Marisa se va a sus convenciones y sus cosas y
me deja solo varios días con sus noches, con sus desayunos y sus comidas
y meriendas solitarias, sus sesiones de masturbación compulsiva y los
bailes extravagantes enseñando la pirula
desde el balcón, haciéndola girar como una hélice con un experto
movimiento de caderas, gritando y riendo en el balcón con aquellas
canciones que siempre me hacen verter lágrimas emocionadas cuando las
pongo después de mucho tiempo sin escucharlas:”La Ramona es pechugona”,
“La puta de la cabra”, el “Lalala” de Massiel, “El baúl de los
recuerdos”…en fin, ¿qué les voy a contar que ustedes no hayan
experimentado alguna vez si son gente de corazón? Pero si la ausencia
de mi Marisa excede de tres días, mi corazón se sume en profunda
melancolía y dolor insoportable. La extraño el cuarto día o incluso a
veces el tercero si he agotado por alguna razón mis diversiones en
solitario. A veces ocurre. A veces le faltan a uno vitaminas y no se da
cuenta. A veces se ha olvidado uno de comer fruta y las neuronas se
dedican a jugar al parchís o al cinquillo o simplemente se vuelven
introspectivas y hurañas y se sumen en un mutismo enfermizo en vez de
ingeniar sugestivos pasatiempos. Es entonces cuando me refugio en la
bebida y la melancolía se multiplica y descargo mi dolor en el feisbuk
comulgando así con otras almas atormentadas a las que les gusta exponer
su sufrimiento públicamente de manera habitual como si fueran los
protagonistas de una nueva modalidad de reality show. Pero mi Marisa es
inmune a la emotividad descontrolada y responde como si en lugar de
corazón tuviera un disco duro. Vean, si no:
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