No me lo podía creer, el primer
día de trabajo a los dos días de cumplir 17 añitos y una gaviota embiste a una
paloma y la despedaza. Delante de mí, lo hizo. Me quedé hipnotizado viendo a
aquel animal al que tenía idealizado por culpa de una lectura desafortunada.
Juan Salvador Gaviota me había hecho creer que las gaviotas tenían un no sé qué
espiritual o que podían tenerlo y resulta que eran unas hijas de puta. Desde
que cayó ese libro en mis manos creía ver a Juan Salvador en ciertas gaviotas cuyos vuelos se
diferenciasen de alguna manera de los de las demás o cuyos plumajes fueran
especialmente blancos. Incluso creía distinguir el brillo de la sabiduría en
los ojos de algunas de ellas. Me puse
pálido y en vez de enfilar al almacén de maíz que había en el muelle en el que
iba a desperdiciar un precioso verano
adolescente, me metí en un bar a tomar un par de copas de orujo. La gaviota se
estaba comiendo a la paloma y yo iba a comenzar
el mes de Julio con mi primer trabajo asalariado.
La segunda copa de orujo me puso
parlanchín y me apeteció hacer partícipe de mis sentimientos a la señora o
señorita de la barra. Tenía una edad fronteriza entre la plenitud y la madurez y
por su aspecto podía ser tan puta como santa así que cualquier cosa que le
dijera sería un salto al vacío de consecuencias imprevisibles.
—Ay, señorita, voy a
desperdiciar uno de esos veranos que ya nunca se repetirán. Justo ahora que estoy en la edad en que cada mañana
estreno el mundo, me obligan a trabajar en un almacén de maíz diez horas al día
¡¡FÍJESE, UN ALMACÉN DE MAÍZ CON 17
AÑOS!!
La
señora o señorita resultó no ser muy expresiva y lanzó una mirada huidiza a mi
codo izquierdo antes de darse la vuelta para coger una botella de no sé qué y
servirse algo que se bebió de un trago sin dejar de darme la espalda.
—Y fíjese, señorita- me
envalentoné después de la tercera copa de orujo-, aquella gaviota se ha
abalanzado sobre una palomita y se la está comiendo, el día en que mi
adolescencia toca a su fin. Las puestas de sol serán grises a partir de ahora y
los colores de las flores pálidos o
sucios. Ayer ni siquiera me hubiera atrevido a dirigirle a usted la palabra y
ahora solo me apetece hundir mi cara entre sus piernas.
La señora o señorita no decía
nada. Se notaba que ya había visto muchas gaviotas zamparse palomas.
—Fíjate en aquella otra, la del
tejado de la casita naranja- dijo entonces
Era otra gaviota que llevaba algo
en el pico. Salí a la calle y me acerqué dos pasos. Era un condón usado.
—Si mañana traes uno de esos te
dejo que me la metas- me dijo cuando entré de nuevo, todavía más revuelto que
antes
Qué hija de puta. Ella formaba
parte de un plan macabro, junto con el trabajo, las gaviotas y la paloma para acabar ese día con mi adolescencia.
Apuré el vaso y me fui dejando a aquella puta riéndose como una puta.
El capataz me
miró con cara de capataz gordo y despiadado y me dio una barra de dos metros. Mi
trabajo consistía en pasarme la mañana encima de aquellas toneladas de maíz y
clavar la barra hueca en él, colar dentro un termómetro atado a una cuerdecita
y esperar 10 minutos para tomarle la temperatura. El maíz era enfriado por una
máquina que introducía aire en él a través de unas tuberías de aluminio y yo
tenía que apuntar las temperaturas de 40 puntos diferentes a 1 y 2 metros de
profundidad, todo ello en la soledad de aquel desierto de uralita y cereal. El
caso es que, mientras esperaba los diez minutos en cada toma, me arrodillaba en
el maíz y las piernas se hundían en él y se enfriaban y, cuando más se enfriaban mis
piernas, más gorda se me ponía la polla. Me hice dos o tres pajas sobre el grano,
pensando en la puta del bar. Fueron unas pajas muy febriles porque en mis
fantasías de coño peludo algo canoso se colaba a veces la gaviota devorando
palomas.
Me fui a comer
más cansado de masturbarme que de tomar temperaturas y por el camino, en medio
del asfalto, justo donde antes había una gaviota devorando a una paloma, había medio
gato atropellado y plumas desperdigadas. Era un gato negro con pinta de bonachón
a pesar de las vísceras expuestas y el ojo fuera de la cuenca. Le toqué la
nuca. Todavía estaba caliente, el pobrecito. En el bar, pegada a la cristalera,
estaba la puta sonriendo.
Durante el
resto del verano pude ver cómo el cadáver del gato se pudría y se secaba y la
señora o señorita o puta o lo que fuese casi siempre estaba allí mirándome con
aquella sonrisa inquietante y yo siempre intentaba que las piezas del
rompecabezas (gaviota, paloma, condón usado, gato muerto y puta rara) encajasen
de alguna manera y adquiriesen significado en forma de revelación mística, pero
con los años comprobé que las piezas no estaban allí para encajar en ningún
rompecabezas vital y que nuevas piezas cada vez más extravagantes irían
añadiendo desconcierto al camino tonto de la vida y las señales serían cada vez
más difíciles de interpretar, hasta el punto de que, algunos años después,
cuando me pareció ver una manita muerta e infantil asomando de un contendor,
preferí obviarla y pensar que si era un
mensaje no era para mí.
4 comentarios:
Sigues igual que siempre Javi. No ha cambiado tu humor aunque pasen los años . Fue muy simpática, sarcástica, y..., la historia. Un saludo
Manin ye un seudónimo?¿conocémonos de hay años?
Yes, a todo. Te dejo dirección de mi blog, para que lo veas y comentes.
http://manindelluces.blogspot.com.es/
grande!
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