Primero fui a cortarme el pelo y luego a por unas
zapatillas. Le pedí unas cerradas de cuadros de las de toda la vida pero de mi
número solo las tenían lisas. Me quedé mirándolas. Las alcé a la altura de mis
ojos y luego examiné las suelas. La señora me miraba con unos ojos muy grandes
detrás de unas gafas muy grandes. Seguí analizando y valorando los pros y los
contras de aquellas zapatillas que no tenían cuadros. El tiempo pasaba muy
despacio. Cogí la otra y metí la mano dentro y la moví en el aire haciendo que
bailara, como si las necesitara para volar. La puse en el mostrador, me rasqué
la cabeza. Volví a examinar la suela.
—Es una gran zapatilla —dijo la señora.
Intenté contener la risa pero no pude y eclosioné una
carcajada y un salivazo fue a parar a la gafa derecha de la señora.
—Perdón, me las llevo —dije
La idea era no llevármelas porque yo quería unas de cuadros,
pero después de escupirle a la cara no me atreví a irme sin hacer compra (lo
cual no quiere decir que comprar algo os de derecho a escupirle al tendero, que
no se os olvide).
1 comentario:
Hay alguien que se está riendo al otro lado de la pantalla imaginando la situación:)
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