
Hace unos años, en una fiesta de prao, me vi obligado a buscar un rincón apacible para cagar. Caminé un rato largo antes de encontrar un sitio adecuado. Era bonito: la luna llena, la música de la orquesta apagada por la distancia, el cri cri de los grillos, el aroma de mis excrementos mezclado con el de la hierba y la tierra húmeda haciendo aflorar lágrimas en mis ojos de pura felicidad, mientras un zurullo de diez centímetros de diámetro se abría paso a través de mi ano devolviendo a la tierra lo que le pertenecía. Ese momento de éxtasis místico fue interrumpido entonces por unos pasos y una voz. Era otro tío, que también tenía problemas con sus intestinos, pero este, lejos de disfrutar en silencio del momento, hablaba sólo, borracho como una cuba:
-Mira, te voy a decir una cosa…
El frusfrús de sus pantalones al deslizarse y su voz pastosa y cazallera me hacían tener una imagen viva de la escena, incluso podía identificar en mi imaginación a uno de los borrachos de la barra del bar en la fiesta, el que hablaba para dentro y escupía sus manos y las frotaba como si estuviera a punto de coger una azada.
- …yo ya te dije lo que te iba a costar…yo no miento…lo que te iba a costar lo sabías tú….tú muy bien….a mi nadie me llamó nunca mentiroso a la cara … a la cara…yo ya te…
Su letanía iba acompañada de flops y propopops reveladores del tamaño y la textura de sus heces.
La luna llena seguía allí; y la orquesta y el cricrí de los grillos, pero los excrementos de aquel desconocido y sus miserias se habían mezclado con el aroma de los míos y con mi momento de felicidad terrenal.
La magia había desaparecido.
Picad en la imagen.