-Hoy vamos a ducharnos antes de acostarnos y ya verás qué
bien dormimos.
Es ella la que duerme mal y no yo pero le hice caso porque
cuando Marisa hace una afirmación del tipo que sea es bastante probable que tenga razón. Nos
duchamos.
Cuando ya estábamos en la cama me lo repitió.
-Ya verás qué bien dormimos. Como lirones hasta las once de
la mañana. Pero de estos sueños profundos y largos que te dejan descansado para
dos semanas.
Pasaron diez minutos después de apagar la luz.
-Ay, Marisa, estoy
tan ilusionado esperando ese sueño reparador que no puedo dormir.
-Tú relájate que después de una ducha nocturna es imposible
que no te duermas enseguida.
Otros diez minutos y yo con los ojos abiertos como platos.
Tenía tantas ganas de disfrutar de ese sueño que Marisa me había prometido que
mi cabeza entró en un bucle de espera ansiosa: "¿Cuándo viene el sueño, pero
cuándo?"
-Marisa, por Dios, me dijiste que iba a dormir muy bien e iba
a pasar una noche muy feliz y reparadora y ahora tengo tantas ganas de que
ocurra que mi cerebro está expectante y no me deja dormir, tengo alucinaciones
febriles en las que mi alma se desprende de mi cuerpo y se eleva hasta el techo
y me veo ahí abajo durmiendo pero soy incapaz de conciliar el sueño.
-Hazte una paja.
Empecé a hacerme una paja, pero no podía concentrarme y
mi mente se elevaba y me veía a mí mismo
haciéndome una paja y la expresión de mi rostro en la cama era tan simiesca que
mataba la lujuria. ¡¡Es imposible hacerse una paja y correrse mientras se
observa uno a uno mismo desde el techo de la habitación!! Me entró miedo. A lo
mejor a partir de ahora mi mente flotaría siempre unos metros por encima de mi
cuerpo observando todo lo que hacía. Ahora me rasco, ahora abro el vino, ahora
lo bebo, pero no lo bebo yo sino ese de ahí abajo que parece gilipollas y ni
siquiera lo siento fluir por mi gaznate. Decidí dejar de mirar cómo me la cascaba y le
eché un vistazo a mi Marisa. Estaba dormidita, la pobre. Emitió un ruidito así
como “ñigoñigoñigo” y se dio la vuelta en la cama echándole el aliento en el
cogote al Mariano de la cama. Vi desde el techo como me quedaba dormido con la
polla, ya flácida, en la mano. Marisa tenía su piececito asomando fuera de la
manta y un mosquito se posó en él y pude ver como succionaba la sangre y me
apeteció ser el mosquito. Luego me quedé dormido ahí arriba pero al día siguiente ya me había fundido de nuevo
conmigo mismo. Eran la tres de la tarde y
Marisa canturreaba en la ducha. Pero qué lista es la hija de puta.
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