sábado, 12 de octubre de 2013

Andorra 2003: Rosas para Rosa



Creo que me levanté con la misma cogorza con la que me había acostado pero con menos ganas de fumar. Me tomé cuatro vinos blancos con zumo de naranja para que me entraran las ganas de fumar y salí a comerme el mundo. Anochecía y era el día de noche buena. En el casco viejo de Andorra la Vella había un bar que frecuentaba y en ese bar otros borrachos y uno de ellos era mi amigo Josep, un vendedor de enciclopedias en temporada baja, y a su lado una chica muy guapa. En seguida saltaron las chispas de la pasión entre nosotros porque teníamos mucho en común, los dos teníamos una borrachera de nivel 6. Nos presentó (Rosa, se llamaba) y a los diez minutos estábamos en otro bar ella y yo solos, intercambiando saliva públicamente. Bebimos y bebimos y nos tocamos y nos besamos hasta eso de las 11 de la noche. Ella vivía sola en Sant Julià de Loria y yo vivía solo en Andorra la Vella por lo que di por sentado que se iría conmigo a casa a celebrar la navidad entre las sábanas (más durmiendo que follando). No. Me dijo que acaba de pedir un taxi y yo, que ya no razonaba, traté de obligarla a venir a mi casa por la fuerza.
—¿Vas a pasar la Nochebuena en casa sola y borracha con tus putos gatos pudiendo venir a la mía? —decía yo
—Que no tengo gatos, coño, llevo toda lo noche  diciéndote que odio los gatos  y tú venga a tocar los cojones con los gatos.
—Los gatos se arreglan solos, pueden pasar 3 días sin comer ni beber. Son la hostia, los gatos, yo tenía uno negro que se cagaba en la colcha, cagondios, cómo lo echo de menos­ —creo que se me empañaron los ojos de lágrimas falsas—. Si yo entiendo que no quieras dejarlos solos en navidad y eso, pero la verdad es que los gatos pasan del nacimiento de Cristo como de la mierda. Mañana te acompaño y les damos de comer juntos pero ahora te vienes conmigo.
—¡¡Que no tengo gatos y suéltame el brazo de una vez que me haces daño!!
Vaya. Ahora resulta que después de meterme la lengua en la boca ya no quería yacer conmigo y no tenía gatos. Vi que Rosa tenía lágrimas en los ojos y realmente había miedo en su mirada; me vi reflejado en un escaparate y comprendí que lo hubiera. Apareció su taxi y la solté, avergonzado. Se subió sin mirarme. Empecé a cabrearme yo solo en aquella plaza solitaria. Ella tenía mi número de teléfono y yo el suyo. Cogí el móvil y lo miré con ira. Busque su número. Efectivamente: Rosanariz 39……. ( tenía una nariz chatita muy mona). Esa puta se iba con sus gatos y dejaba que pasara mi Nochebuena solo como un perro después de meter su lengua en mi boca y calentarme los güevos. La ira se adueñó de mí y reventé el teléfono contra la pared:
—¡¡MALDITA PUTA, YA NO ME PUEDES LLAMAR, AHORA TE JODES!!¡¡AHORA TE JODES, YA NO ME PUEDES LLAMAR!! —gritaba como un poseso mientras pateaba el móvil pisándolo una y otra vez y volvía a gritar lo mismo y seguía pisando y pisando con furia. Fue en ese momento cuando volvió a pasar el taxi en dirección a Sant Julià. Había ido a dar la vuelta arriba a la rotonda y pude ver los ojos asombrados de Rosa a través de la ventanilla en una fracción de segundo, un fotograma congelado que se quedó grabado en mi memoria para siempre. En esos momentos se alegraba, casi seguro, de no haberme acompañado a casa. Me sentí un tanto estúpido y dejé de chillar y pisotear.
Al día siguiente me informé de dónde trabajaba Rosa por mediación de Josep y dos días más tarde fui a una floristería y encargué que le llevaran unas rosas a la chica.
—Rosa qué más —preguntó la florista.
—Solo las rosas.
—No, que dices que ella se llama Rosa, pero necesitamos el apellido —sonrió la señorita
—Solo Rosa, no sé el apellido.
—Pero en esa empresa trabaja mucha gente y puede haber muchas Rosas.
—Pues dáselas a la más joven y que esté más buena.
Y pagué y me fui y ya nunca volví a ver a Rosa.

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