Cada vez que leo un artículo bien escrito en el que, después del
análisis sosegado de una situación cotidiana, un recuerdo infantil o el
relato de un hecho histórico, se hace una comparación con el gobernante
vigente en la que no sale muy bien parado, siento una envidia malsana
porque yo casi nunca consigo maridar dos reflexiones de contextos tan
diferentes para metaforizar la inmundicia en que vivimos. Voy a
intentarlo:
Recuerdo que un día, siendo todavía un jovencito inexperto de corazón galopante, estábamos mi amigo X y yo en el bar, poniéndonos ciegos de vino tinto, cuando un cejijunto barrigón gruñó porque otro cejijunto barrigón le cortaba sin darse cuenta el paso. Enseguida se enzarzaron en una disputa insensata que quisimos arreglar mi amigo y yo, movidos por una especie de filantropía etílica:
—¡¡Perdonen señores, esto no se hace así, se hace así!! —mi amigo se colocó en situación de interrumpir el acceso a cualquiera que se dirigiera a los aseos y yo advertí enseguida cual era el siguiente paso e hice ademán de dirigirme a los mismos:
—¿Me permite? —dije yo.
—¡Faltaría más!—dijo mi amigo x, que casi se inclino en reverencia al echarse a un lado.
Los cejijuntos no nos hicieron ni puto caso pero es verdad que se calmaron. A partir de ese momento y durante unos meses, mi amigo y yo, en vez de saludarnos, nos decíamos:
—¿Me permite?
—¡Faltaría más!
Hasta aquí el recuerdo nostálgico. ¿Vale? Ahora debería empezar la reflexión sesuda y el símil con el comportamiento del gobernante pero es que a mí solo me sale cagarme en sus muertos.
Ustedes perdonen. Lo he intentado.
Recuerdo que un día, siendo todavía un jovencito inexperto de corazón galopante, estábamos mi amigo X y yo en el bar, poniéndonos ciegos de vino tinto, cuando un cejijunto barrigón gruñó porque otro cejijunto barrigón le cortaba sin darse cuenta el paso. Enseguida se enzarzaron en una disputa insensata que quisimos arreglar mi amigo y yo, movidos por una especie de filantropía etílica:
—¡¡Perdonen señores, esto no se hace así, se hace así!! —mi amigo se colocó en situación de interrumpir el acceso a cualquiera que se dirigiera a los aseos y yo advertí enseguida cual era el siguiente paso e hice ademán de dirigirme a los mismos:
—¿Me permite? —dije yo.
—¡Faltaría más!—dijo mi amigo x, que casi se inclino en reverencia al echarse a un lado.
Los cejijuntos no nos hicieron ni puto caso pero es verdad que se calmaron. A partir de ese momento y durante unos meses, mi amigo y yo, en vez de saludarnos, nos decíamos:
—¿Me permite?
—¡Faltaría más!
Hasta aquí el recuerdo nostálgico. ¿Vale? Ahora debería empezar la reflexión sesuda y el símil con el comportamiento del gobernante pero es que a mí solo me sale cagarme en sus muertos.
Ustedes perdonen. Lo he intentado.
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