Tengo un amigo psicólogo que me explica siempre lo harto que está de que la gente le cuente, en cuanto se enteran de su profesión, secretos que no compartirían con nadie. También le ocurre que los pacientes que acuden a su consulta, sea cual sea el problema que les preocupa, intentan exponerle sus más íntimos anhelos a toda costa; buscan cualquier excusa para derivar la conversación hacia su infancia o hacia la relación con la familia o hacia el sexo. Mi amigo se queja de los mitos que rodean a la psicología y pretende que su oficio sea más funcional y no le convierta en una especie de cura laico. Cuando está borracho y cabreado dice que todo es una mierda, que el miedo a las ratas se cura encerrándose en un armario con dos o tres mil ratas durante dos o tres días. Dice que pretender aliviar el síndrome post-vacacional es una estupidez porque el hecho de que trabajar ocho o diez horas diarias en algo que casi nunca es de tu agrado con gente que tampoco lo es, resulte deprimente y deteriore el estado de animo, no se debe considerar una patología sino una respuesta natural del cuerpo y la mente a una invasión de situaciones tóxicas para las que el ser humano nunca ha estado ni estará preparado. Desmiente que los nuevos síntomas “post-algo” existieran siempre y afirma que a los imbéciles y a los débiles de nueva generación les viene mejor reconocerse enfermos que infelices. Dice que llamar a la selección natural adicción, neuropatía o lo que sea, es una infamia y que su profesión es evitar el transcurso natural de la evolución evitando la eutanasia social de los estúpidos, de las personas sin carácter y de los disidentes existenciales, convirtiéndolos en peones crónicos.
Cuando mi amigo dice esto, grita y las venas del cuello se le hinchan; se pone colorado como un centollo y hace aspavientos exagerados. A veces llora. Y yo agradezco profundamente que se quite el hábito en mí presencia y le animo a que lo haga más a menudo. Pero no; al día siguiente está avergonzado y continua así durante una temporada, contenido y discreto, hasta que nuevamente rebose el cáliz de su paciencia. Un saludo amigo. picad en la imagen
8 comentarios:
Cuanta razón tiene tu amigo. Hoy en día es más fácil colocarnos cualquier etiquetita con la excusa de que estamos enfermos, que reconocer lo infelices que somos.
A mí también me pasa eso de que la gente se crea que por ser enfermera me tengan que contar las cosas más escatologicas que suceden dentro de su cuerpo, mira que yo pongo mala cara, pero ni por esas se dan por aludidos.
Pues yo solo soy peluquero y ayer un cliente jubilado me dijo que sangraba por el culo antes de dar los buenos días.
totalmente de acuerdo con tu amigo, y añado que la infelicidad es un estado natural de insatisfacción que a todos ataca y que debe suplirse con actividades alternativas placenteras...viajes,humor,sexo,deporte,etc etc
y sí, lo de sentirte utilizada de forma gratuita como terapeuta personal no me molesta demasiado. Sólo jode cuando estás con la llave en la cerradura de casa y la vejiga te va a estallar mientras el vecino insiste en narrarte con pelos y señales el objeto de su infelicidad...aiiii
hombre, lo de suplir la infelicidad con actividades alternativas parece que lo simplifica todo demasiado.
-Odio mi vida y a todo el mundo
-pues haz natación y vete al cine.
ja ja ja....no hombre no, estamos hablando de las pequeñas insatisfacciones cotidianas que son imposibles de evitar: la soledad,la crisis de los 30,40,50?..el curro me aburre pero necesito la pasta, etc etc. Para casos más serios de odio generalizado se aconseja acudir al psiquiatra y si es posible a su consulta mejor que asaltarlo en el ascensor de tu edificio...o puede que acabe simplificándote el problema también...jajaja
Buen post, Javi.
La felicidad plena es un mito! Eso es lo bonito de la vida, hombre.
sara m
Joder, Javi, ahora en serio: ¿eres peluquero de verdad? es que yo pensaba que me estabas vacilando pero ahora, en el comentario a Rebeca, he visto que vuelves a decirlo y eso y no sé, no es tan extraño como ser astronauta o amigo del mega simpático y fiestero Fernando Alonso pero... yo qué sé.
A tu entrada iba a comentar eso de que a mí me ocurre que cuando acabo de conocer a alguien y se entera de que soy peluquera siempre SIEMPRE se acaba centrando el tema en eso de: "Ah sí! (como si fueras astronauta, ya sabes) y... una cosa, ¿tú qué me harías en este pelo? es que nunca consiguen acertar con mi estilo, tía!".
A mí, como en la entrada del macpollo, me molaría contestar algo tipo: "Llámame de lunes a sábado de nueve a siete y hablamos de encontrar tu estilo, bonita" o bien "¿Volver a nacer?" pero, como soy super buena persona siempre SIEMPRE contesto alguna chorrada al respecto del pelo (o lo que sea eso que lleva encima de la cabeza de color amarillo pollo limón) de la no cliente en cuestión.
Qué difícil es todo, coño.
MO.
Sara, veo que no consigues acceder. Por alguna razón, en este blog, cuendo eliges perfil de usuario de google, no te deja acceder a la primera y te marca error,a la segunda te sale el cuadro para identificarte.Y sí, la gente tiene demasiadas expectativas(..y fueron felices y comieron perdices) y hemos heredado colectivamente la idea de felicidad que nos ha ofrecido durante mucho tiempo el cine y la literatura. Cuando todos sabemos que el príncipe y la princesa del cuento acabaran envejeciendo y teniendo achaques, surgiran desavenencias antes de que esto ocurra y probablemente alguno de ellos padezca alitosis o se lave poco, sobre todo en aquellos tiempos de caballeros andantes sin agua corriente.
MO: ¿DONDE has metido tu blog?. La peluqeuría de señoras si que es para pegarse un tiro. yo la practiqué durante 4 años y ahora me resulta muy cómodo tener cortas conversaciones de 20 minutos con 15 o 20 personas al día mientras les corto el pelo sin más complicaciones. Leí en algún sitio que mantener conversaciones cortas con desconocidos desarrolla más la inteligencia que un sudoku.
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