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viernes, 20 de febrero de 2009

NÚMERO CINCO



Si, he adelantado la edición del número cinco de “como los sapos ciegos” porque mi pequeña peluquería de caballeros esta acusando la crisis y tengo mucho tiempo libre para mis dibujitos y mis tonterías, la gente, que no tiene corazón, se corta el pelo en casa o lo dejan estar un mes más, o se va a un sitio muy raro que cobra 3 euros por molondra. El otro día solo vino un señor y estaba borracho. Sí señor. Borracho. Pero eso no es lo peor. Se quedó dormido en el primer minuto, arrullado por Chopin y el runrún de la máquina y cual no sería mi sorpresa cuando, al iniciar el perfilado del cerco de la oreja derecha, descubrí un palillo mordido pegado detrás de ella. Después de preguntarme por qué algunas personas conservan tan detestables hábitos y con mi habitual optimismo, me tomé el asunto como un reto personal. La idea era rematar el cerco sin tocar el palillo, de manera que el cliente se fuera con él en la oreja (¿quien me decía a mí que si se lo quitaba, al notar él la falta más tarde, no iba a volver a reclamarlo?). No es tarea fácil, no señor. Exige un pulso de acero y una mente fría, dispuesta a improvisar ante cualquier eventualidad: un carraspeo del cliente o un movimiento inconsciente ante un arranque de pasión en el piano de Chopin, podrían arruinar el proyecto. Pero lo hice. Después de terminar la faena y tras un suspiro aliviado, cambié a Chopin por Wagner para que fuera la Caballé la encargada de despertar al cliente, que ya roncaba. Luego, en la puerta, justo después de salir, se llevo la mano derecha a la oreja como un perro para rascarse y de una sacudida se desprendió del palillo. No importaba. Yo había hecho ya mi trabajo y nadie podía quitarme el orgullo que sentía en mi corazón, al que siempre han atraído el riesgo y la aventura.
Pues eso, el número cinco. Y al primero que haga el comentario que yo haría, le envío a casa una lámina firmada con mucho cariño, en tamaño A4, cartulina y color.