A mí lo que me gusta es centrar mi
atención en un punto fijo en la lejanía y comenzar a caminar sin perderlo de
vista. Bien es verdad que ese método no
me deja disfrutar del paseo ni de las pequeñas incidencias que se presentan por
el camino, pero es que lo que para el resto de los mortales son pequeñas
incidencias que decoran la vida para mí son poderosos campos magnéticos que
actúan sobre mi atención como cantos de sirena y pueden hacer que el final del
trayecto sea tan imprevisible como caótico. Una bolsa de plástico que volaba
juguetona me arrastró un día a un banco del parque donde una señorita muy guapa
con un sombrero de colorines se colocaba los calcetines de rayas rojas, verdes
y amarillas sobre el pantalón. Luego cogió la mochila y el piolet y se encaminó
a la estación de autobuses y, cuando ya me disponía yo a subirme al mismo
autobús que ella, se cayó una maceta de alguna ventana del edificio de enfrente
y no mató a nadie de milagro, así que me aposté en el bar de enfrente esperando
ver asomar una cara desde una ventana, o ver salir a alguien desde el portal
para recoger el tiesto, porque no había viento y era poco probable que el
tiesto se hubiera caído solo sin la mediación de un error humano, o quizás un
intento de asesinato. Estuve un rato largo y cuando vi pasar el autobús y la
cabeza de la chica con su sombrero de colorines y las pestañas melancólicas apoyada
en la ventanilla me entró una especie de nostalgia de futuro truncado. Esto de
añorar algo que pudo haber ocurrido es una mala pasada que me juega muchas
veces mi imaginación hiperactiva. Yo no me subí al autobús y no me senté cerca
de ella o incluso en el asiento de al lado así que no me ofreció un trozo de su bocadillo cuando comencé a salivar y
relamerme poniendo mi cara de perro hambriento mientras ella lo mordía con sus
pequeños dientecitos blancos y capturaba
con su lengua miguitas y rastros de foie gras que se habían quedado adheridos a
su labio o incluso a su barbilla. Dios. Miguitas de pan y foie adheridos a su barbilla
¿Se lo pueden imaginar? Yo sí y los ojos se me humedecieron pensando en lo que
pudo haber sido. Volví a centrar mi atención en la maceta rota y el geranio que
agonizaba y pensé que, si la bolsa de plástico hubiera seguido esa dirección,
la maceta podría haber caído justo encima de mi cráneo calvo y no haberme
matado. Ahí teníamos otro futuro truncado. La maceta no me había dejado
inconsciente y sangrando en la acera y no había sido trasladado al hospital ni
me había despertado víctima de una amnesia total que me hubiera dado la
posibilidad de comenzar una nueva vida desde cero. Si la maceta hubiera caído
sobre mi cráneo provocando la amnesia no habría visto "Qué bello es
vivir" ni "Rambo" ni "Rocky VI" ni tertulias de famosos
ni habría tenido experiencias felices o traumáticas que imprimieran su sello
con huella indeleble en mi trayectoria vital y todo sería diferente, mejor o
peor, pero diferente. Pero no me dio tiempo a imaginar una vida diferente
después de la maceta porque apareció un amigo de la adolescencia con un gorro
de lana calado hasta las cejas y al preguntarle el porqué del gorro calado, dado
que estábamos en verano, me explicó que su padre había muerto, ayer, a las tres semanas de morir su
madre. Me quedé mirándole con los ojos muy abiertos, y, sin entender muy bien la
trascendencia de lo que me acababa de contar y no encontrando en ese hecho
ninguna cadena de casualidades que pudieran hacerme imaginar un futuro
truncado, recuperé la visión de la escultura de hierro oxidado que se distinguía
apenas en la lejanía y que había elegido esa mañana como meta final de mi
paseo. Recuperé mi norte.
-Alegrándome- le dije, tras unas
palmadas en el hombro. Y salí de allí confuso y desorientado, buscando la
escultura de hierro oxidado que nunca tendría que haber perdido de vista.
El cómic:Página 1 de 7
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1 comentario:
Excelente el relato.
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