El kiosko iba mal y me tuve que poner a trabajar de vigilante nocturno en un hostal . Marisa se quedaba sola por las noches y eso llenaba de turbios pensamientos mi cabeza calva. De pronto me imaginaba nuestra cama visitada por butaneros sudorosos pero luego se me ocurría que la figura del butanero ya ha desaparecido, a causa de la llegada del gas ciudad. De fontaneros, la cama se llenaba de fontaneros en mi ausencia. O de los padres de los niños que frecuentaban el kiosko y compraban una gominola de cada hasta completar los 90 céntimos que les sobraban del periódico, cuando pagaban con una moneda de dos euros. Nunca entenderé por qué no les compraban a los niños las bolsitas variadas que teníamos preparadas y en vez de eso se empeñaban en elegir una gominola de cada. O sí, las bolsitas costaban 1 euro y ellos querían aprovechar los 90 céntimos y eran lo suficientemente imbéciles como para perder 10 minutos eligiendo chucherías para deshacerse de la calderilla. ¿Os parece normal que un tipo que se comporta de esa manera en un kiosko tenga derecho a votar como el resto de los ciudadanos?; ¿os parece normal que tenga derecho a reproducirse?; ¿creéis que un hombre de verdad compra gominolas variadas y las elige personalmente? Yo creo que alguien así es el tipo de persona que se mete en la cama de la kioskera en ausencia de su marido vigilante nocturno.
Pero vamos a mi trabajo en el hostal. A veces alguien llamaba a recepción a las 3 de la mañana y me pedía una almohada para la 206, les llevaba la almohada y la recogía un tipo con cara de fontanero o de padre de niño goloso y los muslos femeninos que me daba tiempo a ver al fondo de la habitación siempre me remitían a Marisa y me hacían pensar en que ella estaba en casa retozando con un tipo como ese, pero no necesitaba irse a una habitación alquilada porque el imbécil de su marido se pasaba las noches atendiendo peticiones caprichosas de parejas adúlteras y vigilando que los clientes borrachos no destrozaran el mobiliario o intentaran meter una señal de tráfico robada en el hostal. Los clientes ingleses siempre hacían cosas de esas. Se emborrachaban y luego entraban con una rueda de camión al hotel y la querían subir a la habitación para practicar sabe dios qué perversiones. Y en aquel hostal casi todas las parejas que parecían haber dejado a algún marido o esposa comiendo pan a solas en la cocina de casa, se alojaban en la 206, como si el recepcionista gustara de distribuir a los clientes rigiéndose por absurdas normas hilvanadas en las horas muertas de la jornada: Adúlteros en la 206, borrachos solitarios en la 115...etc.
Así que no os extrañará que finalmente perdiera los nervios y al entrar en casa por la mañana después de una larguísima y atribulada noche de vigilia, imaginando hombres sudorosos que yacían con mi mujer, abriera el bote de la mermelada y metiera la polla en él ante los ojos asombrados de mi Marisa.
-¿Algún problema?- le dije con retintín
- Esa mermelada es para comer.
- ¿Y a ti que más te da? también te metes mi polla en la boca, así que no deberías tener tantos escrúpulos. ¿O es que desayuna alguien más esta mermelada, aparte de nosotros?¿ algún fontanero acaso?
Por su cara de sorpresa supuse que había dado en el clavo.
¿Quién soy yo para suponer nada de lo que Marisa pueda estar pensando?
- No cariño, el butanero duerme conmigo todas las noches y por la mañana moja la polla en la mermelada y se la chupo, así que se te ha adelantado.
-Estúpida, los butaneros no existen.
Mi Marisa se reía y yo también, ya disipadas las nubes negras de los celos y la desconfianza.
La mermelada estaba fría.
Pero vamos a mi trabajo en el hostal. A veces alguien llamaba a recepción a las 3 de la mañana y me pedía una almohada para la 206, les llevaba la almohada y la recogía un tipo con cara de fontanero o de padre de niño goloso y los muslos femeninos que me daba tiempo a ver al fondo de la habitación siempre me remitían a Marisa y me hacían pensar en que ella estaba en casa retozando con un tipo como ese, pero no necesitaba irse a una habitación alquilada porque el imbécil de su marido se pasaba las noches atendiendo peticiones caprichosas de parejas adúlteras y vigilando que los clientes borrachos no destrozaran el mobiliario o intentaran meter una señal de tráfico robada en el hostal. Los clientes ingleses siempre hacían cosas de esas. Se emborrachaban y luego entraban con una rueda de camión al hotel y la querían subir a la habitación para practicar sabe dios qué perversiones. Y en aquel hostal casi todas las parejas que parecían haber dejado a algún marido o esposa comiendo pan a solas en la cocina de casa, se alojaban en la 206, como si el recepcionista gustara de distribuir a los clientes rigiéndose por absurdas normas hilvanadas en las horas muertas de la jornada: Adúlteros en la 206, borrachos solitarios en la 115...etc.
Así que no os extrañará que finalmente perdiera los nervios y al entrar en casa por la mañana después de una larguísima y atribulada noche de vigilia, imaginando hombres sudorosos que yacían con mi mujer, abriera el bote de la mermelada y metiera la polla en él ante los ojos asombrados de mi Marisa.
-¿Algún problema?- le dije con retintín
- Esa mermelada es para comer.
- ¿Y a ti que más te da? también te metes mi polla en la boca, así que no deberías tener tantos escrúpulos. ¿O es que desayuna alguien más esta mermelada, aparte de nosotros?¿ algún fontanero acaso?
Por su cara de sorpresa supuse que había dado en el clavo.
¿Quién soy yo para suponer nada de lo que Marisa pueda estar pensando?
- No cariño, el butanero duerme conmigo todas las noches y por la mañana moja la polla en la mermelada y se la chupo, así que se te ha adelantado.
-Estúpida, los butaneros no existen.
Mi Marisa se reía y yo también, ya disipadas las nubes negras de los celos y la desconfianza.
La mermelada estaba fría.
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