lunes, 6 de septiembre de 2010

LO BONITO DE VIAJAR EN TREN ES PENSAR QUE PERMANECE FIJO MIENTRAS EL MUNDO GIRA A TODA HOSTIA EN DIRECCIÓN CONTRARIA

Antes de irnos a vivir juntos definitivamente, quise hacer un viaje largo en tren con Marisa porque un viaje en tren es como una prueba de fuego para el inicio de una relación. Cogimos el Gijón -Barcelona en turista porque una de las cosas divertidas de viajar en tren es arriesgarse a que tus acompañantes sean una familia de tarados o unos jóvenes llenos de vida que salen por primera vez del pueblo sin sus padres o cuatro chicas que se van de despedida de soltera o dos viejas y un viejo.
Marisa estaba muy contenta porque nunca había viajado en tren. Cuando me dijo que no lo había hecho no me lo podía creer y estuve unos días pensando si no sería un poco subnormal, pero luego me dijo que siempre viajaba en avión y entonces me pareció que a lo mejor el imbécil era yo, que no lo había hecho nunca; sin embargo, estaréis conmigo en que es más raro no ir en tren que no ir en avión.
- Pero bueno, el cercanías Gijón-Oviedo lo tuviste que coger alguna vez por cojones.
-Alsa.
-Marisa por favor, no me puedo creer que jamás hayas tenido curiosidad por subirte a un tren ¿Es que te dan miedo?.
-No, es que nunca coincidió.
Así de fácil, ya lo veis. Una persona mundana y estudiada (¿os dije ya que es radióloga?) de 38 años y resulta que nunca había coincidido en el tiempo y el espacio con el vagón de un tren. Y quería hacerme creer que no había ningún trauma oculto bajo ese extravagante vacío vital. Solo si evitas consciente o inconscientemente un tren puedes llegar a cumplir 38 años sin haber viajado en ninguno, y Marisa pretendía que los acontecimientos de la vida nunca se habían confabulado para provocar ese incidente trivial que supone comprar un billete, subirse a un vagón y dejar que el mundo se mueva hacia atrás en las ventanillas al ritmo estimulante del tucún- tucún.
Tucún-tucún...tucún-tucún...tucún-tucún.
Ya me entendéis: tucún-tucún. Es acojonante, ese sonido.
-Mira Marisa, lo bonito de viajar en tren es pasearse por él y pensar que permanece fijo mientras el mundo gira a toda hostia en dirección contraria-,le dije antes de subirnos.
Ella tenía una sonrisa estupefacta y desconocida para mí. La sonrisa de la espectación.
En nuestro compartimento había un tipo que tenía una de las lentes de sus gafas rota y se veía que debajo había un ojo de cristal. Había empezado, antes de que el tren hubiese arrancado, a comerse su bocadillo de salami. Había también una niña guapísima con una madre tan agria y fea que parecía imposible que hubiera sido capaz de reproducirse. Cuando la madre salió a no sé qué le pregunté a la niña si esa señora la había raptado y me dijo, riéndose, que no, que era su mamá. El tipo del bocadillo me miró con la boca abierta, mostrándome parcialmente el bolo alimenticio que se fraguaba en su boca. Marisa emitió un chillidito de placer cuando el tren se puso en marcha.
El tipo del ojo se comió su tercer bocadillo de salami en Zaragoza y se bajó en Lérida. La niña y su madre se fueron al restaurante. Nos quedamos solos y Marisa hizo algo que jamás pensé que haría. Cogió mi polla y se la metió en la boca. Siempre se había negado a chupármela y me extrañó que eligiera ese momento para hacerlo.
La madre y la niña entraron justo cuando mi Marisa levantaba su cara embadurnada de semen (dejó que la regara entera, la muy cerda).
El mundo se detuvo unos segundos o unas horas mientras la niña y la madre asimilaban los hechos y Marisa ponía cara de sorprendida de sorprender. Una gotita de semen se deslizó desde su barbilla hasta su manita blanca e infantil.
-Es que nunca había viajado en tren-, dijo mi Marisa, con la sonrisa más expresiva, feliz e inocente que una mujer que tiene la cara llena de esperma pueda poner.
Luego nunca conseguí volver a meterla en un tren porque me decía que no le gustaba hacer mamadas. Es un ángel.

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