Veréis, yo antes, hace casi 30 años, tenía pelo y estaba lleno de vida. También fui un niño aunque os cueste trabajo creerlo y mi madre me quería aunque le costase trabajo hacerlo. Mi padre hacía ver que miraba para otro sitio y mi hermana mayor era tan repulsiva de carácter y apariencia qué si me la encontraba en el pasillo por la mañana procuraba olvidar inmediatamente su existencia con tanta intensidad que cuando la volvía a ver a la hora de la comida tardaba un rato en reconocerla. A veces venían sus amiguitas a jugar con ella y yo me colaba en su habitación. Había una rubia preciosa. ¿Cómo se llamaba? Silvia. No debería olvidar tan fácilmente ese nombre porque no era muy común de aquella y el tamaño de sus pechos tampoco lo era para su edad. Silvia tenía 11 años pero aparentaba 14. Era corpulenta-que no gorda- como una nadadora rusa, o al menos eso me parecía a mí, enclenque, enano y cabezón. Cuando me abrazaba, mis orejas buscaban sus tetas. Olfateaba profundamente acercando mi nariz a sus axilas, queriendo retener el olor para más tarde. Las otras niñas querían ser mi madre también. Luzdivina, la gorda fea, olía siempre muy mal y yo, que era un niño bueno y sensible, huía diplomáticamente de ella; por ejemplo, si me pasaba el brazo por encima del hombro, dejaba caer una canica al suelo y me escurría a buscarla, así conseguía desembarazarme sin ofenderla, porque bastante tenía la pobre con ser un engendro hediondo. También estaba La Pili, que era muy guapa pero un poco machorro (en mi barrio, a las niñas que eran machorros o putillas se les ponía artículo delante). Siempre se reía de mí y me retaba a pulsos y carreras, pero yo era un poco nenaza en cuestión de deportes y lascivo en cuestión de niñas, y prefería sentarme en las rodillas de Silvia. Así fueron pasando los años y cuando ella tenía 18 y yo 12 se interrumpieron bruscamente mis sesiones en las rodillas de Silvia. Hacía meses que se la veía incómoda ante mi insistencia en sentarme en su regazo, 40 o 50 meses quizás, pero como era una niña tan buena y maternal no se atrevía a negarme el asiento por miedo a herir mi delicada sensibilidad. Aquel día estábamos solos mi hermana , ella y yo pero mientras mi hermana se duchaba y todo eso me quedé solo con Silvia y me senté en su regazo. Hacía tiempo que la polla se me ponía como una morcilla en cualquier situación: Comprándole el pan a la panadera de las mejillas sonrosadas, tropezando con la viuda del cuarto en la escalera, viendo un documental de caballos follando, viendo un documental de caracoles follando, viendo un documental de canguros follando, leyendo una revista en la que salía Carmen Sevilla con sus rodillas al aire, leyendo una revista de ropa interior femenina, con las tetas de las indígenas de los documentales sobre tribus africanas...El caso es que ese día con Silvia empecé a cruzar y frotar las piernas y convulsionarme para masajearme la polla de manera disimulada y de repente noté como los muslos de Silvia se ponían tensos. Se levantó bruscamente y sin decir nada se puso a hojear las estanterías de mi hermana. Estaba colorada como un centollo y yo también. Así se acabó todo. Ya nunca más me senté en las rodillas de Silvia y evité en adelante entrar en la habitación de mi hermana. ¿Verdad que es una historia triste? Pues ahora viene la parte graciosa. Hace unos meses mi Marisa y yo fuimos invitados a una comunión y nos tocó compartir mesa con una pareja de apariencia triste y ajada. Sí, lo habéis adivinado, eran Silvia y su marido, un tipo de cazo sobresaliente y ojos abesugados. No pareció reconocerme y pensé que sería mejor así, pero a las tres horas de beber vino sin parar el cerebro se me puso como una uva pasa y me identifiqué. Ella aseguró no conocernos ni a mí ni a mi hermana y eso me partió el corazón. Durante el resto de la velada la miraba insistentemente con ojos de carnero degollado.
Luego, ya en casa, le pedí a mi Marisa que me dejara hacerme una paja sentado sobre sus rodillas, después de contarle esta historia con los ojos anegados en lágrimas y ella accedió porque es una santa. Pero ya no era lo mismo y me puse más triste todavía. Ella se dio cuenta porque es muy sensible y dispuesta y después de hacerme una buena mamada abrió una botella de Rioja y brindó conmigo:
-Por la tierna adolescencia- dijo
-Tienes un poquitín de esperma en la barbilla-,respondí
3 comentarios:
No sé qué decirte. Si es una ensoñación me parece genialmente escrita.
Si me dejas decirte mi opinión, con Silvia quizás fuiste algo torpe, en el aspecto de sagaz. Si ya estabas en su regazo, debiste anteponerte, meterle la mano en su muñoncito. Como lo has descrito creo que lo estaba deseando. La mano ahí, bien apretadita la hubiese paralizado, luego hubiese sido cuestión de seguir con el dedo, tú ya me entiendes. No obstante, con 12 años, qué se va esperar. No se toman decisiones así de relevantes, se es muy niño aún.
Por cierto, si le hubieras hecho la paja, te hubiera reconocido en esa comunión a la primera, y se le hubieran arreglado los ojos con chirivitas.
Esto ya pertenece al mundo de los reflejos condicionados, quiero decir que es para especialistas.
Y nunca le mandes a tu mujer que te haga una solitaria por motivos psicológicos, te la hará sin ganas, arrancándote los pelos de la polla.
Perdona por la extensión del párrafo, pero estos temas me apasionan.
Un saludo.
Pura ficción amigo, pero es verdad es que de guaje me daba envidia un amigo al que toqueteaban las amigas de su hermana, que le llevaba por lo menos 10 años.
¡Que historia mas triste,joder!!
sonaba de fondo en mi mente la canción de la serie de dibujos animados de Moffly el koala...Mofli tiene sueño,
Mofli se ha dormido,
Mofli tiene miedo,
Mofli se ha escondido.
http://www.youtube.com/watch?v=VKSfj02RsNE
Publicar un comentario