“Queridos reyes magos, haciendo
caso a los consejos de todo el mundo, he reprimido mi instinto y no he sido
travieso ni he hecho rabiar a mi hermana. He soportado con estoicismo sus babas
y su infinito poder de destrucción, el claro favoritismo con que mis padres
derrochan sus afectos hacia su persona y sus risas estúpidas y atolondradas
ante sus torpes intentos de comunicarse y esos esbozos de conciencia de sí
misma que ya parece tener, cuando se mira en el espejo y balbucea. He visto mi
pantalla del ordenador destrozada por esas manitas infantiles que tiran de los
cables que más me pueden joder la vida. No le he arrancado la cabeza de una
patada y he impedido incluso que en cierta ocasión saltase al vacío desde el
balcón, algo que ella me agradeció pataleando y llorando enrabietada como si fuera
yo el hombre del saco y no su hermanito que vela por su integridad. Ha cagado
en mi presencia mientras yo comía mis sobaos con cacao y no he dicho nada.
Ahora bien, no quiero nada para
mí, pero en premio a mi sacrificio solo quiero que a ella le aseguréis una vida
triste y solitaria, que nunca conozca hombre y que al llegar la adolescencia su cara se convierta en una
máscara atroz y su cuerpo adquiera dimensiones surrealistas. Que acabe su larga
pero infinitamente triste existencia en un viejo pisito de un barrio pobre
rodeada de cientos de gatos que se alimentarán de ella cuando fallezca en el
olvido. Gracias de antemano”.
Raulito Sejodan
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