viernes, 13 de noviembre de 2009

EL RECORRIDO DE LA PUNTA DE LA LENGUA AL PRONUNCIAR "MANOLITA"









El otro día me encontré estos dibujillos de cuando tenía 15 años y me acordé de Manolita, la profesora de música de 1º de BUP.
Emulando a Nabokov, os conmino a que examinéis el recorrido que tiene que hacer la punta de la lengua por el paladar, hasta llegar a los incisivos, para pronunciar el nombre: Ma-no-li-ta.(léase el primer párrafo de Lolita )
Manolita iba siempre muy mal conjuntada y pintada como una puerta de seis colores(ya sabéis, pantalones de cuadros verdes y rojos, jersey azul chillón de angora con chaqueta de flores amarillas y las botas siderales con estrellas doradas y los ojos en verde y la boca en rosa raro) y a pesar de ello, apetecía metérsela hasta la garganta, principalmente por su expresiva manera de mover todos los músculos de su rostro al hablar con su enorme boca de labios gruesos y porque tenía un culo y unas tetas cojonudos y una larga melena aniñada con un pasador de flores de plástico. Explico lo de los músculos faciales: Vocalizaba exageradamente y con cadencia musical, también había algo en su timbre de voz, un tanto gutural, que recordaba vagamente a un sordomudo que ha aprendido a hablar; por otro lado, parecía querer intercalar una sonrisa entre sílaba y sílaba (probad a hacerlo, es imposible), lo que convertía sus discursos en clase en espectáculos de paroxismo delirante que me ponían como un burro casi antes de pronunciar la primera sílaba, casi antes de cruzar la puerta del aula, casi antes de escuchar sus taconeo lejano al fondo del pasillo. Luego estaba aquel culo erguido en el que se podía servir un desayuno con te y bizcochos sin que las tazas temblaran. Y las tetas que parecían irreales debajo de aquella cabeza fantástica que hablaba de música barroca con la felicidad de un santo devoto. También le daba por la poesía. Joder. Perfecta. El sueño de cualquier adolescente, o por lo menos el mío: Darle por el culo a la profesora de música mientras esta recita a Góngora.
Hice esos retratos de sus compositores favoritos (y entonces los míos) para impresionarla y me puse colorado como un centollo cuando me rozó con su teta cubierta de jersey de angora en la mejilla, mientras exclamaba: “oh, ah, que bien dibujas, eres un chico muy sensible”, y yo intentaba recolocar mi polla amorcillada que ya no se ajustaba a la postura inicial.
Me gustaría poder terminar este retrato adolescente con un sucio relato de sexo y flujos al estilo de esas revistas que tienen las hojas pegadas; pero solo os diré que hace poco, paseando por la playa, reconocí su voz y su larga melena , ahora teñida, delante de mí, y no quise adelantarla para ver su cara.
Dejemos que las imágenes de la juventud se conserven como moscas en resina.

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