miércoles, 26 de noviembre de 2014

Mariano Parrondo y la tristeza.



—¿Y por qué siente usted la obligación de estar triste?


—No todo el rato, pero si llueve y eso y yo ando por ahí silbando y riéndome de cualquier mierda me da la impresión de que soy un inadaptado. El otro día me dijo una señora en el ascensor que vaya tiempo tenemos y yo le dije que la lluvia no le dejaba ver el pantano y me empecé a reír yo solo de la ocurrencia y me pareció que me miraba raro.


La psicóloga tenía una sonrisa de lo más natural y la intensidad de su mirada me hacía pensar que realmente le importaba mi problema, pero se había quedado sin palabras.


—A ver, para que me entienda, la música esa chill out, por ejemplo, en vez de provocarme tendencias suicidas como es de ley, me hace reír como un lunático ¿sabe? Siempre que veo un anuncio o que me ponen esas composiciones en los finales tristes de una peli me imagino a un pato Donald sumido en una profunda depresión o a una barbie-venascortadas con alopecia areata y si estoy bebiendo lo escupo todo como un aspersor de la risa que me da. He probado con canciones tristes de amor,  dejando entrar haces de luz tenue por los agujeritos de las persianas semicerradas y nada de nada. Ni suspirando profundamente. Vamos, es que es cerrar los ojos para escuchar y sentir intensamente mi propio suspiro dentro de mí e inmediatamente formarme la imagen mental de un letrero luminoso que dice “¿Qué suspiras, anormal?”. Y fíjese que hay canciones tristes como para estrellarse uno la cabeza contra la pared y tirarse de las orejas, pero nada de nada.  


Estuvo un rato mirándome muy seria. Ya no sonreía.


—Mire, aunque creo que me está usted tomando el pelo, el hecho de que se haya gastado 50 euros en una sesión me hace dudar. La tristeza es un sentimiento real y no un posicionamiento estético, aunque el mercado cultural lleve años haciendo uso de ella como un elemento más en un escaparate de productos de consumo, animándonos a revolcarnos en nuestras  miserias y creando una mercadotecnia para disfrutar de la melancolía en todo su esplendor. Le aconsejo  que abra bien las ventanas y procure disfrutar de la vida y de la salud si la tiene.


—Vaya, señorita, eso que me ha dicho es realmente triste. Siento un nudo en la garganta. Es usted una gran profesional. Los 50 euros mejor gastados desde que me compré por fin el microondas, hace dos años. Gracias. ¿Le pago a la recepcionista?


Hacer el lunático en entrevistas de trabajo es divertido y más barato, pero confundir a un psicólogo me hace sentir más realizado. La persona que entra en la consulta nunca es la misma que sale de ella, siempre es alguien mejor y con la autoestima más alta. Deberían aconsejarlo en los manuales de crecimiento personal. Eso es, dedicarle un capítulo completo a los efectos terapéuticos de un asalto en la consulta de un psicólogo con resultado a nuestro favor por k.o. técnico.

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