
La carpeta me llegó en buen estado a la semana siguiente de pedir que me la enviasen y en seguida la llené con unas absurdas acuarelas de manos y pies y cabezas de niñas con reptiles variados encima; y me dediqué a buscar una galería que quisiese exponerlas. En la galería "no se qué" había una tía muy maja con gafas de montura azul y ojos verdes. Le expliqué que era un famoso artista millonario asturiano pero que nadie lo sabía todavía en ningún sitio porque intentaba pasar desapercibido por alguna razón absolutamente estúpida y que si quería le compraba todo lo que tenía colgado para hacer sitio para mi obra y que si quería ser mi secretaria particular en su tiempo libre. Me dijo que ya me había visto una vez fregando los platos en el restaurante de su padre y que mis acuarelas eran muy bonitas pero no le interesaban las acuarelas de manos y pies y niñas con iguanas en la cabeza. No entendía cómo me había reconocido con mi abrigo largo elegante, mis botas de piel de serpiente, mi sombrero de copa amarillo, mis gafas aviator de cristales anaranjados ( pero mira que es bonito todo a través de esos cristales) y mi jersey de lana azul y así se lo hice saber. Me dijo que ya me había visto bebiendo cuatro copas de anís de guindas en la cafetería del Escale, sin las gafas ni el sombrero, y abriendo ostentosamente mi carpeta y barajando las acuarelas para que las rubias de la mesa de al lado se fijaran. Le dije que era una chica muy lista y que me hacía sentir como si hubiéramos compartido bañera de pequeños. Hubo un incómodo silencio. La carpeta mágica comenzó a emitir feromonas masculinas y femeninas libres y salvajes pero ella no parecía darse cuenta así que se lo hice saber. “Es una carpeta mágica” le dije con la más seductora de mis sonrisas. Me acompañó hasta la puerta sin que en ningún momento pareciera que me acompañaba hasta la puerta. ¡Qué elegancia y qué saber estar! Cuando me empujó levemente con su manita para que saliera me dio la impresión de que en realidad me acariciaba. Antes de que cerrara metí un poco la cabeza y le pregunté si quería que viniera a buscarla a la hora de cerrar. Desde dentro, a través del cristal, me hizo un delicioso gesto con su dedo corazón estirado hacia arriba( creo que ese gesto tiene un nombre).
Desde entonces, y gracias a mi carpeta mágica, los encuentros se sucedieron en bares y cafeterías y siempre de la misma forma: Ella me veía, extraviaba la mirada, coqueta, y desaparecía; o en la calle: ella me veía, extraviaba la mirada, coqueta, cruzaba la acera y aceleraba el paso desapareciendo entre la multitud. Era la manera que tenía de llamar mi atención, la pobrecita. Y nunca, nunca llamó a la policía al verme espiando la galería desde el portal de enfrente, con mi sombrero amarillo, mi carpeta mágica, mis gafas y mis botas de piel de serpiente. Un ángel del cielo. Ya hace años que no saco la carpeta de casa porque no soy amigo de pasiones intensas y agotadoras, aunque a veces me parece imposible que semejante fuente de poder haya caído en mis manos y tampoco descarto que sea la combinación de esta con las botas de piel de serpiente y las gafas aviator lo que provoca una conjunción de energías paranormales a mi alrededor porque de lo que estoy seguro es de que el sombrero amarillo y el abrigo no tienen nada que ver.
En las imágenes: la carpeta con detalles de los complicados cosidos que le otorgan los poderes paranormales y debajo una de las acuarelas retocadas con photoshop unos años más tarde. Si picaís en ella veréis una estúpida animación que hice con la iguana para hacer una prueba cuando descubrí el image ready .