Mi Marisa insiste todos los meses por lo menos un par de
veces en que es imposible que no me sienta diferente del adolescente que fui y
yo le digo que no se trata de sentirme o no diferente sino de que como adolescente no me sentía de una
manera especial y tampoco ahora me noto mucho a mí mismo. Ella dice que eso es
imposible porque todos pensamos al iniciar nuestro camino tortuoso en la vida
adulta que somos, no ya especiales, sino prácticamente el centro del universo y
que esa sensación narcisista se va disolviendo con los años, pero nunca del
todo, y yo le digo que eso es imposible porque con tantos centros del universo que
vienen y van el universo no sabría alrededor de quien girar y se haría la picha
un lío. Este argumento suele dejarla estupefacta durante unos segundos y muchas
veces se retira a deliberar meneando la cabeza o simplemente calla y se sirve
un vino, turbada, probablemente, ante la posibilidad de que cuando le digo que
no me noto no esté desvariando. Cuando le digo eso a veces reacciona
desmesuradamente.
-¡¡¿PERO CÓMO QUE NO TE NOTAS, MARIANO, QUÉ QUIERE DECIR ESO
DE QUE NO TE NOTAS?
-Ay, Marisa, por Dios, no te alteres de esa manera, que si
te desequilibras tú, que eres el pilar en que se asienta mi estabilidad, cuando me levante por las mañanas no sabré si
bajar a por el pan y acabar dándoselo a los patos o tomarme medio litro de vino
antes de desayunar mirando la televisión apagada.
Un día, ante una de sus histéricas reacciones, decidí
explicarle un poco a mí manera el asunto.
-Cuando digo que no me noto quiero decir que no me parece
que mis pensamientos provengan de ningún homúnculo que me protagoniza sino que
tengo algunas sospechas que nunca le he contado a nadie, y las tengo prácticamente
desde que tengo uso de razón -le dije, mirando sibilino y sospechoso hacía
ambos lados para asegurarme de que nadie nos escuchaba-Verás, estoy convencido
de que la gente que se nota es porque no ven las cosas como son de verdad. ¿Tú
te notas, Marisa?
Asintió con la cabeza. Se notaba.
-¿Y cómo te notas?
- Desconcertada
- ¿Desconcertada?¿Todos los días y a todas horas?, ¿el
desconcierto es lo que te define?
-No Mariano, me siento desconcertada en este momento
hablando contigo porque no sé a dónde quieres ir a parar ni si quiero saberlo.
-Verás. Si tan diferente te sientes ahora de cuando eras
una prepúber, ¿qué te hace pensar que eras tú la que se ponía caliente como una
perra con su profesor de mates al que ahora ni siquiera mirarías o la que hace dos
horas silbaba distraídamente o la que ahora está desconcertada? Y si dentro de
un momento te da la risa y dejas de estar desconcertada, ¿con quién estaré
hablando entonces, Marisa? ¿No lo entiendes, Marisa? Si ahora intentas
convencerme de que no eres la misma que cuando tenías quince años he de suponer
que, en menor medida, tampoco eres la misma que hace dos minutos, aunque el
cambio haya sido tan sutil que ni tú ni
yo nos hayamos dado cuenta. Yo prefiero pensar que sí eres la misma, lo
que pasa es que te notas demasiado. Por eso yo no me noto, porque nunca me podría
fiar de quién es el que se está notando.
-¿Y lo de no notarte es tu estado natural de siempre o es quizás
una decisión que tomaste en algún momento de tu vida, basándote en esa reflexión?
-¡¡SON LAS DOCE Y DIEZ, MARISA, VAMOS A VER PASAR EL TREN!!
El tren pasa siempre a esa hora y eso si que lo noto porque
empiezan unos segundos antes a moverse muy levemente y de manera casi imperceptible los cristalitos de la lámpara.
Nos asomamos a la ventana para verlo pasar.
-¡¡ADIOS, ADIOS A TODOS!!-grité, como hacía siempre, sacudiendo
la mano entusiasmado. Marisa saludó también, pero con menos entusiasmo que
otras veces.
-¿Sabes qué, Marisa? Tengo otra teoría. Estoy casi seguro de
que nadie se nota tampoco cuando viaja en tren, y luego cuando se termina el
trayecto vuelven a notarse, pero si lo prefieres te lo explico después de
comer.
En la imagen, página 1 de 3 sobre la tierna adolescencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario