Estos son los bocetos que realicé hace 10 años para el museo vaqueiro de Asturias. Fue un encargo que me hicieron aunque después se olvidaron de considerar la posibilidad de pagarme. De aquella vivía de alquiler en un edificio viejo de 3 plantas, yo ocupaba el bajo derecha y al entrar allí todos los días se podía oler a todas las personas que se murieron o vivieron en él porque no corría una gota de aire. Había un rincón que a veces olía a orina y yo estaba convencido de que era el alma de un muerto que se manifestaba de esa manera. Solo había una ventana que daba a la calle en lo que supongo que algún día fue el salón, no había pasillo y después seguía otra habitación y otra y después la cocina (triste, triste cocina). Luego estaba el baño, separado de la cocina por una cristalera traslúcida. Había en él una pequeña rejilla y a través de ella se veía la chabola del patio en la que vivía un esquizofrénico con su anciana madre. También había en el baño una pequeña uralita traslúcida en el techo que estaba sucia y la luz que proyectaba no le animaba a uno a lavarse.
Pues ahora os voy a contar lo que hacía el esquizofrénico, a parte de pegarle cachetes a su madre(se oían ruidos y lamentos como de psicópata golpeando a una mujer mayor ), también tenía la laboriosa costumbre de pintar compulsivamente todo lo que se encontraba en su propiedad. El suelo del patio, la chabola y hasta los cubos de fregar. Pero un día, su insensata avaricia de brocha gorda me afectó de una manera muy estúpida.
Teniendo en cuenta que la uralita traslúcida de mi baño daba a su patio, ya puedes adivinar lo que le ocurrió a ese pequeño foco de luz que me despertaba por las mañanas cual mudo canto de gallo. Eran las cuatro de la tarde y yo seguía en la cama revolviéndome, esperando que la luz entrara sucia y triste pero luz al fin y al cabo. La noche más larga. El caso es que solo tenía que levantarme y abrir la persiana del salón para descubrir el milagro de un nuevo día con sus señoras que van a la compra y sus bares abiertos, pero me costaba despegarme de las sabanas; había una botella llena de vino en el suelo y tabaco, así que tampoco había una necesidad urgente de salir de la cama. Descubrí la uralita pintada de negro a eso de las cinco de la tarde mientras orinaba mirando al techo en pagana plegaria, buscando la luz. El imbécil había decidido ampliar su territorio y entrar en el mío, cubriendo de pintura el único foco de luz que había en la casa y alargando tortuosamente la noche.
Bueno, otra vez se me ha ido la olla; yo a lo que iba es a lo complicado que es vivir de un trabajo como la ilustración o el diseño gráfico, ya que la persona o entidad que te lo encarga puede pensar que dibujar es algo lúdico que se hace siempre por placer (os puedo asegurar que a mí no me interesa especialmente dibujar vaqueiros de alzada o mineros empujando cajas(otro trabajo de supervivencia que sí cobre), y no sienten remordimientos de conciencia cuando les haces un trabajo y deciden no pagarlo.
A mí me parece que el vaqueirín había quedado resultón.
Pues ahora os voy a contar lo que hacía el esquizofrénico, a parte de pegarle cachetes a su madre(se oían ruidos y lamentos como de psicópata golpeando a una mujer mayor ), también tenía la laboriosa costumbre de pintar compulsivamente todo lo que se encontraba en su propiedad. El suelo del patio, la chabola y hasta los cubos de fregar. Pero un día, su insensata avaricia de brocha gorda me afectó de una manera muy estúpida.
Teniendo en cuenta que la uralita traslúcida de mi baño daba a su patio, ya puedes adivinar lo que le ocurrió a ese pequeño foco de luz que me despertaba por las mañanas cual mudo canto de gallo. Eran las cuatro de la tarde y yo seguía en la cama revolviéndome, esperando que la luz entrara sucia y triste pero luz al fin y al cabo. La noche más larga. El caso es que solo tenía que levantarme y abrir la persiana del salón para descubrir el milagro de un nuevo día con sus señoras que van a la compra y sus bares abiertos, pero me costaba despegarme de las sabanas; había una botella llena de vino en el suelo y tabaco, así que tampoco había una necesidad urgente de salir de la cama. Descubrí la uralita pintada de negro a eso de las cinco de la tarde mientras orinaba mirando al techo en pagana plegaria, buscando la luz. El imbécil había decidido ampliar su territorio y entrar en el mío, cubriendo de pintura el único foco de luz que había en la casa y alargando tortuosamente la noche.
Bueno, otra vez se me ha ido la olla; yo a lo que iba es a lo complicado que es vivir de un trabajo como la ilustración o el diseño gráfico, ya que la persona o entidad que te lo encarga puede pensar que dibujar es algo lúdico que se hace siempre por placer (os puedo asegurar que a mí no me interesa especialmente dibujar vaqueiros de alzada o mineros empujando cajas(otro trabajo de supervivencia que sí cobre), y no sienten remordimientos de conciencia cuando les haces un trabajo y deciden no pagarlo.
A mí me parece que el vaqueirín había quedado resultón.
2 comentarios:
Es el relato con la escenografía más rancia y deprimente que he leído y curiosamente me ha parecido bonito. Debo tener una visión distorsionada de la belleza.
GRACIAS.tampoco había cuadros en las paredes. Este relato es verdad de la buena
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