas sin reparo?¿Hubiera provocado quizás una comunión de almas y me hubiera subido el sueldo y presentado a su bella y exuberante hija ? ¡Ay de mí, ya nunca lo sabré!
Picad en la imagen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario