—¿Y por qué siente usted la obligación de estar triste?
—No todo el rato, pero si llueve y eso y yo ando por ahí
silbando y riéndome de cualquier mierda me da la impresión de que soy un
inadaptado. El otro día me dijo una señora en el ascensor que vaya tiempo
tenemos y yo le dije que la lluvia no le dejaba ver el pantano y me empecé a
reír yo solo de la ocurrencia y me pareció que me miraba raro.
La psicóloga tenía una sonrisa de lo más natural y la
intensidad de su mirada me hacía pensar que realmente le importaba mi problema,
pero se había quedado sin palabras.
—A ver, para que me entienda, la música esa chill out, por
ejemplo, en vez de provocarme tendencias suicidas como es de ley, me hace reír
como un lunático ¿sabe? Siempre que veo un anuncio o que me ponen esas
composiciones en los finales tristes de una peli me imagino a un pato Donald
sumido en una profunda depresión o a una barbie-venascortadas con alopecia
areata y si estoy bebiendo lo escupo todo como un aspersor de la risa que me
da. He probado con canciones tristes de amor, dejando entrar haces de luz tenue por los
agujeritos de las persianas semicerradas y nada de nada. Ni suspirando
profundamente. Vamos, es que es cerrar los ojos para escuchar y sentir
intensamente mi propio suspiro dentro de mí e inmediatamente formarme la imagen
mental de un letrero luminoso que dice “¿Qué suspiras, anormal?”. Y fíjese que
hay canciones tristes como para estrellarse uno la cabeza contra la pared y
tirarse de las orejas, pero nada de nada.
Estuvo un rato mirándome muy seria. Ya no sonreía.
—Mire, aunque creo que me está usted tomando el pelo, el
hecho de que se haya gastado 50 euros en una sesión me hace dudar. La tristeza es
un sentimiento real y no un posicionamiento estético, aunque el mercado cultural
lleve años haciendo uso de ella como un elemento más en un escaparate de
productos de consumo, animándonos a revolcarnos en nuestras miserias y creando una mercadotecnia para
disfrutar de la melancolía en todo su esplendor. Le aconsejo que abra bien las ventanas y procure
disfrutar de la vida y de la salud si la tiene.
—Vaya, señorita, eso que me ha dicho es realmente triste.
Siento un nudo en la garganta. Es usted una gran profesional. Los 50 euros
mejor gastados desde que me compré por fin el microondas, hace dos años.
Gracias. ¿Le pago a la recepcionista?
Hacer el lunático en entrevistas de trabajo es divertido y
más barato, pero confundir a un psicólogo me hace sentir más realizado. La persona
que entra en la consulta nunca es la misma que sale de ella, siempre es alguien
mejor y con la autoestima más alta. Deberían aconsejarlo en los manuales de crecimiento
personal. Eso es, dedicarle un capítulo completo a los efectos terapéuticos de un
asalto en la consulta de un psicólogo con resultado a nuestro favor por k.o. técnico.
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