Una día me dio por mojar ligeramente el papel antes de entintar y al pasar la plumilla por encima la tinta negra se disolvía levemente en los bordes haciendo efectos imprevisibles en el dibujo. Luego tuve que perfeccionar la técnica. Si la plumilla estaba muy cargada de tinta y el papel muy húmedo esta se esparcía sobre el dibujo , dejaba manchas negras y ya podías tirar la hoja a la basura. También ocurría que a veces el papel se arrugaba y se hacían pequeños charcos de agua en él. Si no lo advertías, al pasar la plumilla, aunque esta no tuviera casi tinta, volvías a joder otra hoja. Así que había que secar los charquitos con un papel, apoyándolo delicadamente sobré la hoja para que esta no se deteriorara y solo lo justo para que conservara la humedad. La plumilla siempre había que probarla con unos garabatos en un papel a parte para comprobar que no manchaba excesivamente. Finalmente terminé por controlar la situación y así salieron esos dibujos que ilustran un libro infantil sobre Teseo y el Minotauro, publicado por libros del Pexe en el 96 o por ahí(les aventures de Teseu). Cuando terminé con el último dibujo pensé que sería buena idea comprar un chuletón y una botella de vino del bueno para celebrarlo así que bajé al super y me compré 500 grs de mortadela y una garrafa de vino de la bodega central. Era el primer libro que ilustraba y aquello había que festejarlo a lo grande. El caso es que cuando ya iba medio borracho y jarto de mortadela me dio por fumar un porro que llevaba guardado en el cajón desde hacía dos semanas y me sentó tan bien que se me ocurrieron mil añadidos para hacerle a los dibujos de manera que aquella fuera mi obra maestra indiscutible. Terminé la garrafa de vino a eso de las 2 de la mañana mientras fumaba y miraba y admiraba y remiraba mi obra maestra. Mirando el dibujo de las amazonas tuve una erección espontanea y salí de casa esperando que alguna chica reconociera al genio bajo la capa de borracho rubicundo. Había dos chicas super-espontaneas en la barra, que se reían de todo con sus risas cristalinas y musicales, pero dejaron de hacerlo cuando me acerqué a compartir su felicidad. No parecían comprender mis desmesuradas muestras de super-humor. Les conté el chiste de la vieja del coño lleno de pus y el de la mierda untada en el pan de centeno y también lo del ruido del pelo de un coño al caer y la historia de cuando me cagué en los pantalones de pana en la fiesta de la sidra y la mierda rezumaba a través de la tela; también les expliqué lo raro que se me hacía cascármela delante de la tele y que donde esté la revista porno que se quite lo demás. Un tipo les dijo que si yo les estaba molestando. Fíjate, como en las películas: "¿Os está molestando"?.Todavía recuerdo como si fuera hoy el tono grave y viril que puso a su voz al decirlo. Con eso me caí de la burra y todo el sentido del ridículo que había guardado celosamente en algún sitio dentro de mi cabeza brotó espontáneamente en forma de nausea y crujido en el cerebro. Y me fui.
Al día siguiente me levanté de muy mala hostia y tiré los dibujos a la basura después de ver la mierda en que se habían convertido después de mi ataque de genialidad. Decidí no beber nunca más en todo ese día. Los dibujos los repetí una semana más tarde con la misma técnica excepto en lo de la mortadela, el vino y el porro.
Pero esto ocurrió hace cosa de 14 años. El otro día me fui a cenar a un sitio fino con una chica de esas que huelen tan bien sin necesidad de perfumes ni hostias. ¿A que no sabéis quien estaba en la mesa de al lado? Sí señor: el mamón que 14 años atrás me había puesto en ridículo. Estaba con una tía que en su día pudo ser guapa pero ahora había perdido la lozanía y la felicidad de vivir y con una niña de unos 5 años de edad. El tipo no hacía más que hacerle carantoñas exageradas a la nena y se veía que no tenían confianza. La niña no era suya. Hacía esfuerzos que rozaban el ridículo por ganarse su cariño pero esta era una fortaleza inexpugnable. Me estaba dando mucho asco la situación
- Eh , nena- le dije a la niña- ¿Este señor te está molestando?.
Y luego me atraganté de la risa.
Nadie más se reía.
Luego, ya en casa, estaba tan contento y juguetón que saqué mi plumilla y me puse a dibujar puercoespines que juegan a ser canguros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario