viernes, 19 de febrero de 2010

MIS ROTUS DE COLORES

Yo soy capaz de cortar en rodajas cuatro tomates a la vez en la cortadora de fiambres, utilizando una arriesgada técnica de mi invención. Cuando hacía esto en la cocina del hotel, pongamos, La Montaña Blanca, las camareras se arremolinaban a mi alrededor y decían oh- ah, y el jefe de cocina venía corriendo a evitar que yo utilizara mi asombrosa técnica porque yo era más guapo que él y me tenía envidia. En realidad en aquella cocina éramos todos feos como demonios exceptuando el de los pescados que era un guaperas, pero tan subnormal que su estupidez y su olor a pescado eclipsaban a su buena planta y las camareras pasaban de él como de la mierda. También había una camarera subnormal pero, en contra de lo que la gente suele pensar, a los feos no les gustan las feas necesariamente ni a los imbéciles las imbécilas, así que no solo no se lió con el pescadero, sino que se odiaban a muerte. La camarera subnormal era rubia y estaba muy buena, lo que hacía de ella un conjunto muy armonioso. A mí no me preocupaba su cerebro y yo parecía gustarle por alguna razón porque una vez me pidió que le diera un pepinillo y, cuando se lo fui a poner en la mano, me dijo que se lo metiera directamente en la boca (¡¡Menuda cerda!! ;¡¡Un pepinillo en la boca!!); yo le dije con mi habitual sutileza que si no prefería un pepino de medio kilo que tenía entre las piernas y ella me rió la gracia con su ronca y exagerada risa de idiota. Cuando se reía bizqueaba un poco y enseñaba la comida de la boca si estaba comiendo, y a mí eso me ponía palote. Un día entré en el servicio y allí estaba ella cagando. Se me quedó mirando con su sonrisa más seductora y, si no fuera por el olor, me hubiera arrodillado allí mismo para comerle el coño. El caso es que finalmente tuvimos un revolcón encima de la nevera de los helados, abajo en el almacén, pero se me cortó el rollo a la mitad cuando ella empezó a hablar de los embutidos que colgaban en ganchos, encima de nuestras cabezas: “Mira que si se nos cae un chorizón de esos encima”, y se reía “igual se te mete por el culo”, y se reía. “El otro día me llevé un salchichón ibérico de esos escondido en el abrigo”, y se reía. “Tengo que decirle al jefe que se está acabando el Jamón” y se reía. Así que saqué la polla del recinto y me subí los pantalones. “¿Qué pasa?, ¿Ya está?” decía la muy puta. Al volverme me encuentro con el cuerpo del jefe pero sin la cabeza. Me explico, había bajado casi todas las escaleras y, al darse cuenta de la situación, se había quedado unos peldaños más arriba, por alguna razón que desconozco, y justo la cabeza quedaba fuera de mi campo visual, dando la sensación, gracias un curioso combinado de colores, luces y sombras, de que un cocinero sin cabeza había estado acechando mientras follábamos. Mi corazón dio un vuelco, como aquél día que me dejé sin barrer en el servicio los pelos de un amigo al que había cortado el pelo, y al día siguiente me levanté con la resaca y los confundí con monstruos peludos. ¿no os lo conté lo de los monstruos peludos? Pues no me apetece buscarlo pero anda por ahí. Si picáis “monstruos peludos y otras cosas de mucho miedo” en google, seguro que aparece el post. Pero a lo que vamos, no sé como ocurrió, pero esa chica acabó viviendo en mi casa. Follar con ella era como el cagar pero algo mejor que una paja y ella, vista su falta de entusiasmo, no entiendo para qué follaba.
Pero el asunto fue bien hasta que la pillé pintando con mis oleos encima de un lienzo “sucio”, como una parvularia subnormal. Estaba haciendo un jarrón con flores encima de uno de mis abstractos de mi época abstracta. Era una mancha gris con un par de trazos atormentados y rojos que se me había ocurrido hacer porque me parecía que eso era lo que hacían los genios, y ella lo había tapado con un jarrón con flores.
“ El año pasado hice un curso de pintura” me dijo con sonrisa de niña traviesa. “¿Te gusta?”
“ Si, cielo, es precioso. Tienes que buscarte un sitio para vivir porque viene mi primo a trabajar con su mujer y el niño y todos no cabemos.”

3 comentarios:

Ovetdao dijo...

Menos mal que durante el revolcón no te habló de la cortadora de fiambres y sus aplicaciones con los pepinos de medio kilo, que hubiese sido un comentario mucho peor que los mencionados. Entonces quizá te hubieras perdido la grata experiencia de haber convivido con ella y con sus cualidades artísticas, porque eso, sólo con imaginárselo, sí que duele. Comparado, lo de los rotus de colores es nada.

Don_Mingo dijo...

Nunca se sabe qué circunstancia puede desintegrar definitivamente todo interés por un ser humano. Bien plasmado: ese factor bomba no es necesariamente algo de grotesco insoportable, sino un sutil gesto que revela la infelicidad humana en toda su densa complejidad. Una acción de naturaleza profundamente mongólica que induce a la irritación y el desprecio definitivo :)

javiguerrero dijo...

Ovetdao, bien pensao,siempre puede haber algo peor, pero Don Mingo ha dado con la clave, la gota que colma el vaso puede ser que se compre unas botas con lentejuelas plateadas y doradas, por ejemplo.