Creo que nunca me he presentado como es debido. Mi nombre
es Mariano Parrondo Verdasco y desciendo de vaqueiros asturianos, esos
legendarios nómadas que vivían a salto de mata, aunque este hecho no haya
influido en mi carácter y personalidad en modo alguno. No les voy a hablar
ahora de mi infancia porque no sería más que el relato de una sucesión de acontecimientos
externos que le suceden a un individuo a medio hacer cuyas opiniones y
sentimientos están marcados por la estupidez y la inexperiencia. Les contaré,
sí, algo de mi adolescencia, ya que estuvo marcada por una ansiedad difusa de
catástrofe inminente que duró varias decenas de años. La ansiedad de cada uno
es la de cada uno y la mía no se parece en nada a la de usted ni a la de su
hermano de usted ni a la de su madre. Como esta patología marcó gran parte de
mi vida adulta les explicaré en qué consistía. Verán: Uno tiene que levantarse
por la mañana y lavarse los dientes pero en la disposición de las cosas que se
encuentran en el lavabo hay algo peligroso. El jabón está desplazado de su
sitio y el mango del cepillo tiene manchas negras. La pasta de dientes se ha
quedado abierta y asoma una porción endurecida. Ahora tendré que coger el mango
del peine y romper esa costra de dentífrico con él, pero el mango del peine
tiene algo sucio indefinible (probablemente
achacable al hecho de que habitualmente me peino con él mientras estoy sentado
en la taza del váter) que pasará a mi
boca si dejo que se mezcle con mi pasta. La otra opción es apretar el tubo
esperando que no reviente por un lateral. Por alguna razón la imagen de la
pasta asomando por el lateral del tubo se me antoja turbadora y amenazante
(quizás se trata de una metáfora de bulto infecto y supurante, pero la asociación
no se revela nunca en mi mente y el miedo es irracional). Todos esos detalles
que les acabo de contar no han sido analizados hasta, pongamos, hace 2 minutos,
y no soy consciente de ellos por lo que decido no lavarme los dientes movido
por el temor a un peligro indefinido que no logro concretar: Primer fracaso.
Las cosas se desordenan a mi paso y cuando voy a desayunar compruebo que la
cafetera tiene moho y me ha dado la impresión de que se movía, pero de alguna
manera estos datos no han sido analizados y traducidos a un lenguaje
inteligible y solo he sentido una especie de repulsión que me ha impedido hacer
el café. Tiro la cafetera a la basura y me pongo el chándal y las alpargatas
para bajar a desayunar al bar. Segundo fracaso. El hecho de no saber por qué he
tirado la cafetera me pone nuevamente en situación de desamparo. En el bar hay un tipo peligroso. No tiene nada
de peligroso pero sonríe enseñando solo los dientes de arriba justo cuando una
racha de viento abre la puerta violentamente tirando un vaso de cerveza vacío
de una mesa vacía. La señora habla muy sucio y alto y me pregunta qué voy a
tomar. Le pido un vino tinto para no contrariarla haciéndola trabajar demasiado
porque me parece una señora terrible. Tercer fracaso. El bar es como una película
de terror, pero el hecho de no poder catalogar uno a uno los estímulos que me
han afectado hasta el punto de hacerme desayunar un vaso de vino de dos tragos me
desconcierta aún más. En fin ¿Quieren que siga?
Dejémoslo aquí por ahora, solo decirles que ya hace unos
años que aprendí, con la ayuda de mi sombrero de copa amarillo y unas gafas de sol
de cristales anaranjados que uso cuando estoy especialmente agitado, a
controlar la situación sin recurrir a drogas legales o ilegales. El
sombrero de copa amarillo suele idiotizar la expresión de la gente que siempre
mira mi tocado y por lo tanto nunca mis
ojos(abren la boca bobaliconamente). Eso me da tiempo a examinarlos a ellos
desde una posición privilegiada y sentirme superior el tiempo suficiente como
para perderles el respeto. Las gafas de color anaranjado con una montura negra
y gruesa enmarcan el escenario y me distancian de él y el color anaranjado de
los cristales le quita tensión dramática a todo aquello que normalmente suele
turbarme. Ahora prácticamente no recurro a ellos porque mi Marisa no me deja hacerlo
cuando estoy con ella; tiene un truco infalible que usa cada vez que advierte
que alguna situación provoca ese estado de ansiedad en mí. Me mete la lengua en
la oreja. Sí. Es imposible dejarse llevar por el pánico con una lengua
humedeciendo tu oído externo. A veces , si se trata de una situación comprometida
como una consulta médica, un viaje en autobús o una reunión familiar, puede ser
que notar la lengua húmeda de tu pareja en la oreja ante la mirada estupefacta
de los extraños torne el pánico en vergüenza, pero les puedo asegurar que cualquier
sentimiento es mejor que el pánico injustificado ¿Lo dejamos aquí?
4 comentarios:
Desde mi limitado concepto del color, siempre me deja alucinado tu forma de colorear. A ver si algún día haces un tutorial o algo.
Un abrazo y viva Mariano Parrondo, un Mariano que no le hace daño a nadie, no como otros.
Pues para mí siempre ha sido un problema elegir los colores y la composición tampoco es lo mío. De todas formas, Phtoshop, wacom y un fondo de lapiz muy rayado que se vea bien ye lo que uso ahora. Cuando pille la manera de grabar lo que sucede en la pantalla igual me hago un tutorial. ¡Ye la primera vez que alguien me dice que le gusta mi color! ¡Gracias!
Bueno, en labios de un daltónico tampoco es que sea un gran piropo, juas, juas.
En serio, me encantan las luces y sombras que haces. Estás hecho un Vermeer.
Lo de las luces ye bien facil, copias la capa en photoshop, le bajas el brillo en ajuste y borras con la goma en aerógrafo de manera un poco desordenada para que no parezca un puto manga. Así asoman los puntos de luz de la capa de abajo.
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