El otro día me comentaban unos amigos que no sabían si eran 
imaginaciones suyas o la gente anda más triste por Gijón en el último o 
últimos dos años. Nos acordamos de “Ciudad vampira” de Nacho Vegas, la 
ciudad más triste de este país. Luego recordé a un tipo que, hace ocho o diez años, decía muy ufano y a viva voz en un bar, mientras se metía al coleto  jb con cocacola en vaso de sidra, que si no podía cambiar de coche
 cada cinco años, tomarse cinco cacharros por la noche y fumar un 
paquete de Winston todos los días, para 
qué vivir. Me imaginé a ese tipo tan escaso de inquietudes y tan 
orgulloso de su simpleza, sin trabajo ni sueldo alguno, seguramente el 
hombre más triste del país, caminando con desgracia por la avenida 
Schultz. Me imaginé que ese idiota pisaba una mierda y luego metía la 
suela en un charco para deshacerse de la plasta, de un color siena 
natural. Frotaba la suela contra el fondo del charco y luego se miraba 
los zapatos. Se le había quedado un trocito incrustado. Seguía frotando y
 no salía, la puta mierda. Me imaginé que se sentaba en un banco, ya 
resignado a llevar para siempre aquella mierda en el zapato, y ya se 
quedaba allí a esperar la muerte.
 

 
 
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