miércoles, 18 de mayo de 2011

MOSCA VERDE.


Dos meses después de que Marisa se fuera para darme un escarmiento la casa se había llenado de moscas y la pregunta adecuada para solucionar el problema era a dónde iban y no de dónde venían, pero yo no tenía la mente lúcida y no se me ocurría. Mi higiene personal siempre ha estado haciendo equilibrios en la cuerda floja que atraviesa los abismos de la inmundicia, si entendéis lo que quiero decir, y si no lo entendéis os diré que mi concepto de limpieza consistía antes de conocer a Marisa en evitar, en la medida de lo posible, que el olor atravesara la ropa y se exteriorizara a más de 2 metros de mi persona; luego, gracias a su influencia angelical, decidí que los sobacos y los genitales aseados cada dos días y comprarme otro par de calzoncillos era inevitable en una relación de cariño y respeto mutuo; pero ahora se había ido y mi higiene personal había resbalado de la cuerda floja en la que hacía equilibrios sobre los abismos de la inmundicia. Mi vida social se resentía y mi espacio vital se llenaba de esas moscas solitarias, gordas y verdosas y de esas pequeñitas que se agrupan formando nubes alrededor de tu cabeza. Mi hemiplejia involucionaba y mi brazo se agarrotaba pegado al pecho con la mano cerrada y deforme en rotación interna, si entendéis lo que quiero decir. Comencé a  caminar haciendo la güadaña con el pie y a volcarme de manera exagerada en el bastón. Salía a comprar vino, tabaco y galletas y permanecía encerrado en casa delante de la tele. Cuando intentaba cambiar de canal me daba cuenta de que mis dedos estaban gordos y torpes y añoraba a mi Marisa, de dedos ágiles y finos, que manejaba el mando a distancia a una velocidad endemoniada. A lo mejor pensáis que soy un pervertido, pero me ponía caliente como un perro verla usar el mando a  distancia porque se le asubnormalaba un poco la expresión, casi siempre inteligente y viva, y le asomaba un poco la lengua. Recuerdo que al principio de nuestra relación le pedí un par de veces que pusiera cara de retrasada mientras se la metía por el culo delante del espejo de cuerpo entero del pasillo, para así evitar gatillazos inoportunos. Ella me decía que lo que me pasaba era que tenía problemas de autoestima y que no soportaba follar con una mujer que le superaba en inteligencia y en belleza. "Y en higiene, cielo, que no sé de donde sacas tantas bragas para toda la semana". Y se reía.
Pero ahora ella se había ido para darme un escarmiento y el día que encontré un revista porno de orina y heces en el congelador comprendí que estaba perdiendo el norte y  así nunca la recuperaría.
Me duché y me afeité y, después de meterme una botella de vino tinto de Valdepeñas al coleto para darme valor, decidí llamarla.
Saltó el contestador y dejé mi mensaje después del pitido:
- Marisa...
- Marisa...te lo juro...
Tosí. Tenía la voz pastosa de borracho añejo.
- Marisa...te lo juro...tienes que volver a casa porque alguien ha entrado y ha metido una revista de orina y heces en el congelador y las moscas son feas...
- Joder, Marisa, verdes y feas...
Me pareció escuchar su risa, pero también me pareció que una de aquellas moscas me miraba fijo a los ojos. 
Me pareció que me había duchado para nada.
En la imagen, primera página de 3, que no tienen mucho que ver. O sí.

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