domingo, 13 de diciembre de 2009

UN CUENTO DE NAVIDAD

La cocinera Eva era fría y hermosa como la muerte y casi me ponía palote que me diera órdenes y me tratara de usted. Yo estaba de friegaplatos y ella tenía el cuello de nadadora y los ojos azul-vacío. El novio iba a buscarla con sus 2 metros de estatura y sus modelitos de mierda y sus rastas de mierda. Se creía muy guay por llevar el pelo sucio y zapatos de 200 euros. Yo estaba siempre colorado como un centollo y tenía un cartón de vino tinto debajo de la pila. “Maldita puta, seguro que ese imbécil no sabe hacer una O con un canuto” pensaba yo, fantaseando con un inesperado golpe de fortuna que me colocara por encima de las expectativas de esa Diosa herculea y toda su puta raza.
Un día estaba ella trajinando con el pescado cuando apareció el hijo de la dueña, un niño mofletudo que tocaba las cosas sin que nadie le diera dos hostias. Era Navidad. ¿Sabéis qué le dijo mi Evita al niño, muy bajito, pero no tanto como para que yo no lo pudiera oir, cuando el niño empezó a desvariar con Papá Noel? Le dijo: “Mira nene, Papa Noel esta navidad no está porque murió carbonizado al colarse por una chimenea encendida el año pasado”. ¿No os parece un ángel? Casi se me empañaron los ojos. Mis huevos estaban llenos de amor y casi que mi corazón también.
No hubo golpe de fortuna, me cago en la cenicienta, pero mirad lo que pasó:
Una noche, estaba yo ahogando mis penas en un bar con mi mejor pose de perdedor con oscuro pasado, mientras afuera trinaban los villancicos en los altavoces, cuando apareció el imbécil que se follaba a Evita con una tranca de tres pares de cojones (quiero decir que apareció borracho, no que se la follaba con una tranca). Me dijo que me conocía, que trabajaba con su novia y patatín patatán y yo me puse lameculos y rastrero como el pedazo de mierda que soy. Tomamos una y otra y otra y él ya no se tenía en pie. De pronto se me quedó mirando con los ojos muy abiertos y la boca también y echó a correr en dirección al servicio, pero antes de llegar ya comenzó a andar abriendo las patas de una forma peculiar que me era conocida; cuando te cagas encima abres las patas porque actúas como si no tuvieras pantalones y consiguieras así no mancharte los muslos. No sé qué hizo en el servicio todo el rato que estuvo pero no sirvió de nada, sus pantalones rezumaban mierda y, para mi sorpresa, a pesar de su carita de guapo y sus zapatos caros, esta olía peor que ninguna que hubiera olido yo antes. Luego dimos por terminada la velada de compadres y nos fuimos cada uno a nuestra casa, previa promesa de no contarle a nadie lo sucedido. En casa estuve bebiendo vino tinto y fumando y pensando en que una mujer como Eva no debería estar con un tío que se caga encima, y obsesionándome con esa idea y dándole vueltas y más vueltas. Por la mañana me levanté igual de borracho que me acosté y al llegar a los vestuarios del hotel dejé una nota en la taquilla de Eva, esa que veis en la foto. Luego apareció Eva en la pica de las perolas y me dio una hoja con mi foto y mi curriculum y me preguntó si eso era mío. En el reverso del currículo estaba la nota que le había dejado pegada en la taquilla y quise pensar que se había caído por el lado bueno. Al menos ella no dio muestras nunca de haber leído nada sobre novios y cagadas.
Luego colgué en la puerta del armario de mi dormitorio, en el espejo, justo encima del reflejo de mi cabeza cuando me miraba a un metro de distancia, la nota de la vergüenza, para recordar siempre que no se escriben notas en estado de embriaguez de amor y vino.
Quizás debería pegarla ahora en la pantalla del ordenador para recordarme lo fácil que es darle al INTRO.
INTRO.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajajajajaja

Qué bueno está esto me meo de la risa muchachón.

Besos.

Sara Morante dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAAJAJJAJAJAJAJAAJAJAQUÉ GRANDE!!!

Muy bueno, Javi.