Estaba en Andorra administrando mi fortuna y haciendo algunos bolos en cocina de vez en cuando y llevaba tanto tiempo sin follar que jamás le diré a nadie nunca la cantidad de tiempo que llevaba sin follar. La chicas de mis tres revistas de putas ya me parecía que las conocía de toda la vida (en Andorra la pornografía escasea porque son un poco raritos; solo el penthouse y mierda de esa); así que ahora, cuando abría las páginas, me daba la impresión de estar mirando a mi hermana o algo así. O sea, que cada vez que salía de juerga era con la convicción de que esa noche iba a follar o tenía que follar porque los segundos, las horas, los días y los meses pasaban y pronto se podrían convertir en años y, finalmente vendría la apatía y después la parca con su coño negro y peludo (¿o cómo era lo que tenía la parca?). Luego volvía a casa como una cuba, después de haber desplegado todos mis ritos de cortejo, cada vez más demenciales según iba trascurriendo la noche. Después me consolaba pensando que quién quiere follar, a ver, ¿para qué vamos a intercambiar flujos corporales si somos seres humanos racionales y ya teníamos que haber abolido el sexo sustituyéndolo por limpias inseminaciones de laboratorio que nos permitieran reproducirnos en individuos genéticamente perfectos? Luego despegaba las hojas de una de las revistas y le dedicaba una paja a una de las hermanas. El caso es que un día apareció una tía en el bar, Rosa, se llamaba, vestida como para devorar a media docena de hombres y escupir luego sus huesecillos triturados, que estaba tan borracha que me hizo caso y me metió la lengua en la boca antes de saber mi nombre. A mí me pareció a esas horas que estaba muy buena. Olía bien, era más joven que yo y pesaba poco. Era nochebuena; ella lejos de su familia; yo lejos de la mía…solo me quedaba arrastrarla a mi casa. Todo iba viento en popa hasta que le dio por vomitar, a la hija de puta. Salió toda descompuesta de los aseos, con rastros de vómito en las comisuras y los zapatos (uuuhm, restos de vómito en las comisuras). Se le había pasado la borrachera y ahora solo quería irse a su casita, como si eso fuera tan fácil, con una bestia en celo como yo dispuesta a matar por un poco de sexo. Le llamé a un taxi, se subió y se fue. Me quedé mirando la pared de piedra de la casa vieja y luego al móvil. Nos habíamos intercambiado los teléfonos pero a mí me dolían los huevos y estaba de mala hostia así que, como soy muy listo, reventé el móvil contra la pared justo en el momento en que el taxi volvía a pasar a mi lado en dirección contraria, dejándome grabada en la retina la cara estupefacta de la chica, tras la ventanilla.
Sabía donde trabajaba y unos días más tarde fui a buscarla (¡me lavé!). Era administrativa y así se vestía. Muy correcta y modosita como para romperle las bragas de un manotazo sin preguntar y montarla encima de una mesa de despacho. ¿Sabéis lo que hizo? Me vio de lejos y los ojos se le abrieron como platos. Sí señor. Pude ver al padre de todos los miedos reflejados en su rostro(y eso que yo llevaba puesto mi sombrero de copa amarillo y la camisa morada). Corrió literalmente en sentido contrario y ya no pensé más en ella.
Luego la ví en otra ocasión, en otro bar, otra noche, vestida para matar como el día que la conocí, con una tajada criminal y restregándose con un palurdo borracho. Daban asco.
Que lo sepas Rosita: dabas asco y él era calvo y viejo.
Y en realidad no olías tan bien ni pesabas tan poco.
Maldita gorda borracha y maloliente.
Y vieja.
Sabía donde trabajaba y unos días más tarde fui a buscarla (¡me lavé!). Era administrativa y así se vestía. Muy correcta y modosita como para romperle las bragas de un manotazo sin preguntar y montarla encima de una mesa de despacho. ¿Sabéis lo que hizo? Me vio de lejos y los ojos se le abrieron como platos. Sí señor. Pude ver al padre de todos los miedos reflejados en su rostro(y eso que yo llevaba puesto mi sombrero de copa amarillo y la camisa morada). Corrió literalmente en sentido contrario y ya no pensé más en ella.
Luego la ví en otra ocasión, en otro bar, otra noche, vestida para matar como el día que la conocí, con una tajada criminal y restregándose con un palurdo borracho. Daban asco.
Que lo sepas Rosita: dabas asco y él era calvo y viejo.
Y en realidad no olías tan bien ni pesabas tan poco.
Maldita gorda borracha y maloliente.
Y vieja.
4 comentarios:
Jajaja!! Me ha encantado el microrrelato! Y también tu fanzine, había leído otros números desde tu página pero no sabía que tenías también blog para comentarte. Genial, tío (y sí "se espera impaciente que publiques en papel" :P)
Un abrazo
Ja Ja...Escatologías fecales y centollos, creo que nuestros árboles genealógicos deben estar unidos en algún punto. Para los que no sepáis de qué hablo id al blog de Don Mingo, que yo me voy ahorita mismo a decírselo por si no aparece por aquí.
Si yo soy administrativa, vestida de administrativa, y veo acercarse a un ligue con sombrero de copa amarillo y camisa morada, también salgo corriendo. Un abrazo.
P.D. Le he recomendado a Pepe Pereza tu blog, hago lo mismo contigo, te recomiendo el suyo. Sois tal para cual, dos genios.
Pues voy a ver si lo encuentro.
Un abrazo
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