Javi Guerrero es de esas personas que te
abofetean con una mano untada en Tulipán con morcilla y, contra toda lógica y
sin que medie masoquismo, le ruegas que repita la guantada, a ser posible
añadiendo el estropajo de restañar las palanganas de un burdel. En los tiempos correctos del
diálogo en el talante, la palabra a punto de boca con su enjundia y opinión
formada, su tesis y praxis y su pedagogía, y ese balar de ovejas bien blancas y
maribuenas, Javi Guerrero dibuja bocadillos sangrantemente secos, exquisitamente
soeces y desagradablemente perfectos. Y, como aún no andaba contento con la
diversidad de porquería aventada, deja al surrealismo campar por donde le sale
del glande que es lúcido, y se da a un jolgorio de nihilismo irresponsable y de
una acracia tan marrana como porcina de piara para retratar niñas,
perversamente inocentes, que piden a
figuras paternas vestidas de Frankenstein que les busquen hojas verdes porque
las hojas secas del otoño se les quiebran entre los dedos con los que se
limpian el culo que ha obrado. Y así todo y de ese tenor, de ese calibre todo,
de esa ralea baja, patibularia, malsonante, desquiciada e inadaptada. De gente
ilógica que por descreída y naíf, ofende y desconcierta; de niños que lejos de
querer ir a los paraísos Disney, viven bajo las mesas de formica de las cocinas
maternas diciendo "intrínseco y contexto". Si los borregos mecánicos
soñaran con orfidales recetados, lejos de engolfarse en estas páginas,
acudirían a profesionales del ramo autorizados en gestión emocional o a
farmacéuticos de confianza titulados. El resto, pecadores, iconoclastas,
misántropos y similares gentes de mal vivir y peor pensar, entramos aquí con
total libertad para hacernos con la infelicidad que esto trae consigo.
Isabel Lueje
Próximamente.
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