Cuando
trabajaba de fregaplatos en un hotel de Andorra iba siempre hecho un cerdo
sudado y salpicado de salsas y comida y al empezar a trabajar una recepcionista
gallega de piel de melocotón y rubores en las mejillas que me hacían pensar en
los de sus nalgas, comencé a seguirla con la mirada y añorar esa entrepierna
que nunca sería mía. Estaréis pensando que no se puede añorar algo que no se ha
visto ni poseído pero os equivocáis y no pienso perder el tiempo argumentando mi afirmación. El caso es que la chica tomaba
siempre de postre yogurt de fresa y dejaba al lado de la pila de platos sucios
del personal su envase vacío con la cuchara lamida, cuando terminaba su turno
de almuerzo. Sí, lo habéis adivinado. No me leáis así, vosotros también lo
haríais. Me metía su cuchara en la boca y pensaba en su saliva impregnando mi
lengua, mezclada con el yogurt. Siempre procuraba que nadie me viera hacerlo
pero un día ocurrió que la chica dio la vuelta para recuperar algo que se había
olvidado en el comedor y me sorprendió lamiendo la cuchara. Pensaréis que la cuchara
no tenía nada de especial que la identificara como la usada por ella pero sí
tenía algo de especial mi manera de sacar toda la lengua cuan larga era y lamer
con la punta la superficie del cubierto susceptible de haber mantenido más contacto con la lengua de
ella, como si de un clítoris se tratara. Se puso colorada como un centollo pero
no sé si a causa de mi lascivia lamedora de cucharas o de adivinar que se trataba
de la que ella había dejado allí minutos antes. De todas formas, ese día, al
salir del trabajo, me emborraché como de costumbre para evitar pensar en cocinas,
sudor y recepcionistas hermosas e inalcanzables. En el décimo bar había una camarera
francamente repulsiva. No es que fuera poseedora de una fealdad achacable a
ningún defecto en concreto, sino que tenía aspecto de haber sido concebida por
una iguana y un ornitorrinco y maltratada por ellos durante la infancia. En el
bar casi no había nadie pero tampoco era cosa de salir huyendo sin tomar nada
porque estoy convencido de que eso era algo que hacían muchos clientes en
potencia antes de haber cruzado del todo el umbral de la puerta y no quería ser
uno más clavando puñales en el corazón de aquella mujer. Pedí un café irlandés
con mucha nata y estuve un rato largo dando cuenta de ella a base de pequeñas
cucharadas lacónicas, antes de empezar a beber. En la tele había un anuncio que
no se acababa nunca en el que Chuck Norris intentaba vender algo para estar en
forma. Me imaginé que me compraba ese artilugio y al cabo de unos meses empezaba a
parecerme a Chuck Norris y me salía esa cosa debajo de la nariz. Se lo comenté
a la camarera y empezó a reírse como una lunática porque probablemente nadie le
contaba cosas graciosas nunca. Me asusté, pagué y me fui, pero al salir y
sentir el frio del invierno andorrano caí en la cuenta de que me había dejado
la chaqueta dentro. Justo antes de entrar me dio tiempo a ver a través del
cristal cómo la camarera lamía lujuriosamente mi cuchara así que esperé unos
segundos para no avergonzarla. Pedí una copa de orujo y mientras me daba la
espalda para coger la botella imaginé su pantalón bajado hasta la mitad del
culo.
Era
de un pueblecito del sur de Portugal, echaba de menos a su perro, la chupaba
con avaricia y meneaba el culo como una auténtica profesional.
6 comentarios:
Lo de la cuchara no deja de ser una cerdada… De todas formas, si te comiste el coño de la portuguesa –imagino con más pelos que el sobaco de un general-, te darías un festín. He decirte que cuando comes un coño, si cierras los ojos, lo que hay hacía arriba te importa poco. La portuguesa es muy limpia, aunque muchos digan lo contrario, y por otro lado son de las que te sueltan 138,45 ml de flujo a poco que les des bien con la lengua.Un manjar.
Saludos.
Bravo, me ha encantado!! Pero al final no sabemos nada de la del yogur!! Que pasó????????
¡Qué bella historia de ardor!
Al día siguiente no fui a trabajar y no volví ni a cobrar la semana que me debían así que no volví a ver a la gallega del yogurt
Esto es imaginación y no la de los políticos. ¡La imaginación al poder! Cada día me asombra más tu genialidad descriptiva. La apreciación cuantitativa de Kent, sobre los flujos vaginales, es de antología. !Bravo a los dos!.
Mariano,creo que deberías visitar el blog tanto de Kenit para ver relatos y poesia diferente, el de Hombre Malo para ver unas particulares lecciones de castellano rancio elegantemente ilustradas y el de Descomposed para ver algo de sexo explícito que no grosero.
Saludos
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