viernes, 3 de septiembre de 2010

ESCUPIR A LOS CALVOS



La tele estaba estropeada y Marisa había salido, así que me asomé a la ventana para escupir a los calvos. Casi nunca acierto pero a veces los salivazos rozan las cabezas y son momentos de mucha tensión que merecen la pena.No pasaban calvos y probé con las señoras mayores. Acumulaba un buen montón de saliva en la boca y comenzaba a dejarla caer un poco antes de que el blanco estuviera debajo. Como vivo en un primero es un deporte bastante arriesgado porque te pueden pillar si no andas muy vivo y te retiras inmediatamente después de tirarlo, pero no tan rápido como para no poder ver si has acertado en la cabeza y comprobar su reacción. A veces me pillan y me quedo unos segundos hipnotizado por sus ojos asombrados, entonces me encojo de hombros dando a entender que yo no tengo nada que ver y miro a los pisos de arriba, intentando averiguar quién ha podido ser el cabrón. Cuando fumaba solía tirar gargajos verdes o anaranjados, pero ahora no me salen.
Le acerté a dos señoras, pero como llevaban el pelo cardado casi ni se enteraron. Menuda mierda. Después aparecieron en la lejanía dos figuras calvas y comencé a acumular saliva. Al primero no le acerté pero el segundo se lo llevó en toda la coronilla. Me salió una carcajada demente de los más hondo de mis entrañas. Hacía mucho que no acertaba en pleno. El calvo ni siquiera miró hacia arriba y eso le restó valor al triunfo. Fue entonces cuando pude ver por el rabillo del ojo una figura borrosa en el balcón de nuestra salita, que es contigua al dormitorio desde donde yo estaba operando. Era una figura que tenía forma de persona y que, por lógica, solo podía ser Marisa. Hice como que no la había visto y me quedé mirando al parque como si estuviera distraído con los juegos de los niños. Tosí un par de veces, silbé un poco, tamborileé en el alfeizar con los dedos. Tatareé la gallina turulata. Cerré la ventana y cuando me di la vuelta casi tropiezo con mi Marisa, que tenía los ojos más grandes y penetrantes que nunca.
-Hola, no te había oído llegar-, dije
Los ojos seguían mirando. La muy puta se había deslizado como una serpiente desde el balcón hasta mi espalda y me miraba de manera muy desasosegante.
Durante la cena, Marisa no hablaba y sus ojos seguían abiertos y escrutadores.
Por la noche encendí la luz dos veces y los ojos estaban allí.
Vaya miedo.
En la imágen, una histoira de 3 o 4 páginas en la que una mujer pone los ojos así.

No hay comentarios: